El alemán de La Maquinista

Carlos Bahlsen levantó la primera factoría industrial junto a Las Almadrabillas y fundó una de las primeras fábricas de electricidad

Alfredo Bahlsen, hijo de don Carlos, en el centro con sombrero blanco, junto a otros empresarios, en el Parque de Almería, en 1920.
Alfredo Bahlsen, hijo de don Carlos, en el centro con sombrero blanco, junto a otros empresarios, en el Parque de Almería, en 1920.
Manuel León
01:00 • 19 nov. 2017

Fue La Maquinista uno de los primeros soplos de revolución industrial que emergió en una ciudad chata aún, en la que los grandes capitales hasta entonces habían elegido otras latitudes para levantar grandes ingenios mecánicos coronados por penachos de humo. Fue esta fábrica de fundición junto a la zona de Las Almadrabillas, el principal foco de trabajos de calderería pesada, máquinas de vapor y cables mineros. Fue, por un tiempo ahora remoto, el sueño del progreso, de la prosperidad, de la civilización para una tierra humillada hasta entonces a vivir exclusivamente de lo que daba la tierra y el mar. 




Fue inaugurada La Maquinista -junto a la vieja Fábrica del Gas y el depósito de minerales de Lengo-  en 1890, bajo la dirección de Francisco Giménez Ulibarry como la mejor factoría entre Málaga y Barcelona para construcción y reparación de artefactos mecánicos. Contaba con un torno de 450 metros de diámetro, taladro giratorio, horno de fundición, molino para triturar carbón, punzones, poleas, limadoras, martillos gigantes y máquinas de curvatura. Allí se armaba desde una locomotora hasta una linotipia para los periódicos.




Fue en ese tiempo de hierro, polvo de mineral y barcazas de marengos  en la orilla, cuando llegó a la ciudad un enérgico ingeniero alemán llamado Carlos Bahlsen que compró La Maquinista a su fundador en 1895 y le dio un impulso que la convirtió en una de las primeras fábricas de ingeniería de la región: más de 500 proletarios llegaron a estar empleados en sus talleres y las alabanzas por su empuje y hasta fiereza de ánimo para los negocios le llovieron en los diarios decimonónicos al teutón. 




Locomotoras y cables
Ese espacio al que aún no había llegado el Cable Inglés se convirtió en el paradigma del progreso, entre el silbido del vapor, el chirriar del hierro y el crujido del carbón en el horno. Allí se construyó una locomotora para la azucarera de Montserrat de Fernando Cumella, se repararon las calderas de los vapores uveros y se armaron los cables mineros de la Sierra de Bédar o del Colativí o el primer puente metálico que se construyó en la Rambla del Obispo.




Bahlsen, el arrojado alemán de Westfalia, encandiló a Almería con su legítima personalidad para los negocios y fue también, junto a su socio Peteers, el impulsor de la primera fábrica de electricidad que se instaló en Almería, en la Avenida de la Estación, donde, en el momento de su construcción, se documentó la aparición de un cementerio romano.
Karl Bahlsen Padhe -don Carlos el alemán como se le conocía en Almería- nació en la ciudad  de Ibenbüren en 1857 donde se tituló como ingeniero. Se casó a los 30 años con Paula Eickhoff y de inmediato se trasladó a España para trabajar como ingeniero de máquinas en las minas de La Unión y Cartagena. Un año más tarde apareció  por Garrucha para dirigir el cable aéreo que acababa de instalar la Compañía de Aguilas desde las minas de Bédar hasta esa rada donde llegaban vapores a cargar en sus bodegas el cotizado mineral de hierro.




Fue en su tiempo ese teleférico minero el más largo de Europa con 15 kilómetros de longitud, 347 postes metálicos y 660 vagonetas que movían 400 toneladas de mineral en diez horas de trabajo. 




Pero su ambición y su energía le hicieron trasladarse a la capital donde resolvió quedarse con La Maquinista que no había arrancado con la energía esperada y que él convirtió en la joya de la corona de la industrialización almeriense. Allí se hartó de construir cables mineros para Lucainena, Almagrera, Gérgal y Sierra Alhamilla. También, desde su oficina y vivienda en la calle Martínez Campos, se hizo con la representación de casas extranjeras como Felten&Guillaume y fue el apoderado de Sir Thomas Morel, un galés propietario minero en Almería que fue alcalde de  Cardiff. En 1898, las empresas de Bahlsen tuvieron un movimiento de caja nada despreciable de un millón de duros.




Al alemán le tocó vivir también una época de huelgas laborales en su fábrica de las que, en algunos casos, salió mal parada su reputación.


La prensa dividida
Consiguió dividir a la prensa local entre sus aduladores y sus detractores: La Crónica Meridional y La Independencia festejaban su empuje y valentía para hacer frente a la lucha obrera; El Radical, el Regional y el Diario de Almería lo tachaban de mantener una actitud de patrono sin escrúpulos. Uno de sus redactores tuvo que dormir un día en la prisión de la calle Real por injurias a su persona. Uno de los caballos de batalla de estos conflictos laborales fue el dos por ciento que Bahlsen descontaba del sueldo a sus empleados por contar de forma permanente con un practicante -el señor Herrera- en la fábrica y un médico, Alberto Berdejo, en la Casa de Socorro, para eventuales accidentes o lesiones laborales. Tuvo como capataces y hombres de confianza al frente de La Maquinista a José Iborra Picón y a su cuñado Carlos Eickhoff. 


El hijo futbolista del Almería Nuevo Club
Su hijo Alfredo se graduó también como ingeniero y se incorporó al negocio. También formó parte el continuador de la saga del primer equipo de football de la ciudad en 1907, el Almería Nuevo Club.


Jugaba de medio centro, entrenaban en el Cuartel de la Misericordia y disputaban los match en los terrenos del andén de costa. En este primer elenco de futbolistas almerienses figuraban, entre otros, Antonio Alemán, Rafael Calzada, Rogelio Ubeda y Ricardo Jiménez. Era también el joven Bahlsen un consumado tenista y miembro del Tennis Club junto a Fernando Talavera y Andrés Cassinello. A partir de 1914 el negocio de La Maquinista empieza a torcerse: ya no llegaban tantos pedidos con la crisis de la Primera Guerra Mundial.


De héroe a villano
Don Carlos el alemán pasa entonces de héroe a villano y Hacienda le embarga la fábrica por impago de la contribución y la subasta se la queda  el señor Bernabeu por 30.000 pesetas en un controvertido procedimiento con el que Bahlsen no quedó conforme y recurrió ganando el pleito. Abrió de nuevo la fundición de sus desvelos en 1921 rompiendo el candado a martillazos e intentó, sin conseguirlo, reflotar una actividad que ya había quedado herida de muerte. Cuando iba de camino a ver a su hijo a punto de morir de neumonía  en un hospital de Málaga, falleció su mujer en Almería y don Carlos no pudo estar presente en ninguna de las dos muertes. Desertó angustiado de sus negocios y falleció años más tarde, en 1930, de un infarto caminando por una calle de Valencia.  



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