Desde la calle Real hacia arriba, hacia los andurriales de esa Almería vieja, de esa Insula Barataria en la que se está convirtiendo - ¿se ha convertido ya?- el centro histórico, no hay ni una sola zapatería; ni un banco con cajero; ni una tienda de ropa. Va envejeciendo eso que llaman el casco viejo, como envejece un casco de Mahou en una esquina por la que no pasa la máquina limpiadora; si la provincia de Almería es una isla, el centro histórico es una isla dentro de otra isla -una isla al cuadrado- en la que flotan piedras casi milenarias, monjas en conventos, museos y gente que se mete en asociaciones con ánimo de trabajar por su barrio, un barrio que más que gente necesita enfermeros de la UCI.
El centro histórico -no el centro de poder, ni el centro de los dúplex con piscina en la Vega o en El Toyo- se convierte cada día que pasa en un parque temático para el resto de Almería, al que se acude para hacerse selfies con las luces de Navidad o para consumir tapas y cañas en los bares -de eso no falta- y mearlas, antes de regresar a la confortabilidad del hogar residencial. Están ahí todas esas calles que se enmascaran de vez en cuando con nuevo pavimento, pero en las que sigue sin aparecer sangre nueva que actúe de catalizador para que se recupere tanta casona vieja para convertirla en una tienda de muebles, por ejemplo. Ahí están todas esas calles que se mueren, porque se mueren sus moradores, porque no hay relevo generacional en, por ejemplo, la calle Velázquez, La Reina, la Plaza Campomanes, la Plaza Granero, La Almedina, Plaza Muñoz, Almanzor, Cepero, Gómez Campana, Arráez, Chantre. Cervantes, Lope de Vega y un largo etcétera. Se salva la calle Pedro Jover, que es como el Nueva York del Centro Histórico. No es fácil, pero algo tendría hacer el equipo de Gobierno de ese distrito que es también el suyo. Está demostrado que no vale cambiar farolas, en un sitio donde se apaga la luz humana. Hay un plan ya en fase de adjudicarse para rehabilitar el Centro, un Plan estratégico ambicioso, sugerente, seductor. Pero de qué sirve construir palacios y paraísos si no vive gente, si no se incentiva que lleguen familias jóvenes, singles jóvenes, gente que no cobre paga de jubilación. El centro histórico necesita más almas y menor armarios. Los que allí viven, los robinsones de esa isla literaria, se sienten cada vez más como partes de ese parque temático -como el MiniHollywood de Tabernas- que son los alrededores de la Catedral y los conventos, el Murec y el guitarrero museo, el Palacio Episcopal y la Plaza Vieja. Transitan legiones de turistas con guía entre las palmeras de la la Seo, en el estrechamiento del convento de las Puras, o subiendo por Almanzor hasta la fortaleza moruna. Y entre todas esas patrullas de forasteros, se apartan los vecinos de esas calles cada vez más deshabitadas cuando aquellos huyen de vuelta por la calle Eduardo Pérez como diciendo: "Vámonos, que aquí no tenemos nada más que hacer".
Ahora que la ciudad se regocija entre sonajeros como el proyecto del nuevo Paseo, entre algodones como la rehabilitación de la propia Plaza Vieja, bien valdría una mirada humana, no solo urbanística, al casco histórico, más allá de que sirva solo para ir allí a hacerse fotos en la barra del Puga o junto a la espada de Jairán.
Dentro de unos días cierra sus puertas para siempre el supermercado de Carreño, esencial durante la pandemia, una institución en la calle La Reina, porque se jubila tras toda una vida de trabajo, y se quedan en la estacada alimentaria cientos de vecinos, de familias de los alrededores, muchos de ellos ancianos, sin vehículo para ir al Mercadona. Ya no queda ningún otro comercio del ramo -solo el de Lolica, como oasis en el desierto- para dar alimento a tantos vecinos dela zona.
Cuando recitan de memoria, como los reyes godos, los gobernantes locales de todo signo que hay que gobernar para solucionar los problemas reales de la gente, los vecinos del centro histórico les hacen llegar este grito: a partir del 1 de enero de 2025, cierra una tienda más en el centro y cada vez se pone más difícil comprar un cartón de leche. No está el Gobierno Local para abrir economatos, no es su función, pero quizá sí para incentivar que algún comercio nuevo -que no sea un bar- llegue al barrio. De la manera que sea, aunque haya que recurrir a la estrategia de Diputación para evitar la despoblación rural, abriendo tiendas y cajeros en Velefique, Senés o Instinción. Para evitar que el Centro Histórico se convierta en Bayárcal.
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