Alejandra bebe a sorbitos pequeños un zumo que le atenúa las náuseas que lleva sintiendo toda la mañana, tantas que hace un rato se ha tenido que ir a la habitación a descansar un poco. “A veces, vienen solo diez minutos, otros días, un par de horas o, como hoy, la mañana entera. Depende de cómo se encuentren. Pero el trato que tenemos es que ellos, si pueden, deben venir al menos un rato cada día”.
Quien habla es Javier López-Gay, uno de los cuatro profesores que imparten docencia en el aula hospitalaria de Torrecárdenas y ella, Alejandra, es una cría alta, espabilada y coqueta que está ingresada en el área de Oncología Pediátrica del complejo hospitalario. Desde hace casi dos años lucha contra la enfermedad con una entereza admirable.
Y afronta con naturalidad y enorme valentía su diagnóstico: cáncer de pulmón.
A su lado, su amiga Lucía, de expresivos ojos marrones, habla de lo que a ella le ocurre con el mismo grado de espontaneidad y madurez. “En abril me empezó a doler mucho la zona lumbar, la espalda, la cadera. Fuimos a un osteópata. Nada más verme, le dijo a mi madre que nos viniéramos a Urgencias corriendo. Me hicieron unas pruebas y salió que tengo leucemia linfoblástica aguda”, relata.
Aya, que también está sentada en esta particular clase, notó hace unos meses que le costaba andar, siempre le dolía una rodilla. Empezó un peregrinaje por varios hospitales hasta que la familia supo lo que le pasaba a la niña. Sufre un osteosarcoma, el tipo más frecuente de cáncer de huesos en la infancia. “Al principio, no querían contármelo, pero luego dijeron: ya es grande, tiene 12 años, tiene que saber lo que le pasa”, explica. Sofian, que acaba de incorporarse a la conversación, lleva en el hospital pocos días. Le acaban de diagnosticar un cáncer óseo. Está en primero de la ESO y lo que más le gusta es la asignatura de Educación Física. Dice que cuando sea mayor quiere ser futbolista.
Los cuatro niños, todos de 12 años, dan clase en el aula hospitalaria de Oncología Pediátrica en Torrecárdenas el tiempo que permanecen ingresados. El objetivo es que no se ‘descuelguen’ a nivel educativo. A veces, pasan aquí solo tres días, lo suficiente para que los médicos ajusten sus dosis de quimioterapia; otras, una semana. En ocasiones, tiempo indefinido si se trata de pacientes crónicos. O vienen a diálisis, como le ocurre a Fran, un vivaracho chaval de diez años, varias veces en semana.
Para cada uno de ellos -menores en tratamiento oncológico, pacientes agudos y crónicos y niños hospitalizados en el área de Nefrología-, el hospital habilitó hace años aulas diferentes para que puedan seguir sus asignaturas. Todas son amplias, luminosas, con estanterías llenas de libros y juguetes para los niños más pequeños.
“A veces, es duro, no voy a negártelo. Pero es muy gratificante al mismo tiempo, porque establecemos vínculos con los críos y sus familias mucho mayores que en el colegio. En ocasiones, es una lucha de emociones. Imagínate, vienes con alegría, pero hay algunos tratamientos que se complican y eso se vive a la par que ellos”, relata María del Mar Bautista, otra de las maestras que dan clase en Torrecárdenas y que se ocupa de los niños que están en el área de Nefrología.
Días difíciles Elisa Bernárdez es la más veterana de todos. Lleva casi treinta años dando clase a los niños hospitalizados y conoce a la perfección esa sensación ambivalente de la que hablan sus compañeros. Hay días difíciles, mucho. Hace poco, por ejemplo, falleció uno de sus alumnos, un niño de 8 años con el síndrome de Kleine-Levin que llevaba largo tiempo ingresado. “Afortunadamente, la medicina ha avanzado tanto que una gran mayoría se recupera”, cuenta Elisa. Ella y María del Mar Valls, la cuarta profesora que trabaja en Torrecárdenas, han dado clase a niños que han sufrido un ictus, que tienen lupus o que han nacido con espina bífida. A pesar del coste emocional que se le supone a su trabajo, ambas aseguran que es “tan gratificante” que no lo cambiarían por nada.
¿Y para ellos, para los niños? “Bueno, lo peor es estar en el hospital. Pero el rato que estamos aquí en clase es bueno”, cuenta Lucía. “Yo trato de hacerles ver de que, a pesar de la mala racha por la que están pasando, tienen la gran suerte de estar en un país desarrollado donde tienen esto. Para muchos padres que vienen de fuera, de Marruecos o Rumanía, el hecho de tener una escuela en el hospital es algo inimaginable. Es una gran suerte” concluye Javier.
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