La plaza y el entorno del ‘18 de Julio’

Fue el médico Ángel Maresca el que dio la idea de humanizar la plazuela con un jardín

Vista del solar del sanatorio ‘18 de Julio’ en noviembre de 1947.
Vista del solar del sanatorio ‘18 de Julio’ en noviembre de 1947.
Eduardo D. Vicente
14:59 • 24 ene. 2018

En agosto de 1947, cuando Almería celebraba su feria, el Boletín Oficial del Estado publicaba el anuncio de la subasta de las obras para la construcción de una clínica-sanatorio para la obra sindical ‘18 de Julio’, por un importe cercano al millón y medio de pesetas. La noticia fue recibida con entusiasmo en una ciudad que no tenía más centros de salud que el viejo Hospital Provincial y la humilde Casa de Socorro. 




Se hacía urgente la necesidad de poner en marcha un sanatorio moderno que cubriera a los afilados al seguro de enfermedad que empezaba a ser obligatorio para todas las clases trabajadoras. El lugar escogido fue un solar que existía en el malecón de poniente de la Rambla, pegado a lo que entonces era la calle de Paco Aquino, hoy Santos Zárate, un escenario donde los años de guerra habían dejado varada la Clínica de Maternidad que había proyectado la República.




Los trabajos se encargaron al contratista Juan José de las Heras Salmerón, el mismo que entonces estaba construyendo la clínica particular del doctor Domingo Artés, junto al colegio de la Salle.




En octubre de 1947 se iniciaron las obras del ‘18 de Julio’ en unos años en los que la ciudad estaba en creciente progreso urbanístico tratando de conquistar definitivamente el otro andén de la Rambla. Los trabajos se alargaron durante más de dos años, aunque la estructura del edificio ya estaba totalmente terminada para el verano de 1949. Fue entonces cuando el director médico de la Obra Sindical, don Ángel Maresca Gómez, dirigió un escrito al Ayuntamiento exponiendo que “hallándose próxima la terminación en instalación de la clínica-sanatorio, se está en el caso de atender a la urbanización de la plaza situada en la fachada principal del edificio. Me permito la sugerencia de que se incluya un pequeño Jardín”, pedía el médico en su carta. En septiembre de ese mismo año la comisión de Fomento aprobó la urbanización de la plaza y la construcción de un jardín, viendo el mal estado en que se encontraba aquel anchurón yermo que se extendía delante de la clínica recién construida.




Por fin, a comienzos de 1950 el ‘18 de Julio’ era una realidad. Empezó con cerca de cinco mil beneficiarios, adscritos al seguro obligatorio: mil ochocientos afiliados pertenecían a Renfe, trescientos al puerto y más de mil al entonces llamado sector libre. Cientos de pacientes pasaban a diario por aquel punto junto a la Rambla y por aquella plaza que a partir de un modesto jardín fue ganando protagonismo en la vida social de la ciudad, sobre todo a raíz de que el Ayuntamiento autorizara la puesta en marcha de un kiosco con vocación de cafetería que se convertiría en referencia de todo el que visitaba el sanatorio. Media Almería pasó por aquel puesto en un tiempo en el que la mayoría de los niños nacían en la Maternidad del ‘18 de julio’ y donde las consultas de la Seguridad Social  estaban bajo el techo de aquel majestuoso edificio. 




Con el ‘18 de julio’ se puso de moda dar a luz en una clínica. Hasta entonces, las mujeres de Almería solían traer a sus hijos en sus propias casas, con la ayuda de una comadrona de alquiler. Las que no tenían dinero para pagarla o presentaban alguna complicación, las llevaban al Hospital Provincial. 




El kiosco nació de una vieja aspiración que había ido forjando el empresario Luis Aguilar Torres, propietario de la Bodega San José del Barrio Alto. Luis ‘el cojo’, como todo el mundo lo conocía, entendió que en  aquel anchurón junto a la Rambla se podía montar un buen negocio con un gran futuro junto al ‘18 de julio’ que se estaba construyendo y la Casa de Maternidad. Él mismo diseñó el kiosco y él le dio vida, pero las dificultades burocráticas lo fueron acorralando y después de inaugurarlo se vio obligado a venderlo.




El Kioscos del ‘18 de julio’ estuvo muy vinculado a la vida del sanatorio y a los minutos de ocio de sus médicos. Allí tomaban café los doctores y disfrutaban de las porras de churros que alimentaban y perfumaban el barrio desde el amanecer. Abría a las siete de la mañana y tenía permiso para cerrar a las doce de la noche, aunque en realidad había jornadas en las que le daban las tres de la madrugada al calor de alguna tertulia de amigos.  



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