Los kioscos que animaban las mañanas del Paseo

Tenían un cierto aire de garita militar y servían de punto de encuentro de los almerienses para iniciar la jornada

El kiosquero  Juan Bonillo Pérez, junto a su ayudante Pepe Fernández, el constructor Ferrete y otro amigo.
El kiosquero Juan Bonillo Pérez, junto a su ayudante Pepe Fernández, el constructor Ferrete y otro amigo.
Manuel León
21:28 • 30 sept. 2017

En tiempos remotos fueron los kioscos del Paseo abrevaderos de la palabra y del cigarro compartido, bajo la leve sombra de los ficus que acababan de plantar. Allí, junto a esos templetes de madera, en  ese escenario urbano que era y es la arteria noble de Almería, charlaban en círculo  caballeros con sombrero que se frecuentaban cada mañana  avizorando el pálpito genuino de  la ciudad: los carros cargados con fruta de la vega, los cosarios mercadeando quincalla para los pueblos, los limpiabotas esperando la clientela del primer café, el lechero pregonando el ordeño del día, las mujeres con sus canastos camino del mercado, los curas del Colegio de Jesús con sus largas sotanas o los abogados camino de algún pleito.Eran esos primeros kioscos redondos de madera de la avenida principal de la ciudad, que tantas veces hemos visto en postales antiguas, los puntos de encuentro de esos almerienses para empezar a tantear la nueva jornada que se abría.




La historia del Paseo de Almería es la de esos octógonos plantados como garitas junto a la calzada, en los que se vendían los periódicos de Madrid, los tebeos bélicos o los cromos de los niños; o donde se pegaban anuncios como ‘se vende mula torda’ o ‘se ofrece ama de cría’. Estos primeros templetes, según el archivo municipal, datan de 1891 diseñados por Trinidad Cuartara para los comerciales Juan Antonio Martínez Parra y José Fernández Gil, en lo que antes se conocía como Plaza de Bilbao, frente a Puerta Purchena.




Muy a principios de siglo ya estaban funcionando el Kiosco Nacional, de Antonio Segura, enfrente del Pasaje, el Kiosco Mercantil, frente al bar Frutero, el de José Mateo Cabrera, el del Correo, de Ignacio Morales, el de Julián Valero Sánchez y los de Bonillo y Plaza, que fueron los más sonados y los que más se perpetuaron a través del tiempo.




Antes de que se implantarán los kioscos en aquella Almería aún veguera y con más de la mitad de su población analfabeta, periódicos como El Heraldo de Madrid y otras cabeceras señeras de la metrópoli llegaban en correo de postas  de tracción de sangre con dos o tres días de retraso y cabeceras locales como La Crónica, o La Inde más tarde, las vendían voceros por la calle con la resma bajo el brazo.




Fue Juan Bonillo Siles, oriundo de Uleila, quien empezó vendiendo prensa en el Paseo, en un portalillo que había al lado de la Platería Martínez y la mercería de Caparrós, cuando Torcuato Luca de Tena lo nombró su primer corresponsal en Almería y le empezó a enviar la Revista Blanco y Negro y después el  linajudo ABC, desde donde distribuía al resto de kioscos.




Bonillo Siles, que tuvo el kiosco primero en la Plaza de Juan Cassinello y después junto a la calle Ricardos, falleció en 1938, en plena Guerra, a los 70 años, haciéndose cargo del negocio su viuda Emilia Pérez Hernández. Su hijo, Juan Bonillo Pérez tomó el relevo a mediados de los 50. Fue un personaje peculiar, jugador del  Hispania, árbitro y empleado del Banco Hispano Americano, ocupación que tuvo que dejar para hacerse cargo del kiosco de sus padres. El segundo Bonillo se convirtió en la distribuidora de prensa de toda Almería y abrió almacenes en la calle Padre Luque y Plaza Urrutia y contaba como ayudantes con Pepe Fernández y los hijos de Higinio Gabín, que trabajaban en El Yugo. Vivió la edad de oro de las ventas de periódicos, de fascículos, de telenovelas con más de 70 puntos de venta.




Falleció en 1978 y tomaron el relevo su hija María Patrocinio Bonillo y su yerno José Alonso, quienes mantuvieron el negocio hasta que lo traspasaron a finales de los 90 a Manolo del Aguila y después  a Milán, que lo volvió a transferir   ya sin venta de diarios.




El otro kiosco histórico  en la ciudad, que aún perdura en cuarta generación, es el de Plaza que inauguró Rafael Plaza Martínez y que heredó su hijo Rafael Plaza Llanos (1905-1975). Fue soldado del Batallón de Transportes y asiduo columnista republicano en diarios como Adelante. Tomó el relevo su hija Carmen y Vicente Puertas y en la actualidad lo gobierna su nieta Carmen Gracia. Otros kiosqueros del Paseo fueron José García Fuentes, Carlos López, Constantino Pérez, el de la Editora Nacional del padre de Marco Rubio, el de la Sección Femenina y el de José Andújar.



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