“Poco cambio”, “poca evolución”, “más o menos igual” son las respuestas que se oyen al preguntar a los moradores de Altamira sobre la trayectoria de un barrio que no llega a los 60 años de vida. Quienes prácticamente bautizaron el vecindario atestiguan que los edificios conservan un aspecto similar al de entonces.
Sin embargo, la inmovilidad urbanística no se traduce en un ambiente estático. Y, conforme la reconstrucción temporal avanza en sus respectivos relatos, muchos se percatan de que la vida en las calles ha variado.
Comercio artesano
Muebles Casado ha constituido, durante décadas, un referente en el trabajo del mimbre y la madera. Su tienda de la calle Altamira vio la luz hace 30 años, una parte de los cuales se trasladó a la avenida Vilches, mientras duraron las reformas del antiguo local.
“Notamos la diferencia un poco después de haber vuelto. Esto no tiene nada que ver con lo que había antes. Entre la apertura de los centros comerciales y la crisis económica –que no se acaba– la cosa ha bajado. Además, lo que ocurre en nuestro caso es que la gente no se anima ya a adquirir este tipo de muebles”.
Causas
Lidia, una de las propietarias de Casado, agrega otro factor decisivo a las pérdidas generadas por la crisis financiera y las grandes superficies: la adopción de nuevos hábitos de compra.
“La gente ahora acude a los ‘chinos’ porque son más baratos y sus artículos les proporcionan el servicio que buscan. Hoy hay oferta amplia y es raro que se pidan muebles a medida. Son más caros y cada vez nos fijamos más en los precios”, argumenta Lidia.
Expone su batalla con el banco para que le dispense el pago de un alquiler por el datáfono: “No lo tengo y más de uno se queja por no poder utilizar la tarjeta, pero es que no me renta. Me cobrarían de 15 a 20 euros al mes”.
Explica que estaría exenta de abonar la locación si superase los 600 euros de venta a través del aparato. No obstante, alcanzar dicha suma “no es tan fácil porque depende del mes y no todos los clientes querrían pagar de esa forma”.
El boom de los 90
“Los buenos tiempos fueron de los 90 al 2000. En esa época no daba miedo hacer pedidos grandes, porque encargabas 12 armarios sabiendo que los ibas a vender. Ahora no nos arriesgamos. La cosa empezó a decaer al entrar el euro”.
“Cuando mis hijos eran chiquitillos, había días en los que la tienda estaba tan llena que ni atendiendo a los clientes mi marido, mi suegra y yo a la vez podíamos ocuparnos de ellos y los teníamos que mandar a casa”, comenta.
“Buena zona”
Hoy los tiempos son distintos y la venta resulta ardua, pero ni Lidia ni su marido querrían vivir en otra zona que no fuera Altamira. “Tenemos de todo; no nos podemos quejar. Estamos muy cerca del centro, con la ventaja de que aquí cuesta menos aparcar y no hay tanto agobio como allí”.
Ambos valoran el clima y la tranquilidad de Almería. “Me encanta salir a la Rambla, ir descendiéndola y ver el mar al fondo. Para mí eso es medicinal”, anota Lidia.
La dueña de la peluquería Alicruz apunta en la misma dirección: “Están cerrando bastantes negocios y la verdad es que da lástima”.
María José nació en el barrio hace 49 años. “A Altamira se mudaron matrimonios jóvenes. La mayoría de ellos sigue viviendo aquí. Casi no ha venido gente nueva y el vecindario ha ido envejeciendo”.
“Las obras de la Rambla nos conectaron con el centro, pero esto sigue prácticamente igual. La edificación moderna se ha hecho en la parte que da a la avenida Federico García Lorca. El resto de los bloques tiene entre 40 y 50 años”.
El ambiente
Ana, de Superzapato, tampoco ha visto demasiado desarrollo en los 27 años de vida de su zapatería. “En comercios estaba mejor antes y no sólo han cerrado tiendas; también supermercados. Primero quitaron El Árbol y últimamente un Día”.
“También se veía más ambiente, porque había gente joven con niños que iba de acá para allá, para llevarlos al colegio y recogerlos. La parte de arriba de Altamira ha perdido movimiento. La de abajo no tanto”, afirma Ana.
Descenso
Enrique, de la Administración de Lotería número 15 (‘Nuestra Señora de la Salud’) opina que, desde que abrió el local en diciembre del 95, “el barrio ha ido yendo a menos”.
“Los que viven aquí son ya mayores. Algunos están en residencias y los hijos se han ido marchando, por lo que las casas se han quedado vacías. Se ha conseguido alquilar algo, pero muy poco”.
“Se ve más ajetreo por la mañana, cuando los jubilados salen a comprar o a pasear, pero por la tarde ya nada”, comenta Enrique.
Su negocio no se encuentra en una situación boyante. “Ahora porque estamos en campaña de Navidad. El resto del año la venta es escasa”.
Crecimiento discreto
En Doctor Barraquer (la calle en la que se ubica la Administración de Lotería), Antonio Mateo Márquez conversa con otros vecinos al abrigo de la tienda de embutidos Pepita.
Lleva 45 años residiendo en Altamira y afirma sin titubeos que este era “uno de los mejores barrios”. Asegura que, aunque no se advierta en exceso, sí que ha evolucionado.
“De establecimientos no había ni la cuarta parte de lo que hubo después ni incluso de lo que hay ahora, pero qué duda cabe de que los de antes vivían bastante mejor. No había supermercados ni cadenas y los vecinos comprábamos todo en esas tiendas”.
Ratifica que “los edificios no han cambiado nada, pero sí se nota la transformación de los alrededores”.
“Por un lado, se construyó lo de la Rambla, que pasó de ser un cauce de agua a lo que es hoy. Por otro, se modernizó la parte de la carretera de Ronda. Más allá de esa avenida no había más que huertos. Esa zona se ha ido edificando en muy poco tiempo. Pero estas calles se mantienen igual”.
Como los demás, advierte que “los jóvenes prefieren casas nuevas y con cochera”. “Aquí sólo quedamos los de mi edad y un montón de pisos vacíos que nadie quiere”.
“Yo ahora, por ejemplo, cuando voy por la zona del Alcampo, donde vive mi hija, me acuerdo de cómo era esto hace 30 años. Un barrio atrayente, que se encontraba en la periferia y en pleno crecimiento”, ultima Antonio.
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