De niños, cuando jugábamos en las inmediaciones del convento de las Puras, escuchábamos a algunos vecinos del lugar, los que llevaban toda su vida ligados al barrio, hablar de la calle del Médico sin que supiéramos que ese rincón, desconocido para nosotros por el nombre, correspondía a ese pequeño callejón que desde la calle del Granero o del General Castaños desembocaba en la misma puerta del citado convento. La calle tenía entonces una placa de piedra, ya desaparecida, donde se podía leer el nombre de Sánchez Toca, pero los más antiguos seguían llamándola por su nombre más remoto: la calle del Médico. Muchos años después supimos que Sánchez Toca y el médico eran la misma persona. Se trataba de un ilustre catedrático de Anatomía quirúrgica, operaciones y vendajes, que saltó a la fama cuando en 1852 fue llamado para asistir a Isabel II herida de cuchillo después del atentado del cura Merino.
Había también muchas calles que no estaban dedicadas a personajes célebres, sino que llevaban nombres sencillos, nacidos muchos de ellos de la vida cotidiana y del lenguaje popular. Algunas de ellas estaban dedicadas a animales. Entre el Paseo de San Luis y la calle del Hospital aparecía el callejón llamado del Oso, que después dedicaron a la ciudad de Alicante, denominación que todavía conserva. También existía la calle del Mico, otro callejón, que corría detrás del Palacio del Obispo, uniendo las calles de Lope de Vega y Cervantes. Cuando le quitaron el nombre del mono la bautizaron con el del patrón de la ciudad, San Indalecio. En las inmediaciones de la calle Trajano estaba la calle del Pez, hoy Bordiu; entre la Avenida de Vílches y la Rambla de Belén aparecía la calle de la Sirena, nombrada después de Almotacín; la actual calle de Lepanto se llamó del Lobo y la calle de Pereda, ya desaparecida bajo los pies de San Cristóbal, fue en su tiempo la calle del Colorín. Aún mantienen su nombre la calle del Mosco, un pasadizo junto a la plaza del Granero y la calle de las Cabras, del León y la Plaza de la Mula, hasta hace una década lugares de referencia en el Barrio Alto.
Aquellos nombres antiguos de las calles tenían un sabor remoto , casi de comienzo, de primera vez. La calle del Aire, hoy Martínez Almagro’, con su mala fama de rincón sombrío donde anidaban las casas de citas más escandalosas de la ciudad; la calle del Apremio, que después se llamó de Arriaza, entre el entramado de callejuelas del barrio de Duimovich; la noble calle del Baile, a los pies de las murallas de La Alcazaba, bautizada luego con el ilustre nombre de Aristóteles.
Otro paraje que conservó su aspecto medieval hasta hace cuarenta años fue la calle llamada de la Bajada, hoy de Alfonso VII, junto al edificio de la librería Pastoral. La actual calle del Pueblo fue antes calle del Cosario y la céntrica calle de Antonio Vico, que sube hasta el Cerro de San Cristóbal, se llamó del Engendro. Había nombres de gran belleza como la calle de la Hermosura, antes de ser dedicada al religioso José María Navarro Darax, o la calle de la Encantada, que desde la Plaza del Carmen ascendía hasta las laderas de los cerros del Quemadero.
También desaparecieron de las calles los nombres de Aberróez, Álava, Alhambra, Apolo, De las Arcas, Betunes, Caleros, Caza, Despeñaperros, Fraile, Guadiana, Juanete o Salto. Pasaron al olvido como tantas otras que nacieron de las modas o de los movimientos políticos. Cada cambio político dejó su huella en las principales calles de Almería. Cada nuevo régimen trajo sus nombres para designar a calles, paseos y plazas. Ya en 1868, tras el triunfo de la Revolución que acabó con el reinado de Isabel II, se aprobó que a nuestro Paseo, la vía principal de la ciudad, se le asignara una nueva denominación: “Que el Paseo llamado de Cádiz, sea y se entienda de Orozco, teniendo en cuenta que la hermosa barriada construida en aquel sitio es debida al terreno que el señor don Ramón Orozco ha cedido para la construcción de los edificios allí levantados”, consta en el acta de aquel día. También se acordó que la Puerta de Purchena se sustituyera con el nombre de Plaza de Cádiz, “por haber sido esta invicta ciudad la iniciadora de la revolución que felizmente reina en la península”.
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