El puerto y la montaña dan la bienvenida a muchos de los que llegan a Almería por primera vez. La mezcla de nostalgia y sal ofrece la estampa característica de un barrio de trabajadores de la mar, que han visto los barcos zarpar a deshora en busca de un futuro mejor entre las olas.
Joaquín Revueltas Escánez nació en Pescadería, un barrio simbólico para la ciudad que lo ha visto crecer entre los mundos de la pesca y la enseñanza. Generosidad, alegría, solidaridad y magia son sólo algunas de las palabras con las que describe las calles a las que profesa tanto cariño.
“Soy profesor, vecino, me gusta su gente... Estoy enamorado del barrio y creo que hasta el último día estaré aquí”, afirma Joaquín, para quien “vivir en el barrio es sentir el arte, sentir valores como la humanidad, el esfuerzo, la constancia, la entrega, el trabajo... A pesar de que hoy día el barrio de Pescadería se siga viendo mal. Somos un barrio humilde, trabajador, de gente luchadora. Vivir aquí es estar acompañado de personas grandes que cada día me enseñan más”.
Hospitalidad
“Pasas por la calle, preguntas cualquier cosa y son capaces de acompañarte al lugar o meterte dentro de sus casas e invitarte a comer. Son muy campechanos. Por eso duele cuando escuchas una parte mala. El nombre hoy día echa atrás a muchas personas, pero yo invito a que se visite el barrio porque cuando entras notas todo lo que estoy diciendo y te sientes arropado, como uno más”, explica.
Lamenta que predomine la visión negativa. “En mis años de estudios siempre éramos vistos como los del barrio a no nombrar. Cuando decíamos de dónde éramos, la gente como que se asustaba. Ese miedo se tiene que perder”.
“No se conoce la historia. Pescadería es un barrio de marineros, de gente trabajadora. De hecho, en mi caso soy lo que soy gracias a mi padre porque él ha sido pescador. A mí me ha enseñado la gente de la mar. Hoy día los niños de aquí que tenemos carrera, trabajo y un estatus es gracias a nuestros padres y a su esfuerzo en las noches de temporales y ponientes”.
Homenaje
En el mes de junio Pescadería recibió un homenaje en el Teatro Cervantes, en cuya organización participó Joaquín: “Transmitimos el sentir de un barrio, su cante, su arte, las vivencias de la gente. Para nosotros fue una satisfacción y una alegría cuando vimos a la gente de nuestro barrio y ese cartel en el Teatro Cervantes. Ese día el barrio se vistió de gala para darse a conocer ante todos sus ciudadanos. Fue bonito”.
También fue pregonero de las fiestas de la Virgen del Carmen de 2016. “Me dio mucha alegría que me escogieran. Para mi fue una satisfacción, pero no por mí, sino por mi padre y por toda mi familia. Ese día recordé todos mis años”.
Insiste en que es necesario “perder ese miedo a la palabra Pescadería”. Un temor que, en su opinión, es externo. “La gente hasta que no entra tiene esa imagen”.
“Por ejemplo, en el centro tenemos un ciclo formativo de gestión administrativa y, cuando vienen de fuera, se quedan maravillados con el barrio, con el centro, con la acogida, con los profesores que tienen, con todo. Cambian ese concepto radicalmente”.
Por ello considera que la mejor manera de conocer el barrio es “entrando en él” y “perdiéndose por el puerto y por los bares, hablando con la gente. Desde el minuto uno que entras notas esa cercanía y esa magia especial”.
Un sueño cumplido
“Yo pertenezco a una familia muy humilde. Hice preescolar en el Colegio Amor de Dios. Pero durante esa época a los niños, cuando acabábamos esa etapa preescolar, nos tenían que meter en otro centro ya que el colegio era únicamente de chicas. Pasábamos al colegio Alejandro Salazar, más conocido como La Chanca, que está en una parte importante del barrio”, añade.
“Estudié en el instituto Celia Viñas. De ahí pasé a la Universidad de Almería e hice licenciatura en Química Agrícola. Tuve muy claro que no quería ejercer mi profesión en ningún laboratorio ni empresa. Lo que yo quería era enseñar. De chico iba a casa de compañeros míos a darles clase, con mi pizarrilla”.
Su deseo principal era convertirse en profesor y hoy lo es, en el Colegio Amor de Dios, que veía desde la ventana de su habitación de niño. “Que el centro me permitiera ejercer mi sueño fue la mejor medicina del mundo. Levantarte cada día para cumplir tus sueños y que te permitan hacer eso. Yo les doy las gracias por regalarme felicidad, a todos mis compañeros y alumnos, a las hermanas del Colegio Amor de Dios, a sor Elisa y a la directora, Cristina Jurado, porque me dan esa facilidad y confían en mí”.
“El lema del fundador de nuestro colegio, que es católico, es ‘decir la verdad y hacer el bien’. Ayudar y compartir es simple. Suena muy bonito, pero es así. Por eso yo valoro por encima de todo la amistad, que para mí es sagrada”.
“Desde chico sentí la vocación de dar clase y agradezco la labor que hizo mi padre conmigo, que un día me probó. Con once años me bajó al barco donde él pescaba, me embarcó y salimos. Yo no comprendía por qué mi padre me había bajado aquel día a la mar, pero después supe por lo que era. Y es que él intentó saber si yo valía para la mar y, desde ese momento, supe que mi mundo no era ese, mi mundo era estudiar y comprendí esa vida dura que tienen los pescadores”.
Dedicación
“Agradezco a mis padres su esfuerzo, su entrega. Hoy soy lo que soy gracias a ellos. De pequeño, recuerdo que se me quedó marcado el sonido del despertador. A las tres de la mañana mi padre se levantaba todos los días. Yo esa hora la tengo grabada en mi memoria porque veía al hombre cómo se levantaba, habiendo venido la noche anterior tarde, para darnos a nosotros vida. Y eso desde chico me ha gustado”.
Alternativas
“A veces, estamos un poco olvidados. Hace falta que nos ayuden a tener las mismas instalaciones que hay en otros barrios, para que los niños y la gente de aquí puedan disfrutar. Para mí, por ejemplo, un sueño importante que me gustaría ver sería hacer un museo del pescador y de la pesca en el mismo puerto, para que la gente se acercara y conociese mejor la labor de la gente de la mar”.
“Estaría bien que se hiciesen visitas a barcos. Que la gente que quiera subir pueda verlos por dentro. Es decir, transformar el puerto pesquero y ponerlo a disposición de la gente de Almería”.
Respecto a lugares destacados del barrio, Joaquín afirma que “es conocido por Los Sobrinos, un bar para comer pescado que arrastra a la gente. Pero para traspasar eso tienen que ir más arriba”.
Su rincón preferido para abstraerse es la Playa de las Olas: “Es la playa en la que nos hemos criado todos, donde nos ha bañado ese salitre, donde hemos pasado nuestra infancia y adolescencia”.
Recuerda con cariño los lugares a los que iba con sus padres, como El Puente de Hierro (que ya no existe), “un bar súper querido por toda la gente de aquí”. También “el puerto pesquero, los astilleros, el bar Ortuño, el bar Los Sobrinos... Que hacen una función bastante buena”.
Olor a mar
“Cuando éramos pequeños nos perdíamos por la montaña y por La Chanca. Cuando salgo y entro por el túnel de Aguadulce y veo esa estampa, me crea vida. Y en el puerto la infancia vuelve otra vez; para mí es como un túnel del tiempo. Cierro los ojos y veo a los barcos atrás, en aquellas tardes en que bajaba con mi hermana y mi madre a esperar a mi padre”.
Allí confluyen las memorias de un pasado ya casi extinto: “Ahí hemos jugado a las canicas, a los trompos, hemos fantaseado, hemos hecho teatros, nos hemos inventado historias, en el mismo puerto pesquero, cabañas... Mil cosas”.
“Desde que me levanto, sea invierno o verano, estoy en el mar. Los que me conocen, saben que estoy todo el día en la playa. Es una inyección de vida. Estar en contacto con el mar, el olor a salitre es un placer porque me recuerda siempre a mi padre. Me transmite el sentir de un barrio, que se llama Pescadería”.
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