No hubo nunca una mujer. Fueron todos caballeros intrépidos, bien dotados para el comercio marítimo o minero los que ocuparon los despachos consulares de una de las ciudades entonces más cosmopolitas del país; no hubo ni una sola señora -como si no existieran- que estuviera alguna vez al frente de un despacho diplomático en la Almería mercantil de entre siglos.
Ese club masculino, con señores tocados con sombrero hongo y calzados con lucidas botas de importación, representaron desde las primeras décadas del siglo XIX los intereses de más de una veintena de naciones europeas y americanas constituyéndose en una casta especial, bajo una bandera que ondeaba en la ventana de su oficina. Fue la Almería de los vicecónsules -los consulados correspondían a ciudades más pobladas- que se encargaban de tramitar pasaportes,expedir documentos, ofrecer atención y cuidado a los nacionales de cada país, en definitiva a ser paladines de los estados para los que estaban comisariados.
No llevaban toga como los cónsules romanos, pero sí conservaban algo de su origen de jueces protectores durante las cruzadas, volcados con el ramo del comercio. Cuando Pedro Antonio de Alarcón llegó a Almería por tercera vez en 1872 se encontró con una ciudad cambiada, culta, en la que sus hombres de negocios vivían un poco a la inglesa y se afeitaban y mudaban todos los días de camisa. Descubrió entonces una suerte de casino al que llamaban Costum, donde sus socios, entre ellos los vicecónsules, se reunían a fumar legítimo tabaco, a beber indiscutible moka y a leer en los diarios las cotizaciones de los minerales en la Bolsa de Londres, mientras algunos dormían la siesta en mecedoras de caoba.
Era un auténtico club inglés en pleno corazón de la Almería medieval, ubicado justo en la esquina de la calle Real con la calle del Arco (donde hoy está Cortinas Lupión) donde, entre volutas de caliqueño, los Berjón, los Roda, los Spencer, los Ronco o los Esteller compartían ocio y negocio; donde se apañaba igual un casamiento patricio que un flete de plomo o un cargamento de esparto rumbo a los sombríos muelles de Bristol o Copenhague.
Uno de esos primeros vicecónsules que llegaron a Almería fue el inglés Joseph Spencer procedente de Gibraltar, que inició negocios de exportación de minerales y cuyos descendientes fundaron Spencer y Roda, una de las casas de comercio y banca más legendarias de la historia de la ciudad.
También de Gibraltar llegaron más tarde los Ronco, cuyos miembros fueron vicecónsules en Almería con actividades de flete y de consigna en el Puerto, una sociedad que aún sobrevive, como la de los López Guillén, fundada por el granadino de Almuñécar José López Guillén.
Eduardo Romero Valverde, el fundador de la sociedad Romero Hermanos, fue vicecónsul de Argentina, mientras exportaba uva a mercados como la lejana India y el danés Federico Fischer, que fue decano del Cuerpo Consular -el dueño de Villa Cecilia- representó a un tiempo los intereses de los súbditos alemanes, daneses y suecos. Fue durante décadas, hasta su muerte en 1918, el gran patriarca de los diplomáticos almerienses y sufrió escarnio cuando, durante la Guerra de Cuba en 1898, su casa en la calle Almedina fue apedreada, cuando ya había dejado de ser agente consular norteamericano.
El empresario hotelero austriaco Rodolfo Lussnnigg, dueño del Hotel Simón, fue vicecónsul de Austria-Hungría, el anticuario Miguel Ruiz de Villanueva (Costa Rica), Adalberto Ruiz (Turquía), Antonio Manzano (México), Walter Maclellan (Colombia), Odón Hardenne (Bélgica), Juan Murisson (Gran Bretaña), Antonio Villegas (República Dominicana), Antonio Burgos Beloy (Portugal) y antes, José Burgos Cañizares, de este mismo país y de Brasil, padre de Carmen de Burgos Colombine.
Fermín Estrella Moreno, padre del escritor, fue vicecónsul de la caribeña Cuba y Tomás Roda, de Rusia.
Había un empleado portuario, Míster Votarín, que cuando había alguna vacante consular en la ciudad era el comodín que asumía la representación, desde Uruguay hasta Noruega.Andrés Casinello Barroeta fue cónsul de Venezuela, con despacho en la calle Careaga, Atilio Constanzo y Santiago Peydro (Argentina), Francisco Rovira (Uruguay), Angel Vicaíno (Panamá), Joaquín Martínez (Perú), Carlos Pérez Burillo (Guatemala), Juan Terriza (Finlandia), Edgar Bizet, Camilo Bilange, Emilio Lacoste y Pablo Cazard (Francia), Felipe Barron (Gran Bretaña), Hugo Prinz (Alemania), Magnus Harrison (Iglaterra), quien facilitó durante la Guerra el canje de muchos presos.
Antonio Manzano fue vicecónsul de México, Francisco Cordero (Países Bajos), Adelchi Garzolini (Italia) y Juan Antonio Martínez de Castro (Costa Rica).
En Garrucha desempeñaron cargos consulares el escocés Alejandro Kirkpatrick, el inglés Jorge Clifton Pecket, Arturo Lengo (Grecia e Italia), que se batió en duelo con el británico Alejandro Harrison, los Moldenhauer, los Berruezo, los Fuentes y los Chasserot. En Adra, Federico Burr, los Cuenca, Rafael Dalmau, Diego Guerrero o José de la Muela Chacón, entre otros.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/142607/la-almeria-de-los-viceconsules