Un equipo internacional con participación de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Almería, ha comprobado a través de estudios de campo que ciertas poblaciones de golondrinas que viven en las áreas de Chernóbil (Ucrania), que aún hoy, treinta y un años después del accidente nuclear, mantienen altos niveles de radiación, presentan una mayor resistencia ante distintas bacterias, en comparación con otras poblaciones de golondrinas que habitan en zonas menos o no contaminadas. El estudio, en el que también participan investigadores del CNRS francés, las universidades París-Sud y South Carolina (Estados Unidos), aparece en el último número de PLOS ONE. Explica Magdalena Ruiz-Rodríguez, investigadora de la EEZA y autora principal del artículo, que las bacterias, debido a su corto tiempo de generación, tienen una gran capacidad de adaptación a los cambios ambientales y una rápida selección de las más resistentes. Después del accidente de Chernóbil, las aves se han venido enfrentando a comunidades bacterianas alteradas tanto en riqueza como en diversidad, y que podrían ser más virulentas.
“La única variable que explicó en el estudio la variación en la capacidad de cada golondrina para inhibir las bacterias fue la radiación ambiental. Es decir, más del 90% de la inhibición del crecimiento bacteriano se debía a la radioactividad; y en más del 80%, las golondrinas que vivían en zonas de mayor contaminación tenían una mayor capacidad para inhibir las bacterias”, señala Ruiz-Rodríguez. El resultado del análisis confirmó que aquellos individuos que se han criado en zonas más contaminadas tienen una mayor capacidad de defensa frente a las bacterias. Todo indica que, por un proceso de selección natural, los individuos que tenían más defensas han sido los que han sobrevivido y han podido reproducirse durante los últimos 31 años.
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