Desde los seis años bajo el plástico de los invernaderos, José Antonio Fernández es la cabeza visible de los regantes almerienses. Mesurado pero sin renunciar a llamar a las cosas por su nombre, afronta una de las peores crisis a las que se enfrenta el sector.
¿La agricultura le llegó desde la cuna?
Soy descendientes de al menos cinco generaciones de agricultores. Primero en Adra y la Baja Alpujarra con regadíos y secano, luego con los primeros invernaderos que se levantaron en la provincia.
Con ese ADN a cuestas, iniciaría pronto su actividad en el campo?
Cuando mis padres se trasladaron a Vícar y construyeron nuestro primer invernadero yo tenía seis años, pero entonces los niños también íbamos a ayudar en lo que se podía, hacíamos también vida familiar bajo el plástico.
¿Cuando inició su propio camino en esta actividad productiva?
Mi primer invernadero lo levanté en el año 1986, cuando tenía sólo 21 años, junto con mis hermanos, sobre unos terrenos sin cultivar en el pueblo y nos hicimos cargo de ella. Una aventura, a decir verdad, porque éramos muy jóvenes.
¿Había dinero para esa inversión?
Sí que lo había, pero era de la Caja Rural de Almería (risas). La inversión no era tan alta porque se trataba de terrenos propios, pero aún así había que asumir un riesgo. Por suerte en aquellos tiempos la rentabilidad era mucho más alta que ahora y los créditos se pagaron en muy poco tiempo.
¿Sabe que empezó su actividad justo cuando España ingresó en la Comunidad Europea?
En ese momento no lo había pensado, pero me doy cuenta de que el momento de invertir fue el adecuado porque a partir de ese momento las producciones se intensificaron gracias a la apertura de los mercados europeos. Fue un buen momento, sí.
Otra coincidencia, ¿compra nuevas tierras justo cuando se libera el mercado de la UE en el año 1993?
Ese año Tierras de Almería parceló y vendió sus propiedades y a esa oferta acudí en busca de nuevas oportunidades. La liberalización de los mercados comunitarios, no tener que pagar aranceles, vino muy bien al sector y, evidentemente todos los beneficiamos de la mejora de las condiciones, fue como el pistoletazo de salida para los almerienses.
Usted fue presidente del PP de Vícar, ¿qué le llevó a abandonar la política?
Efectivamente formé parte del PP de Vícar y fui concejal desde 2003 a 2011, ocho años como concejal y portavoz de la oposición. Llegue a ser presidente de la Junta Local de Vícar, pero al final me marché porque donde manda capitán no manda marinero. Vi un partido excesivamente jerárquico, en el que nada se mueve sin que la dirección lo apruebe.
¿O sea que fue la dirección provincial la que provocó su dimisión?
Me fui porque en ese sistema no me encontraba cómodo, sobre todo cuando las imposiciones pesan más que tus compromisos con la gente de tu pueblo. Mis vecinos me pedían cosas que en el partido no me permitían hacer. Puse el tema encima de la mesa y Gabriel Amat decidió disolver la Junta Local y nombró una gestora con gente de fuera de Vícar. Aún no se ha recuperado.
¿Llegamos al agua: la actual es la peor situación de los últimos tiempos?
Estamos en un momento difícil, pero más que por la cantidad de agua disponible por problemas de derechos, porque en Almería muchas comunidades se iniciaron de forma privada, como comunidades de bienes, y no se ha normalizado aún.
Y por encima de la escasez de agua tenemos un problema de sequía mental de nuestros dirigentes políticos; disponemos de recursos y de experiencia para gestionarlos, pero nuestros representantes políticos se desconoce la gestión y no nos aportan las soluciones que necesitamos.
¿De verdad hay agua para solventar esta sequía?
Si se hubieran hecho los deberes tendríamos 44 hectómetros cúbicos en aguas depuradas y regeneradas, tendríamos la desaladora de Villaricos en marcha con 15 hectómetros más, la desalobradora de la Balsa del Sapo con otros 8, pero esos recursos no se están aprovechando y ya hay mucha gente que no puede regar.
¿Se puede hablar entonces de negligencia?
Valore usted mismo en base a esos asuntos y a otros como que el Pantano de Benínar pierde el agua por las filtraciones y nadie lo arregla, o los retrasos en proyectos de depuradoras que ya deberían estar en marcha para evitar tirar toda ese agua al mar.
¿Es tan importante el papel de los políticos?
Un ejemplo: en Cantabria acaban de terminar su autovía del agua, en buena medida porque hay políticos como Miguel Ángel Revilla que no han dejado de presionar hasta conseguirlo. Aquí tenemos 22 parlamentarios en Sevilla o Madrid cuya voz no se oye a pesar de tener más población y más PIB que cantabria. Almería necesita una voz, políticos que pagamos todos y que tendrían que estar tirando del carro. Deberían sentarse y acordar un plan, una estrategia, pero en lugar de eso buscan simplemente la confrontación constante.
¿Hay una unión real entre los regantes?
Nuestro colectivo ha logrado unir a todos en torno al problema. El mejor ejemplo lo tenemos en el Plan de Recuperación del Acuífero del Poniente, donde han sido los regantes los que han diseñado un plan para salvar el acuífero con buenas dosis de solidaridad y de visión de futuro. Estamos concienciados de la importancia de respetar los recursos e incluso somos conscientes de que hemos de devolver al medio ambiente lo que le hemos ido quitando.
¿Qué es lo que impulsa esa unidad de acción?
En unos casos la concienciación sobre los problemas y la búsqueda de la sostenibilidad, como es el caso del Poniente, en otros la imperiosa necesidad de agua, en el caso del Almanzora.
¿Más trasvases o más plantas desaladoras?
Los regantes hablamos de trasvases básicamente porque se trata de un agua mucho más barata que la de desaladora. Pero hay que entender que los trasvases dependen de la climatología y si no llueve no llegan, como ocurre en la actualidad. Las desaladoras aportan estabilidad, pero a mayor coste. Ambas soluciones pueden y deben ser complementarias.
¿Se puede asumir el coste del agua desalada?
Entiendo que el agua tendría que tener el mismo trato que la electricidad, donde hay una tarifa común, con independencia de la procedencia de la energía. Si queremos ser justos y no crear agravios entre productores, todos deberíamos pagar lo mismo por el agua, un precio basado en la solidaridad.
¿Se ha alcanzado el tope en el ahorro de agua?
La tecnología nos sigue aportando soluciones, pero los almerienses hemos sido pioneros en la aplicación de sistemas que economizan al máximo el agua. A partir de ahí es difícil seguir reduciendo el consumo por hectáreas, o al menos conseguir reducciones en porcentajes tan elevados como los que se lograron en los últimos años.
¿Es el Poniente más eficiente que el Levante en la utilización del agua?
Nosotros tenemos consumos por hectárea y año de 3.000 metros cúbicos porque la optimización es máxima en los sistemas de cultivo bajo plástico. En el Levante el consumo sube hasta 6.000 metros cúbicos. En esa situación las necesidades de aquella zona son mayores.
¿Cree necesaria la famosa autovía del agua?
Lo es porque nos permitiría una gestión más ordenada de los recursos hídricos, acudir en auxilio de zonas en problemas como ocurre ahora con el Almanzora. Sólo se hicieron unos pocos kilómetros, pero destinados al abastecimiento de poblaciones atendidas por Galasa. Si se completara podríamos recurrir a cesiones temporales, hacer el sistema más flexible.
¿Existe realmente la solidaridad entre regantes?
La hay y, de hecho, ya se ha constatado con cesiones de agua desde unas a otras en momentos de necesidad, siempre en zonas en las que las infraestructuras de conducción las hacen posibles, por ejemplo de Tierras de Almería a Sol y Arena hace unos pocos meses.
¿No ha habido una cierta pasividad a la hora de reclamar por el agua?
La gente que nos dedicamos a la agricultora es muy activa y se dedica más a trabajar que a reivindicar, pero cuando las situaciones se complican, cuando los problemas se hacen insoportables, reaccionamos y lo hacemos con toda contundencia.
¿Cuál es, desde su óptica, la situación de la agricultura almeriense?
Creo que hemos hecho un buen trabajo en estas últimas décadas, también desde la comercialización, y en especial por parte de las cooperativas. Pero creo también que en los últimos tiempos nos hemos dormido y ello ha dado pie a un aumento indeseado de operadores. Eso nos divide y nos limita.
¿Qué haría usted para evitar esa situación?
Pienso que dese asociaciones como Coexphal habría que dar un paso adelante y trabajar para asegurar los mercados y ofrecer unos precios justos a los productores, que es a los que hay que cuidar porque son la base de nuestro modelo productivo. La Junta, años atrás promocionó la creación de cooperativas y eso fue un error estratégico importante.
¿La concentración nos daría más poder?
Almería puede y debe unir fuerzas para imponer precios en origen y mientras eso no se afronte estaremos a merced de la distribución.
¿Se necesita liderazgo en el campo almeriense?
Hay, en efecto, un cierto déficit de liderazgo, aunque está claro quien debería ejercerlo que es la asociación de cooperativas, coordinarse para asumir ese papel por el bien del conjunto del sector. Esa falta de liderazgo se nota en el tema del agua, porque la comercialización necesita a los agricultores, y los agricultores necesitan a las empresas; por eso creo que tendrían que tomar cartas en este asunto y sumar voluntades en lugar de dividir.
¿Cual es su modelo ideal para la provincia?
El modelo Almería es el familiar, que además es el que mejor responde en situaciones de crisis, porque las familias permanecen y enriquecen su territorio, mientras los grandes grupos, los inversores externos que promueven grandes explotaciones, no tienen problemas en abandonar el territorio cuando aparecen dificultades. En Almería tenemos además un buen ejemplo, el de Tierras de Almería, una zona que sólo funcionó cuando las parcelas pasaron a manos de 800 familias almerienses locales.
Es además un modelo que garantiza una estructura de comercialización provincial y más fuerte, porque los grupos inversores tienden a comercializar por su cuenta.
¿Cuál es el límite de producción de Almería?
El límite lo marca la comercialización, en función de la demanda y de la capacidad para obtener unos precios justos para el productor. Ahora piden más producto, pero no son capaces de garantizarnos esos precios.
¿En definitiva, hemos de cuidar más nuestros exhaustos acuíferos?
No podemos crecer a costa de acuíferos sobreexplotadas, como el caso de Tabernas. Hay que abordar planes de recuperación donde sea posible, y buscar fórmulas para la recuperación ambiental de las masas de agua allí donde se ha producido un daño ecológico.
¿Ve a la agricultura almeriense un buen futuro?
Tenemos un modelo basado en la eficiencia y eso nos permite ser optimistas.
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