Una colonia fruto del éxodo hacia la ciudad

Un tierno pueblo en el interior de Almería

El Mercado de Abastos da la espalda a la plaza central del barrio, entre las calles Campoverde y Campogris.
El Mercado de Abastos da la espalda a la plaza central del barrio, entre las calles Campoverde y Campogris.
Cristina Da Silva
22:52 • 01 oct. 2017

La colonia de Los Ángeles extendió Almería hacia nuevas fronteras. La antigua Escuela de Maestría Industrial -fundada en 1961 en el edificio de las Destilerías Fernández Mateos- es hoy el colegio de primaria Indalo y su explanada trasera soporta los cimientos del instituto del IES Los Ángeles desde los años 80. 




Manuel Soto, director de este instituto, lo cataloga como “una referencia en formación profesional”, ya que comenzó siendo una escuela de oficios, entre los que destacaban los relacionados con la albañilería y la mecánica. Actualmente, es el único que ofrece formación química en la provincia. Esta circunstancia atrae a alumnos de todos los puntos que, junto a los que viven por allí, suman unos 1.500.  




Un total de 120 profesores imparte clases de variada temática en esta zona en continuo crecimiento, inaugurada por personas venidas de otros barrios y, sobre todo, de pueblos de la provincia. El mercado y el pabellón de deportes son otros dos “puntos neurálgicos”, apunta Manuel, al tiempo que muestra una fotografía que data de 1964. En ella aparece un grupo de soldados que se graduaron por aquel entonces en la Escuela de Maestría. 




La Molineta (ahora desplazada) continúa siendo una zona de recreo del barrio y el camino hacia el pabellón estuvo antaño repleto de higueras, chumberas y algarrobos. “Nos comíamos los frutos, estaban buenísimos”, añaden dos de las primeras moradoras del barrio, reunidas en la mercería Trini en lo que definen como “un popurrí de vecinas”.  




Se mudaron al barrio hace más de 50 años. “Entonces no había luz ni agua y las calles estaban sin asfaltar, cubiertas de tierra roja”, recuerdan. El cortijo de la familia Cassinello surtía de agua a las pocas viviendas que había en apenas un par de edificios y ‘el tío Paco’ venía a cobrar el agua, de casa en casa. En invierno, con la caída del sol, a partir de las seis de la tarde no había más luz que la que colgaba de cada portal. 




Un barrio obrero y de pueblo, “muy hermoso”, que experimentó su gran evolución a partir de los 80. “La gente compraba casas para sus hijos que venían del pueblo a estudiar a la capital”, en una época de auge económico que auspició la apertura de numerosos comercios. Con sus más de 20.000 habitantes, comenzó a convertirse en un gran barrio que “era de lo mejor dentro de la clase media”. 




“No bajábamos al centro a nada porque aquí teníamos de todo”, exclaman. El “renombre” de la mercería Trini le ha permitido vestir al barrio durante cuatro generaciones. “Toallas, juegos de cama y camisones que luego pasaban de moda” conformaron el tradicional ajuar de las mujeres de esta zona plagada de pequeño negocio. 




“Hay pocos supermercados grandes, exceptuando el Día y el Lidl de la Rambla. Eso crea arraigo entre los vecinos. Provoca que el entorno social esté más vinculado con el barrio”, explica Manuel Soto. Entre los estantes repletos de tintes para el pelo y ropa interior, las vecinas recuerdan que las fiestas de Maestría se celebraban en la explanada que ahora ocupan la iglesia y los bloques aledaños, mientras que la plaza 28 de Febrero quedaba reservada a los ‘cacharricos’. 


Además, “donde está el pádel había una balsa de un cortijo que tapiaron”. Para los observadores es posible ver los refuerzos en las paredes de las torres colindantes. En la ubicación de la guardería La Esmeralda se encontraba ‘el campillo’, que “servía para jugar al fútbol, para secarnos el pelo… Para todo”. “De adolescentes, nos íbamos en grupo a La Molineta a pasear, a ver quiénes había, a hablar de nuestras cosas. Eran unos tiempos muy bonicos”. 


No disimulan la pena en el rostro al afirmar que la colonia “ha cambiado mucho”. “Se sigue vendiendo bien porque sigue habiendo comercios, pero muchos menos que antes”. La crisis económica no casó con el desarrollo. “Se sintió el bajón”, dejando una estampa de “matrimonios en los que se han ido al paro los dos”, “gente mayor que ha fallecido” e “hijos que se van despidiendo del barrio; aunque no totalmente porque vuelven a comer y a llevarse el tupper de vuelta”, bromean. 
El director del IES Los Ángeles resalta, a su vez, la inestabilidad propiciada por el socavón financiero, ya que muchos de los padres de sus alumnos trabajaban en el sector de la construcción. “Hubo señales muy evidentes, como la supresión del viaje de estudios durante varios cursos”. 


Según indica una de las vecinas, el edificio más antiguo -un bloque de cuatro viviendas en la calle Turquesa- cumplirá 54 años el próximo mes de abril. Frente a él se halla la guardería, en cuya ubicación había un algarrobo junto a un pozo en torno al cual se festejaban los 18 de julio, día del alzamiento militar que dio origen a la guerra civil. El apellido del constructor, Ferrete, sirvió de nombre a esos pisos quincuagenarios y a otros más jóvenes.


De igual modo, el edificio marrón que hace esquina en el cruce de Quinta Avenida con Tarrasa fue el primero de los apartamentos de otro constructor, Terriza, que también dio nombre a una serie de viviendas. Una vecina que lleva 60 años el bloque asegura haber visto crecer al barrio “como a los niños”. “Mirabas y sólo veías huertas. Este era el edificio más alto”, comenta. Y un poco más lejos se encontraban ‘los chalés’: “En realidad son dúplex, pero los llamábamos así porque estaban nuevos y nos parecían grandes”. 


En el barrio podían distinguirse tres zonas que, de suroeste a noreste, se denominaban la colonia Belén (en la confluencia de la rambla y su afluente, desde el mercado de abastos hacia abajo), el barrio de la Concepción (en zona intermedia) y la colonia de los Ángeles (hacia arriba). 


“Se entraba por la calle Marchales y por la calle Inglés. La calle Maestría se abrió después”, relatan las vecinas, enriqueciendo con detalles la memoria colectiva.


“Pegado al CEIP Indalo había unas cocheras en las que se guardaban los vehículos de la funeraria”, señala una de ellas. “Al taller de corte y confección venían muchos de Sorbas y de Tabernas. Vivían casi todos en el mismo bloque”, añade otra. 


En menos de una hora no menos de diez vecinos entran en la tienda para recoger sus cupones de lotería de la cofradía del barrio, a la que pertenecen todos. Pili, Pepi, Ana o Manolo son algunos de sus nombres. “Salimos el Domingo de Ramos con la procesión”, explica mientras tacha nombres de una lista la dueña de la mercería Trini que, por cierto, se llama Carmen. 



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