La trepidante vida de Carlos Pérez Burillo

Fue uno de esos almerienses que no caben en su propia biografía: periodista, empresario minero, concejal, diputado, piloto, benefactor y defensor de las causas perdidas

Carlos Pérez Burillo, con el uniforme de Jefe de Superior de la Administración Civil, que fue costeado a través de una suscripción popular que él fue
Carlos Pérez Burillo, con el uniforme de Jefe de Superior de la Administración Civil, que fue costeado a través de una suscripción popular que él fue
Manuel León
01:00 • 10 feb. 2018

El mismo hombre que agarraba el volante de un Hispano Suiza antediluviano y paseaba a obispos y gobernadores por la Rambla, era el que se iba a los lavaderos de La Chanca a que las mujeres desinfectasen la ropa en la lejiadora antes de sumergirla en el agua para evitar el contagio de viruela; el mismo que celebraba banquetes con ministros de Canalejas en el salón de La Peña, era el que organizaba las comidas extraordinarias en el Asilo de Ancianos San Ricardo y en el Hospicio de los niños huérfanos; el mismo que lloró por la tierra de Almería cuando le negaron el ferrocarril de Torredelmar a Zurgena a las puertas del Ministerio, se ponía en pie y se emocionaba cuando en el organillo del Café Suizo sonaba una jota. Porque Carlos Pérez Burillo era aragonés de nacimiento y almeriense hasta el dolor. 




Un hombre poliédrico, con tantos casilleros abiertos, debió ser un tipo fantástico, que merodeó por la historia de la Almería de las primeras décadas del siglo XX. Fue don Carlos, al menos el recuerdo que ha quedado de él, un personaje imprevisible, bondadoso, histriónico, inquieto y sobre todo encariñado por los asuntos de la gestión pública. Aunque nació en Fraga (Zaragoza) en 1879, se traslado cuando solo tenía 13 años con su familia a la ciudad decimonónica que se encontraba en pleno estrépito uvero y minero. Su progenitor, Epifanio Pérez Portillo, antiguo soldado que combatió en la última Guerra Carlista, fue destinado como sobrestante de Obras Públicas a la plaza de Almería. Apoyado en una buena herencia de su esposa, la vallisoletana Juana Burillo Benedicto, Epifanio fue inmatriculando derechos mineros en los distritos de Bédar, Rodalquilar y Cóbdar, además de llevar la administración de  la rica mina Cabalga San Miguel en Las Menas de Serón.




Los Pérez Burillo fueron mejorando su posición económica y su hijo, extrovertido y parlanchín, que no llegó a terminar estudios universitarios, le dio por el periodismo en esa época de sarpullidos de juventud. Trabajó como redactor en El Radical y fue corresponsal literario de La Correspondencia de España y el ABC de Luca de Tena. Después llegó a ser propietario de El Defensor de Almería y también fue colaborador del diario La Independencia de Vivas Pérez. En 1905 murió su padre y al poco tiempo adquirió la vieja vivienda de un contrabandista en la calle Juan Lirola. Su nieto, Epifanio Pérez Porras, recordaba cómo en el sótano de la casa se conservaba un túnel que llegaba hasta la zona portuaria.




Su actividad con la pluma y el tintero le hizo escribir en ese despacho que se apañó junto al Teatro Apolo un sainete lírico en un acto -Campanillitas de Plata- que escribió al alimón con Aurelio Rendón, con música de Ernesto Ruiz Arán, que se estrenó en Buenos Aires y que nunca se representó en Almería.




Quedó viudo tras el fallecimiento de su esposa,Emilia Robles, y su único hijo, Epifanio, pasó a ser cuidado por su hermana María que permanecía soltera. Don Carlos  ya disponía entonces de su célebre vehículo descapotable, un  Hispano Suiza apodado el Pisapapeles, por su pequeño tamaño y su lento deambular por los adoquines, y de un enorme perro que montaba en el asiento de atrás que respondía al nombre de Sari. De vez en cuando hacía excursiones por los pueblos a avizorar sus negocios mineros y entonces la gente salía a verlo pasar levantando el polvo del camino. A veces se detenía en algún cortijo y salían los aparceros a admirar la reluciente carrocería o a hacer sonar la bocina.




Pérez Burillo fue concejal conservador en la época del turno de partidos, desde 1911 hasta la Dictadura de Primo de Rivera. Durante un breve tiempo fue alcalde interino y también presidente de la Comisión de Festejos que en 1914 organizó la Fiesta de la aviación, en la que participó el célebre piloto francés Lucien Demacel con su aeroplano bimotor en el que no dudó en subirse el bueno de don Carlos en la boca del río, sobrevolando toda Almería. Tras su paso por el Ayuntamiento, en la década de los 20, fue varios años diputado y presidente interino en sustitución de Vicente Cabo. Colaboró en la compra del edificio de Navarro Rodrigo  que hoy es la sede de la Corporación Provincial. 




Estuvo siempre obsesionado, Carlos, por la educación y la instrucción pública y fue un acérrimo paladín de la creación de la Escuela Normal de Maestras y de la Asociación de Exploradores, junto a José Molero Levenfeld. Conforme fue transcurriendo su vida, fue alejándose de los periódicos, que le hicieron perder caudales, y ampliando su actividad como administrador minero. En lo que nunca cejó Carlos es en su rol de hombre vinculado a las obras sociales, en campañas de higiene en las que colaboró contra la tuberculosis, en el apoyo de las clases menesterosas, formando parte de la Junta Provincial de Beneficiencia, de la Cruz Roja y del Consejo Superior de Protección de la Infancia para erradicar la mendicidad en las calles de Almería. Fue también miembro de la Sociedad de Autores, futbolista refundador del Athletic de Almería en los salones del Café Colonial y fue distinguido con la Jefatura Superior de Administración Civil en un acto en el que se volcó toda la ciudad.




Hoy ya nadie lo recuerda en Almería, su ciudad, en la que tanto disfrutó, en la que murió olvidado en 1951, pero de este maño, que se venía arriba cuando escuchaba una jota, dejaron escrito sus contemporáneos que fue el ciudadano, el político, el amigo, al que siempre le sobraba corazón.



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