España vive una incertidumbre moral que es hija a la vez de la reacción y del progreso. El progreso está representado ahora por Internet, que alberga las redes sociales y pone a punto, supuestamente, el pulso de la sociedad. Y la reacción, es decir, el espíritu reaccionario que albergamos en algún punto oscuro del alma, también está representada en ese ámbito de progreso. El insulto, el rumor, la descalificación, además de la manipulación de las noticias en forma de bulos, han desnaturalizado la relación entre los ciudadanos. Ahora toca reflexionar. El desgraciado hecho que implica la vida de un niño almeriense, desperdiciada por un alma perturbada, da lugar ahora a multitud de manifestaciones contradictorias.
Ha tenido que ser la madre de Gabriel, Patricia, la que haya acudido primero a los medios para que éstos ejerzan el autocontrol a que obliga cualquier regla de sentido común de este trabajo que ahora mismo ejerzo en LA VOZ. Los periodistas estamos obligados a trabajar con dos elementos de una enorme delicadeza: la relevancia de nuestras informaciones y la responsabilidad de contrastarlas. Ha tenido que ser la madre de Gabriel, Patricia, la que nos recuerde ambos factores; la desgracia que ella vive ahora corre el serio riesgo de alcanzar los niveles de escándalo que aquellas redes sociales son capaces de canalizar sin pudor alguno.
Son lecciones que vienen de la parte más dolorida del suceso. Ella ha vivido estos días, con su familia, la terrible amenaza del rumor, de la noticia mal dada, la tentación de espectáculo en la que ahora cae el periodismo. Su advertencia ha sido noble y oportuna. Porque no es noble ni oportuno lo que pasa aquí cada vez que periodistas desaprensivos toman como si fuera materia frívola lo que es la esencia de la vida: el respeto por el dolor.
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