J. L. de 28 años de edad abandonó la prisión en un vehículo de la Policía Nacional. No estaba enfermo, pero su destino era la sala de radiología de un hospital. Superó las puertas de acceso a Torrecárdenas flanqueado por los agentes y tomó posición para la prueba entre indicaciones de los médicos. Y allí, en el recto, la radiografía encontró un pequeño alijo de hachís destinado al peligroso mercado negro carcelario.
El recluso ocultaba en su cuerpo un cilindro de seis centímetros de longitud, de color verde y protegido por varias capas de plástico de cocina. Los 33 gramos de hachís acabaron en su organismo tras un encuentro programado con un familiar y supondrán previsiblemente una condena añadida a su expediente.
El hallazgo del estupefaciente muestra el mecanismo de control desarrollado por el centro penitenciario de El Acebuche en colaboración con la Policía Nacional y la Guardia Civil.
La cárcel busca erradicar el consumo de drogas en el penal y, más importante, frenar toda la conflictividad aparejada a la distribución clandestina. Además, El Acebuche pretende acabar con la leyenda negra del contrabando entre sus muros que, aseguran, está más cerca de las creencias populares que de la realidad de la vida en la prisión.
Desde comienzos de 2017, los funcionarios y los agentes de la Unidad Canina de la Policía Nacional han realizado 35 decomisos de estupefacientes en el centro. Son en su mayoría pequeñas dosis de psicotrópicos, sin embargo, suponen un grave problema de seguridad que El Acebuche quiere eliminar.
Entre las sustancias aprehendidas hay hachís, fármacos, marihuana y, en cantidades mínimas, cocaína. Se introducen generalmente en los encuentros vis a vis (visitas de parejas), en el regreso de los internos de los permisos penitenciarios y, en ciertas ocasiones, en envíos de paquetería.
El centro penitenciario cuenta con sus propias herramientas para combatir esta amenaza. A mediados del año 2010 puso en marcha un programa piloto con la Policía Nacional para registrar dependencias con especialistas de la Unidad Canina. Desde entonces, de forma periódica y aleatoria, los agentes visitan la cárcel para inspeccionar celdas, patios y salas comunes para buscar posibles drogas ocultas.
Cuestión de olfato
La capacidad de los canes es asombrosa. Su olfato ha permitido localizar un porro escondido en una tubería o una bellota bajo la pata de una cama. Y esta habilidad se ha convertido en un aliado perfecto para la búsqueda en el interior del centro.
No obstante, la mayor presión se realiza antes de superar los muros. Los funcionarios han intensificado la búsqueda en los regresos de permisos o en las visitas.
La posibilidad de optar por una radiografía es muy valorada, sin embargo, a veces no es necesario. La normativa permite cacheos e incluso desnudos integrales a los familiares previos al vis a vis. El objetivo es evitar la introducción de cualquier sustancia durante los contactos íntimos, donde las parejas están completamente solas.
Por otra parte, los programas de desintoxicación cuenta con un amplio esfuerzo de concienciación. El objetivo es evitar sobredosis, peleas y otro tipo de conflictos aparejados a la distribución en el interior (no tienen acceso a dinero para comprar con estas dosis).
Un elemento añadido de persuasión es la dureza de las condenas. Hace solo dos meses la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Almería condenó a cuatro años de cárcel a un interno que volvió de un permiso con 57 gramos de hachís y 73 pastillas en su organismo. Con 25 años de edad y cumpliendo penal, el interno sumó cuatro años más de carga a su expediente.
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