El movimiento que están liderando en todo el mundo millones de mujeres, acompañadas por muchos menos hombres, para reivindicar una igualdad real en todos los ámbitos de la vida -laboral, social, económico, político, institucional, doméstico también- no va a ser fenómeno de un día. Estamos ante un profundo cambio de sensibilidad, ante un proceso colectivo de toma de conciencia que debe llevarnos a una transformación a mejor de nuestra sociedad, de nuestra forma de asumir con naturalidad lo que debe ser natural. Una transformación que debe reconocer que aún estamos lejos de una equiparación absoluta de las dos mitades de la población y que las mujeres, solo por el hecho de serlo, parten con desventaja en la mayoría de los órdenes de la vida. Y no solo eso. Que en demasiadas ocasiones las mujeres, solo por el hecho de serlo, están más expuestas a la violencia, la discriminación, el acoso o la pobreza.
Es innegable que ha habido avances en los últimos tiempos. La incorporación de mujeres a la educación,
al mundo profesional, a la política, a la participación, a la vida pública, ha sido muy importante.
Pero no es menos cierto que esa incorporación no consigue cerrar brechas como la salarial, ni romper el techo de cristal, ni lograr la corresponsabilidad en las cargas domésticas, ni frenar las situaciones de acoso, ni terminar con la violencia de género… No ver que las mujeres soportan un mayor peso y que su contribución no remunerada al sostenimiento de nuestras sociedades es infinitamente mayor es, sencillamente, cerrar los ojos ante la realidad.
Pero no basta con reconocer todo ello, situaciones cuya existencia demuestran sin lugar a dudas las estadísticas. Reconocerlo es solo el primer paso. Es necesario comenzar a actuar de manera decidida, convencida y persistente en el camino de la igualdad. ¿Cómo? Las medidas son numerosas pero pasan por la educación, por un lado, y por la legislación -con su correspondiente acompañamiento punitivo-, por otro. Y, sobre todo, pasan por que los hombres, cada vez más hombres, participen de este proceso de toma de conciencia y se incorporen a la que debe ser una transformación imparable de nuestras mentalidades.
Que los hombres, cada vez más hombres, no aplaudan comportamientos que minusvaloran o cosifican a las mujeres.
Que los hombres, cada vez más hombres, participen de las responsabilidades compartidas.
Que los hombres, cada vez más hombres, repudien y denuncien las situaciones de violencia, de acoso o que incomodan a las mujeres. Y que la construcción de nuestros modelos culturales no perpetúe clichés que sitúan a las mujeres en un plano de sometimiento o de inferioridad.
Es un camino largo y difícil el que queda, que va a estar plagado, sin duda, de fuertes resistencias.
Ocurre siempre que hay cambios sociales profundos. A vencer esas resistencias no ayudarán posiciones exaltadas ni las que recurren a argumentos estrambóticos. No son necesarios. La razón está de parte de la igualdad. Se trata de defenderla con toda la firmeza y con todo el rigor de los argumentos bien fundados.
Nos encontramos ante un momento de oportunidad que no debemos desaprovechar. Hoy, 8 de Marzo, Día Internacional de las Mujeres, es el día en el que podemos empezar a cambiar.
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