La peculiar evolución del acceso ‘oficial’ al centro

Zona de paso que revive cada septiembre con la reapertura de las escuelas y las administraciones

Canónigo Molina Alonso es la arteria de conexión con el centro que convierte a Oliveros en una de las principales zonas de paso hacia la Rambla y el
Canónigo Molina Alonso es la arteria de conexión con el centro que convierte a Oliveros en una de las principales zonas de paso hacia la Rambla y el
Cristina Da Silva
18:26 • 24 sept. 2017

Oliveros ya no es lo que era. Al menos, así lo ven quienes allí residen desde hace una acumulación de lustros en los que sus calles han caído en el abandono progresivo. La falta de limpieza, la disminución de los viandantes, el cierre de algunos de los comercios más longevos… Todo parece indicar que la zona se halla al borde la extinción y, sin embargo, los que vieron nacer el barrio siguen ahí, resistiendo al declive inherente al paso del tiempo.




Poca evolución
Eugenia y Antonio abrieron la tienda de decoración Textura hace 15 años en la galería Comercial Oliveros, un símbolo distintivo de una zona sin “cambios significativos”. “No sabemos si eso es bueno o malo”, añaden. Tampoco ha variado la clientela, que “continúa siendo la misma desde entonces”.




Lo más sustancial para ellos fue la retirada de los  juzgados, cuando se inauguró la Ciudad de la Justicia en la carretera de Ronda: “Sufrimos la pérdida del tráfico de gente”. Eugenia también señala que, con la construcción del restaurante VIPS, se atajó un problema recurrente al demoler la caseta la plaza de Oliveros, lugar de encuentro de los “gorrillas” que “ocasionaban peleas” por las que “tuvo que venir la policía más de una vez”. Hoy persisten dos grandes problemas: la suciedad de las calles y la prostitución.




Declive
El envejecimiento progresivo del barrio y la posterior crisis económica han motivado el cierre de muchos comercios. En la propia galería, los negocios más longevos son su tienda de decoración y La Tagliatella (con un acceso trasero, además del de la avenida Federico García Lorca).




Persisten algunas cafeterías y bares de antaño, como el Café Central -con distinto propietario- y el Café Colombia -que cerró su otro local en Oliveros-. Tania, hija de los dueños de este último, coincide con Eugenia y Antonio en que lo que más afectó a la zona fue el traslado de los juzgados: “La pérdida de clientela no se ha recuperado”.




Aunque “la parte que mira a la Rambla se ha modernizado, el resto continúa más o menos igual”. Los vecinos “se han ido yendo a otras zonas”, lo cual convierte a Oliveros en un barrio de “gente mayor y familias muy antiguas”, con “pisos que antes la mayoría de la gente no se podía permitir”. 




A pesar de ello, conservan una clientela fija que “vive o trabaja en la zona”. Van rotando, pero normalmente vuelven”. Además, el arreglo del parque de las Almadravillas y la apertura del gimnasio Ego han devuelto parte de la circulación peatonal. Muestra de ello ha sido la apertura de “cinco locales nuevos en menos de dos años”, añade Tania.




Porterías
Oliveros es una de las pocas zonas en las que los residenciales aún disponen de portería. Ángel regenta una de ellas; concretamente en el número 4 de la calle Canónigo Molina Alonso. “Yo aquí me encuentro muy a gusto”, asegura este gallego almeriense que se ocupa del edificio desde 1990.


Relata que la caída de la zona empezó un poco antes de que se sintieran realmente los efectos de la crisis, en torno a 2007: “El alquiler de uno de estos pisos costaba unos 1.500 euros y actualmente ronda los 700 u 800 euros”. Unas viviendas de precio bastante elevado que evidencian la economía alta de los vecinos. “Aquí he visto gente de mucho dinero”, recalca Ángel. 


Éxodo
Hoy sigue saludando a los mismos vecinos que conoció al llegar: “Personas que han vivido en Oliveros toda la vida; exceptuando tres o cuatro de alquiler, aunque también desde hace tiempo”. Saluda a varios de ellos mientras realiza un improvisado análisis demográfico: “Antes había gente joven, pero se han hecho mayores y casi no han venido vecinos nuevos. En los últimos años ha nacido poco niño en la zona”. Narra cómo todos los que abrieron los ojos por primera vez cuando se incorporó al puesto tienen ya cerca de 30 primaveras y se han ido del barrio.


Por otro lado, “ha pasado de haber dos cafeterías a haber ocho o nueve”. “La galería estaba llena de tiendas y ahora no quedan más de tres o cuatro. Hay muchos más bares que tiendas”, señala Ángel.


Patricia, de Copysur, cuenta algo similar. “Nada fomenta que los jóvenes se queden por aquí. Está cerca de la zona de marcha y del centro, pero no hay nada para los niños”.


La tienda se instaló hace unos 23 años, aunque la empresa tiene 39. Patricia piensa que en esas décadas el barrio “ha evolucionado bastante en temas comerciales, sobre todo gastronómicos”. Además del VIPS, “abrieron el bar Como el perro y el gato y la pizzería Domino’s”.


Los juzgados
Subraya igualmente “el bajón que dio cuando se llevaron los juzgados, porque atraían a muchísima gente”. “De las administraciones venía mucho procurador, mucho abogado”, además de los ciudadanos que visitaban la zona a realizar sus gestiones, tanto en los juzgados como en Extranjería, que también se trasladó a otro lugar.


Tal era el flujo diario de clientes en la copistería, que tuvieron que empezar a controlarlo: “Estuvimos una temporada con un guarda jurado en la puerta para que agrupase a los que entraban de 10 en 10. Era una locura con tantas fotocopias de pasaportes. Se nota la diferencia porque entonces trabajábamos toda la mañana sin parar. Éramos tres personas y no dábamos a basto. Ahora somos dos y no vamos tan agobiados”.


Han suplido ventas atrayendo a un mayor número de estudiantes, gracias a “las copias más baratas para ellos”. Algún que otro universitario se ha mudando a la zona y, lógicamente, la cercanía de la biblioteca Francisco Villaespesa y de numerosas academias de inglés contribuye en esto.


Respecto al vecindario, Patricia apunta que -junto al omnipresente papeleo- destaca el ambiente “señorial”. Otra característica que resalta son los fuertes vientos: “He visto gente agarrándose a los árboles o a lo que pillara para no salir volando”, dice sonriendo.



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