El Zapillo es un barrio emblemático en la ciudad de Almería. La playa es, sin duda, un rasgo específico al que se asocian una serie de eventualidades que diferencian esta zona de las demás. Y, entre ellas, destaca la heterogeneidad a varios niveles, en los que lo viejo y lo nuevo se entremezclan transversalmente.
Los edificios de plantas de dos cifras en primera línea contrastan con las casas de planta baja construidas a partir de la segunda. La diversidad de sus moradores, temporales y permanentes, determina la estacionalidad de un vecindario que hace cuarenta años poco tenía que ver con lo que es hoy.
Relatos variados
Eusebio Condés trabaja en la portería de uno de los bloques que miran al mar. Al pie de las viviendas se halla el mismo paseo marítimo; una novedad de principios de los noventa. Eusebio se recuerda a sí mismo, de niño, saltando de roca en roca con sus amigos para ir a La Cabaña del Tío Tom. “Este barrio tiene muchas historias”, que perduran en los poyetes de los porches, en los bancos de los parques. Relatos de lo que ha sido, contados en primera persona.
Lugares emblemáticos
El bar California y los Pollos San Juan son algunos de los negocios de antaño ya extintos o trasladados a otras zonas de la ciudad. La Habana Café, por ejemplo, empezó siendo un quiosco,“una barraquilla de madera debajo de un árbol”, reseña Roque Berenguel Andújar. “Ahí escuché yo la primera conversación grabada con un magnetófono. Tendría 7 u 8 años”.
Roque lleva toda la vida en el Zapillo. “Me he criado en la Vega y he andado por aquí de niño. Comencé viniendo al colegio del Zapillo, para lo que sería preescolar, poco tiempo. Luego fui al de Ciudad Jardín”, continúa Roque.
A diario, en torno a las once, se reúne con viejos conocidos en el mismo lugar para pasar la mañana charlando.“He visto lo más antiguo. Esto eran cuatro casas. Había una iglesia muy pequeña por donde está el Playmar. Al lado había una arboleda de eucaliptos y algunas casas más por donde estaba el cuartel de la Guardia Civil, que ya no existe”. Era conocida “la Plaza Carabineros y, un poco más arriba, había casas de planta baja”.
Barrio de pescadores
“Todo eso era el Zapillo, que entonces tampoco se llamaba así. Era un barrio de pescadores. Esas casas -dice señalando a unas pequeñas viviendas bajo los bloques de pisos que dan al paseo marítimo- se construyeron después de la guerra civil y se las dieron a los que vivían en unas chocicas que había en la playa”.
En la desembocadura del río Andarax se encontraban ‘Las cuatro boqueras’, desde las cuales los agricultores canalizaban el agua para regar los cultivos de la Vega. Justo al lado “había un chalé que se llamaba Villa Trina”, apunta.
Aquellos eran otros tiempos. Roque iba a la escuela utilizando un sendero de tierra desde el río, donde se encontraba la granja de su familia. “Los animales que tenía a mi cargo los tenía que dejar alimentados antes de irme”, asegura. Su infancia transcurrió en esa época en la que las calles llevaban nombres de altos cargos de la dictadura. “Luego construyeron la central térmica, en el año 55-56. A partir de ahí empezó a crecer Almería”, que en aquel tiempo no llegaba más allá de la Rambla.
Costumbres distintas
Miguel García Berenguel, otro habitual de ese rincón del paseo marítimo, confirma la transformación que se ha producido en las últimas décadas. “En la playa no había nadie. Las mujeres venían de noche y se bañaban vestidas. La vida de ahora no la podemos comparar con la de antes”.
Miguel narra igualmente el cambio de las costumbres. “En la noche de San Juan, ahora tan famosa, en los años 76-77 cuando bajábamos a la playa había muy pocas personas. La fiesta grande era el 18 de julio, la celebración del final de la guerra. Entonces era cuando venían familias enteras, de dentro de Almería y de los pueblos. A la noche de San Juan sólo venían cuatro gatos a lavarse los ojos, porque decía la tradición que así no se ponían malos”.
Las relaciones interpersonales de hoy son también distintas. Roque afirma que “el contacto que había antes ya no lo hay”. “Si a uno le hacía falta un kilo de arroz o de garbanzos o azúcar, se lo pedía al vecino”, comenta.
“Es lo que pasa: evoluciona el barrio, pero se distancia la amistad”. Así, “igual que ha cambiado Almería, ha cambiado el barrio. Ahora al vecino de en frente no lo conoces. Yo, por ejemplo, conozco a los que son de mi edad, pero a la gente joven no”, lamenta.
Hechos insólitos
Las historias fluyen solas entre el grupo de jubilados, que las completan entre sí. “Había una casa de planta baja en la que vivía un teniente de la Guardia Civil que traficaba con armas. Lo detuvieron por el Cañarete y me acuerdo de ver, de chico, cómo desmantelaban todo aquello”, cuenta Roque.
Por otro lado, Miguel guarda en su memoria la imagen de las naves que zarpaban de lo que es ahora el parque de las Almadravillas. “Desde el Cable Inglés, se cargaban los barriles de uva directamente a los barcos”. Explica que la uva de Almería era de piel muy dura, característica que facilitaba su conservación en una época en la que no se usaban cámaras frigoríficas. “De aquí se exportaba a Europa, a Rusia… A todo el mundo”.
Tiempo de cine
En el tiempo del auge cinematográfico en la región, Miguel fue representante y jefe de casting, actuando de enlace sindical de los extras. Seleccionó a los que participaron en ‘Cleopatra’ (con Elisabeth Taylor), así como a los que aparecieron en westerns como ‘El blanco, el amarillo y el negro’ o ‘Shalako’ (con Brigitte Bardot). “Con quien no trabajé fue con Clint Eastwood. Con el feo de ‘El bueno, el feo y el malo’ sí”, detalla.
Mientras hablan, el sol acecha y el olor a playa se intensifica. La línea de sombra se escurre rápidamente conforme transcurren los minutos, hasta que el calor les impide continuar en sus asientos. Mañana se volverán a ver.
El paseo “no es sitio para venir a buscar un libro, sino para que el libro te elija a ti”
En otra franja del paseo marítimo coloca su puesto de libros desde hace ocho años el escritor Fran Cazorla. La tranquilidad con la que los lectores observan los títulos contrasta con el ruido de los coches de la avenida Cabo de Gata -apenas unos metros atrás- y con el paso intermitente de los aviones.
Este año los transeúntes se han decantado por el misterio, aunque el verano pasado triunfó la novela romántica. “Depende del turismo que viene. El verano anterior hubo más gente de fuera y este año la mayoría son de Almería”, señala Fran.
Ahora también se vende mucho lo autóctono, como todo lo referente a los misterios explorados por Alberto Cerezuela y a la Guerra Civil (sobre todo, desde que se abrieron los refugios al público). “Muchos vienen pidiendo títulos concretos pero el 99% de las veces no los tengo”, añade el escritor. “No es sitio para venir a buscar un libro, sino para que el libro te elija a ti”.
Las firmas de ejemplares los viernes -en algunas ocasiones con música en directo como acompañamiento- agregan una nota de simpatía a este espacio rodeado de mar, en una típica estampa veraniega del mes de agosto.
Por el momento los bañistas, ajenos a toda preocupación, continúan tostándose al sol al tiempo que las primeras cañas y tapas siembran el ruido en los bares. Son casi las dos y es hora de comer.
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