Ciudad Jardín se caracteriza por la apacibilidad de sus calles. En las fachadas, el blanco idiosincrático de los municipios costeros del sur parece inherente al sosiego que sus interiores albergan.
La barriada se construyó entre 1940 y 1947 bajo la dirección del arquitecto Guillermo Langle Rubio, que diseñó los subconjuntos de denominación geográfica que pueblan la zona. Comenzó por el oeste, con las calles La Marina, Cuba y América. Posteriormente, calles como El Salvador, México, República Dominicana y Chile alargaron el vecindario hacia el norte, donde se sitúa el Tagarete.
Langle también ideó la planta de la iglesia de San Antonio de Padua, la estructura más destacada de la plaza de España. Entre este santuario y la avenida Cabo de Gata, proliferan nombres como Canarias, Baleares, Castilla o Aragón; mientras que hacia el este –rodeando a la plaza Colón y apuntando hacia las 500 Viviendas– la designación de las vías retorna a lo autóctono con Andalucía, Huelva, Córdoba, Jaén y Vera.
Gabriel Rodríguez mora el barrio desde 1960. Cuenta que la plaza Colón fue antaño la sede de un mercado central “con una barraca para vender”. “Tenía unas parras y vendían de todo en las casetas: uvas, pescado…”.
La época del mineral
Los barcos atracaban entonces en el Cable Francés, a la espera de recibir la carga del tren del mineral procedente de las minas granadinas de Alquife: “El tren abría las compuertas que tenía por debajo y caía el mineral a unas cintas que lo transportaban hasta el barco. Normalmente, veías a las personas mayores barriendo el mineral que caía al suelo para que no se fuera acumulando”.
A diferencia del Cable Inglés, de 1904, construido en hierro por la compañía de ferrocarril y minas ‘The Alquife Mines and Railway Company’ (bajo las directrices de la escuela Eiffel), el Cable Francés fue fabricado en cemento y yeso durante los años 20.
El mineral era un residente más e inundaba con su tonalidad propia cada rincón de Ciudad Jardín. La pintura grisácea de las casas evidenció durante lustros la ocupación de buena parte de la población almeriense.
“Los vagones del tren pasaban por lo que ahora son los bloques Presidente. Había un túnel por el que nos metíamos de niños. Lo atravesábamos y salíamos por la punta arriba. Ahí nos escondíamos las parejillas, para que no nos vieran los mayores”.
También se refugiaban en el soportal de la iglesia: “Antes no tenía reja y al salir de la escuela nos sentábamos en el suelo para hablar sobre las novias y esas cosas. Entonces los niños iban al colegio de abajo y las niñas al de arriba”.
Demografía
Entre los oriundos se distinguen todo tipo de profesiones: “Hay médicos, abogados, arquitectos… Esos viven en las casas de planta baja que hay cerca de la iglesia. Arriba, en las casas más pequeñas, más humildes, viven albañiles”. En cuanto a él, comenta que adquirió su vivienda en esta última zona por unas 300.000 pesetas, hace cerca de 40 años.
Igualmente, “se ve mucho profesor de instituto y de universidad”, así como trabajadores del puerto. Mientras señala con el dedo cada una de las casas que circundan la plaza de España, Gabriel apunta que el inquilino de la primera fue empleado de la compañía eléctrica Sevillana y que el de la tercera trabajaba en el Banco Bilbao (hoy BBVA).
Otro vecino, Federico, explica rápidamente que “aquí residen dos tipos de personas: una con dinero (en las casas más céntricas) y otra que vive en el Tagarete y sería de menor poder adquisitivo”.
Renovación
“Hay muchas casas nuevas porque las viejas están construidas con malos materiales y el terreno provoca humedad en los bajos. Se tiende a renovar las casas enteras. La zona del Tagarete está hecha de viviendas que se construyeron en los tiempos de Franco y que se han ido deteriorando con el tiempo”.
Respecto a esto, Gabriel matiza que la verdadera causa de los desperfectos se halla tras “los cordones para las antenas que colocaron en las fachadas y que acabaron provocando que se vinieran abajo”.
En cuanto a los establecimientos, “no hay más bar que El Lengüetas; la iglesia para casarse y morirse, el ambulatorio y la farmacia. Para otros servicios hay que ir al otro lado de la carretera”, indica Federico, quien considera que no son necesarias más tiendas “porque hay muchos comercios cerca, aunque estén fuera del barrio”.
Cambios
Esa farmacia que menciona se hallaba en sus orígenes dentro de la antigua Casa de Socorro –en la que nació Gabriel–, convertida ahora en el Centro de Salud de Ciudad Jardín. La farmacia ha cambiado varias veces de ubicación desde entonces, hasta situarse a la izquierda de este ambulatorio.
Conversando sobre la evolución de las formas de ocio, Gabriel recuerda los días de cine de su juventud: “En la parte de abajo de la avenida Cabo de Gata (que queda a mano derecha si se va en dirección al auditorio) estaban el cine San Miguel y un par de bares. Para las películas, también teníamos la terraza de Ciudad Jardín y, por el Zapillo, la terraza de los Cármenes; además del cine Bahía”.
De niños, se encargaban de colocar los carteles de las películas que proyectaban cada día en los cines, para situarlos a la vista de los transeúntes.
“Si ponían, por ejemplo, ‘La muerte tenía un precio’, la gente al pasar andando o con el coche lo veía y ya sabía que había esa película en el cine. Luego, cuando tocaba cambiar el cartel, barríamos, echábamos un chorreón de agua, limpiábamos y a colocar otro. Así nos dejaban entrar gratis y nos daban nuestro puñado de cacahuetes”.
En la actualidad, siguen disfrutando de las ventajas que les proporciona la ubicación del barrio. Federico asegura que “se puede ir al centro dando un paseo”. “Vivimos estupendamente”, concluye.
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