El triste destino de ‘Las Tres Marías’

Basura, ratas, vegetación abandonada, excrementos de perros es el panorama que aparece bajo los muros del colegio de Los Millares

El popular Hoyo de Las Tres Marías y la valla metálica que lo separa del Hoyo de los Coheteros, que muestra un aspecto mucho más cuidado.
El popular Hoyo de Las Tres Marías y la valla metálica que lo separa del Hoyo de los Coheteros, que muestra un aspecto mucho más cuidado.
Eduardo D. Vicente
21:49 • 02 sept. 2017

Lola, una de las vecinas del Paseo de la Caridad que sufren el abandono del Hoyo de Las Tres Marías, cuenta que de noche frecuentan el lugar los grupos de jóvenes que se reúnen entre la basura para compartir unos litros de cerveza y droga. El escenario es propicio para las reuniones furtivas: poca luz, escasos vecinos y esquinas suficientes para utilizarlas como urinarios.




El Hoyo de Las Tres Marías es uno de los arrabales que  sobreviven sobre la falda del cerro de las Cruces. Está separado del Paseo de la Caridad, la gran avenida del barrio, por una pequeña calle en cuesta, aunque la distancia parezca insalvable. Subir ese callejón es como alejarse de la civilización y entrar en otro mundo, en otra época. Bastan veinte metros para descubrir los restos de un suburbio convertido en estercolero: excrementos de perros, basura, vegetación descuidada y nidos de ratas que viven a sus anchas sobre las cuestas que llegan hasta los muros del colegio público Los Millares, que corona el cerro como una atalaya.




Por aquellos recodos no pasan los barrenderos ni el camión de la basura. Es un lugar escondido, inexistente para los ojos de la ciudad, ajeno a cualquier proyecto de desarrollo. Su historia está ligada al Hoyo de los Coheteros, del que lo separa una valla metálica que marca la frontera entre dos realidades distintas. Mientras que el Hoyo de Las Tres Marías oculta su decadencia tras las casas del Paseo de la Caridad, el Hoyo de los Coheteros emerge con una blancura desafiante, remozado y cuidado por los vecinos que lo habitan.




Hasta hace cuarenta años, esta zona formaba un pequeño barrio poblado por familias humildes que tuvieron que abandonar sus casas cuando el cerro, resquebrajado por las lluvias, empezó a ser una amenaza. Muchas de aquellas gentes acabaron en el Puche.




El Hoyo de las Tres Marías era entonces más extenso que el de los Coheteros y llegó a contar con una población cercana a los trescientos vecinos. No había un barrio en la ciudad donde vivieran tantos traperos como en el Hoyo de las Tres Marías, donde la mitad de sus habitantes se dedicaban al duro oficio de ir por las casas recogiendo los trapos  viejos y los objetos que ya no se usaban.




También abundaban los betuneros, los populares limpiabotas que se instalaban en las puertas de los cafés del Paseo, y las mujeres que se ganaban la vida vendiendo cal por las calles y un producto llamado tierra de los baños, que fue el detergente pobre de la posguerra.




El barrio de los hoyos tuvo su fragua de referencia, la de Santiago, donde iban las mujeres para que les arreglara las sartenes a martillazos. Santiago ‘el de las sartenes’ era un tipo muy hábil y se dedicaba a fabricar vasos y jarras con latas vacías de leche condensada.




La tienda del barrio fue la de Lucía Valverde, tan antigua como las primeras casas del Paseo de la Caridad. Era el típico bazar de barrio donde la gente podía encontrar de todo: comida, velas, leña, alpargatas, con la confianza de poder llevárselo fiao cuando no había dinero para comer.


Lucía tenía muy buen ojo para el negocio y solía abastecerse en la tienda de Gervasio Losana, la más célebre del Paseo. El género que el prestigioso comerciante no vendía a su distinguida clientela del centro, porque se había quedado viejo, se lo dejaba más barato a Lucía para que pudiera venderlo a buen precio a sus vecinos. En el Hoyo de las Tres Marías había una fuente cuando a la mayoría de las casas no llegaba el agua potable y hasta apenas unos años existía un váter público que estaba bajo la tutela de una mujer que se encargaba de velar por su limpieza.


Lindando con el de las Tres Marías estaba el Hoyo de los Coheteros. El nombre le venía de las características físicas del lugar, encajonado entre las extremidades de un cerro, y por los pequeños talleres pirotécnicos que allí se instalaron a principios del siglo pasado. Eran fábricas familiares donde trabajaban artesanos haciendo cohetes y preparando fuegos artificiales para las fiestas.


La historia de este rincón está  salpicada de algunos capítulos trágicos, como el que sucedió en octubre de 1921, cuando el conocido cohetero Alejandro Tamayo falleció, víctima de una explosión mientras manipulaba unas luces de bengala. La detonación destrozó tres casas y fue tan grande la cortina de humo que generó el incidente que el cielo se oscureció durante una hora como si de pronto hubiera caído la noche.


La historia de estos barrios cambió a finales de la década de los setenta, cuando la zona de cuevas que se extendía por el Hoyo de las Tres Marías empezó a desaparecer y las familias fueron alojadas en otros arrabales. Desde entonces, el lugar fue cayendo en una profunda decadencia.



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