Joaquín Salor: "Alguien despojado de su dignidad me despierta ganas de luchar por la vida"

Su futuro parecía escrito: había terminado Arquitectura y soñaba con tener su propio estudio, casarse y tener hijos. Sin embargo, a los 33 años lo dejó todo para

El padre Joaquín Salor en la plaza Urrutia, junto a la sede de Manos Unidas.
El padre Joaquín Salor en la plaza Urrutia, junto a la sede de Manos Unidas.
Rosa Ortiz
20:12 • 17 feb. 2018

Hace algo más de un año, la Compañía de Jesús mandó al padre Salor a Almería para hacer de puente entre esta provincia y Nador dentro del proyecto ‘Frontera Sur’. Hoy, a sus 65 años, se siente “más vivo que nunca”. 




Su vida parecía proyectada y cambió de repente. ¿Qué pasó? 
Me encontré con la llamada de Dios y terminé entrando en el noviciado de la Compañía de Jesús. Era 1991 y yo buscaba entonces una experiencia que me pusiera a la intemperie. En Barcelona había estado trabajando con críos de la calle en el barrio del Raval y aquello me generaba muchas preguntas sin respuesta.




¿Qué preguntas?
Si era justo que un niño tuviera una vida más o menos resuelta o una vida desgraciada por haber nacido dos manzanas más arriba o más abajo en una ciudad. Entonces, yo buscaba respuestas al interrogante del Dios de los pobres.




Y ¿qué pasó? 
Que aterricé en Camboya para trabajar en un proyecto con los mutilados víctimas de las minas anti-persona. Estuve allí dos años y me encontré con una realidad que me  situó ante el mundo y que le dio un sentido nuevo a mi vocación.




Manos Unidas colaboró estrechamente en aquel proyecto. 
Necesitábamos dinero para un coche con el que poder ir de un poblado a otro y nos lo dieron. Aquel proyecto inicial se ha convertido hoy en una red que ayuda a más de 30.000 familias.




¿Cuándo empezó a resolver aquellas preguntas que usted se hacía?
Poco a poco, aunque ahora tengo otras que son consecuencia de las que me hacía entonces. Hoy sé que mientras haya personas que crean en la vida y en la humanidad, hay esperanza. Y esa es una respuesta que hace 20 años no tenía.




Usted divide su labor entre Almería y Nador.
Sí, y he hallado un mundo mucho más complejo del que imaginaba. En Nador está la realidad desgarradora de la gente sobreviviendo en los bosques. Es una imagen que no se me borra. Estuve en agosto diez días  y visité 27 campamentos. 




Con las mafias dirigiéndolo todo.
Hay miles de personas  que pueden estar hasta dos años allí hasta que una noche les dicen: ‘coge tus cosas, que en media hora sales en la patera’. Y no pueden elegir ni el día, ni el momento, ni si hay buenas condiciones climáticas. Si ese día no van, pierden todo lo que han pagado y son expulsados del campamento. Esos 27 campamentos, anteayer se habían convertido en 48. 


Es decir, que, en apenas 5 meses, casi se han duplicado. 
El cierre del paso mediterráneo a través de Grecia e Italia ha provocado que el movimiento migratorio se desplace. Después, hay situaciones de guerra que nos pasan desapercibidas en la franja central de África que  provocan también el cambio de las rutas. La situación está desbordada completamente. 


Aquí se duplicó el año pasado la llegada de inmigrantes y de pateras. 
Y eso ha hecho que hayan aparecido una enorme cantidad de nuevos asentamientos que en septiembre no existían. 


¿Dónde? 
En el Poniente, en Níjar. Grupos de 40 o 50 subsaharianos que han llegado hace una semana y que no saben ni dónde están, ni quién les ha llevado allí ni qué hacer. Esto está ocurriendo hoy.


Aquí al lado, además.
A media hora en coche. En este momento, la sensación que tengo es que estoy ante un agujero negro muy grande…


Es una situación compleja, llena de aristas.
Eso es, porque, por una parte, está la explotación de los que trabajan en los invernaderos y de la gente que no tiene papeles, pero, por otra, ves que hay empresarios que admiten a gente sin papeles y que se juegan su sustento por las multas de la Inspección de Trabajo. 


Un submundo ante el que cerramos los ojos.
Cierto. A nuestro alrededor hay mucha injusticia, mucha suciedad. Hay empresarios que se aprovechan de la debilidad de los indocumentados y que están ofreciendo 28 euros al día por 10 horas de trabajo en un invernadero. 


El problema es que nos hemos habituado. En Almería, hace ya mucho tiempo que dejó de hablarse de la situación de los asentamientos. 
Mira, cuando yo cuento estas cosas me dicen que esto en Almería ya no ocurre. Y claro que pasa. Lo que sucede es que no se ve si no vas. Y cuando llegas, compruebas que hay inmigrantes viviendo peor que en algunas pocilgas, en condiciones tan infrahumanas que uno se plantea cómo no tenemos un mínimo de dignidad para darnos cuenta de que son personas como nosotros. 


El discurso combativo, casi revolucionario, que tienen los jesuitas…
No todos….


Bien, no todos. Ese discurso no gusta a los poderosos.
No gusta nada. Denunciamos lo que es evidente, solo que a la administración no le gusta oírlo. 


Su vida, ¿está llena, es completa? 
Mucho. A mi una persona que ha sido despojada de toda dignidad me despierta ganas de luchar por la vida. Y lo experimento como un regalo. Ahí está Dios lanzándome a un proyecto de vida que todavía no se ha terminado. 


Entonces, de jubilación, ni hablar. 
¡En absoluto! Me siento más vivo y con más energía que nunca. 



Temas relacionados

para ti

en destaque