San Félix es un pequeño y amable vecindario, que podría calificarse incluso de diminuto. Sin embargo, sus reducidas dimensiones no menoscaban, en absoluto, la gran familiaridad que sus habitantes profesan en el trato diario.
Así lo describen en la Óptica Orberá de la calle David: “San Félix es como un pueblo en el que la gente se conoce y se saluda al verse. Yo llevo pocos meses aquí, pero ya he podido percibirlo”, afirma Beatriz, empleada de la óptica.
Un barrio antiguo
Como otros vecindarios del centro, “es una zona de gente mayor, que es ya propietaria de los pisos, que se encuentra estabilizada económicamente”.
“Han venido jóvenes que han alquilado algunos de esos apartamentos, aunque, en su mayoría, aquí continúan viviendo los mismos que hace 40 años”, añade Dolores, que también trabaja en la óptica.
Esa antigüedad inherente a San Félix encierra multitud de historias sobre sus calles y sus gentes. “Antes de que hicieran las obras de la Rambla, aquello era como el fin del mundo”. Al cauce de agua “daban las partes traseras de las casas y los patios. Las fachadas estaban orientadas hacia las calles exteriores. Cuando se arregló la Rambla, parece que las casas dieron la vuelta. La gente empezó a esmerarse porque se vieran bonitas también desde este lado”, cuenta una sonriente Dolores.
La óptica en la que trabaja fue un bar, hace bastantes años. Aún conservan en la trastienda los restos de –literalmente– medio cuadro que parece estar adosado a la pared. El lienzo muestra una escena costumbrista de toreros ataviados con trajes de luces.
“La Rambla creaba una gran división. Primero hubo un paso bajo, con unas escalerillas a cada lado, para descender y volver a subir. Luego, construyeron un puente peatonal que venía a parar justamente a la calle David”, especifica Tomás. Es dueño de la tapicería que preside la mencionada vía del lado de la Rambla, desde hace 31 años.
Nuevos vecinos
“¿Diferencias respecto a hoy? Por aquel entonces, los vecinos eran todos de por aquí. Ahora, a muchos de ellos les he perdido ya la pista y ha venido gente de fuera”, prosigue Tomás.
En su opinión, “estos barrios no tienen perspectivas ni porvenir. El futuro pertenece ya a las zonas nuevas. Pero aquí seguiremos aguantando, mientras podamos”.
“Continúa siendo una zona de paso; siempre lo ha sido. Y, por eso, conserva algo de vida, aunque está yendo a menos”, esgrime Tomás.
Restos desaparecidos
José, vecino de la zona, señala su buena ubicación, al situarse cerca de varias de las arterias principales de la ciudad, como la carretera de Granada, la avenida Santa Isabel y la carretera de Ronda.
“Donde se encuentra ahora el patio de la Cartagenera, había hace muchos años una fábrica de ladrillos y losas, con ese nombre. Elaboraba las pilas para lavar la ropa a mano”, recuerda José. Habla de la plazoleta rodeada de bloques de pisos que flanquea la calle de la Cartagenera.
José explica que, un poco más al norte, también entre la carretera de Granada y la Rambla Amatisteros, había otra fábrica de saneamientos, que desapareció igualmente.
Rosa, otra vecina del barrio, vivió lo referido por José. A su vez, cuenta que la zona albergaba los laboratorios de la empresa de perfumería Briséis, “que se situaban junto a un desguace de maderas”.
“Si hablamos de hace 50 o 60 años, todo esto, hasta Caravaca de la Cruz, era una cortijada llena de cultivos. Las pocas casas que había eran de planta baja”, relata.
“En la calle Marchales”, continúa Rosa, “antes de que construyeran el mercado de Los Ángeles, ponían los puestos en la misma carretera, a diario. Era como un mercado de abastos al aire libre”.
Cambios
En opinión de Rosa, en el barrio han tenido lugar dos puntos de inflexión. El primero, ascendente, cuando construyeron los edificios, allá por los años 60. El segundo, descendente, desde que comenzó el declive de los comercios de la zona.
Eli es dependienta de Modas Maru y sobrina de la propietaria de esta conocida tienda de ropa en San Félix. Pronto cerrarán el negocio, por sus escasas ventas.
“Entre los centros comerciales, las tiendas de chinos, las compras por Internet... Se han producido una serie de cambios que, en un sentido, han creado mejoras pero, en otro, están hundiendo a las pequeñas y medianas empresas. Llega un momento en el que tienes que admitir que no puedes seguir”, lamenta.
Vida comunitaria
Eli y Rosa añoran los tiempos en que la asociación de vecinos organizaba eventos. “Fiestas, chocolatadas, concursos, actividades para los niños... Lo hacíamos todo nosotros y cada uno aportaba lo que podía”.
"En las fiestas, mi madre se bajaba a la plaza con las vecinas a cocinar para todo el barrio. El bar San Félix ponía las bebidas, las tiendas ofrecían los regalos de las rifas: un vestido, un peinado en la peluquería...”, detalla Eli.
“Se trataba de planear actividades para el barrio, con las propias personas que vivían en el barrio”, agrega.
Curiosidades
“En una ocasión, nos juntamos los de la asociación y le regalamos a la iglesia de San José –en el Barrio Alto– una estatua de San Félix. Desde entonces, cada año la sacan en procesión”, comenta Rosa.
Recuerda una anécdota que ocurrió en su edificio. “El novio de la hija de Tomás –el tapicero– es motero. El día que se casaron, vinieron un montón de motoristas a recogerla a casa. Llenaron la plaza (la del cruce de las calles Comercio y Romanos). Ella salió montada en moto, con el vestido de novia puesto. Los demás la siguieron, formando una larga fila. Fue algo chocante y curioso de ver”.
Por otro lado, el edificio Portaviones fue el primero en disponer de ascensor. En sus bajos, se encontraba la agencia de transportes Triunfo, “que movía los camiones de toda esta zona”, explica Eli.
Relata que, de niña, jugaba a menudo en sus soportales. “Nos metíamos casi hasta la parte en la que guardaban los camiones, para saltar a la comba o jugar al elástico”.
Un par de décadas antes, durante las fiestas de San José, era Rosa quien se divertía en las atracciones de feria. Allí, en plena Rambla, comió más de un algodón de azúcar y más de un cartucho de garbanzos tostados a la lumbre.
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