Había salido ya de la Catedral de Almería el ataúd blanco. Los padres. Sus seres queridos. Las autoridades. Representantes de las cientos de personas que se emplearon a fondo durante doce días en una búsqueda imposible. Y de entre los 5.000 ciudadanos que los esperaban para darles consuelo en la plaza, tras el repique de las campanas, alguien pidió un padrenuestro para Gabriel y cientos de voces se sumaron a la oración como una sola. En una escena que ponía los pelos de punta y, a la vez, devolvía la fe no en una religión concreta, la fe en el género humano, en que los buenos seguimos siendo mayoría.
Almería -esa ciudad apática en movilizaciones sociales, esa ciudad con fama de inmovilista- cerró ayer un capítulo emocionante. El emocionante capítulo de cómo el corazón de sus habitantes se encoge y se paraliza ante la sonrisa de un niño y ante el dolor de unos padres. 5.000 personas siguieron la homilía en recuerdo de Gabriel Cruz desde la pantalla gigante ubicada en la Plaza de la Catedral, como otras miles mantuvieron cinco minutos de silencio el domingo en Puerta de Purchena y se concentraron el viernes en el mismo lugar cuando había lugar para la esperanza. Aunque quizá todavía lo haya.
Porque emulando el ejemplo de entereza de Patricia Ramírez, madre de Gabriel, miles de almerienses presenciaron el funeral con la dignidad de saber que ya solo queda recordar, recordar con amor, y confiar en la justicia. Sin mensajes de odio, ni escenas en caliente. “Los que dicen cosas feas son una minoría, Patricia nos ha dejado con la boca abierta con su mensaje de cariño. Hemos venido para compartir el dolor de esta familia y brindar un último homenaje a este niño. Ha sido muy duro soportar estos doce días, toda España ha llorado con ellos”, decía Antonia María Ortega, que solicitó permiso en su trabajo para ausentarse.
Al lado, Paqui Ortega hablaba del movimiento social generado en torno a esta familia y a esta “madre coraje, una mujer valiente sin una pizca de odio”. “Jamás me había movilizado, pero estos padres lo merecen; los comentarios de odio, eso sí, no nos representan”, añadía en sintonía con su hermana.
Sobre el padre, Ángel Cruz, se expresaba Manuel López Gay: “Siento una tremenda admiración por la templanza de ambos, pero es que el padre ha tenido un papel muy díficil, es muy fuerte lo que ha sucedido, muy duro”. “Lo hemos vivido de cerca porque tenemos conocidos comunes, vamos mucho por Rodalquilar. Este acto es para arroparlos, para acompañarlos en este último adiós”, señalaba Belén Alemán.
Imagen insólita
Pocas veces la Plaza de la Catedral ha reunido a tanta gente. Dividida en tres bloques, con una parte central dedicada a los innumerables medios de comunicación acreditados (se contaban hasta siete unidades móviles). La pantalla gigante a un lado de la fachada del monumento. Fotógrafos apostados en el ‘terrao’ del hotel, que lucía un crespón negro que, en posición lateral, cobraba forma de ‘pescaíto’.
La aglomeración humana no disuadió a las octogenarias Ameli Martínez y Mª Mercedes Antolinez a la hora de recorrer media ciudad con unas andaderas, desde el barrio de la Plaza de Toros venían, por el “sentimiento” compartido hacia un niño. “Y todo por una tía mala”, decía la de delante, mientras su compañera le daba en el brazo y susurraba: “No se puede decir”.
“Es como si fuéramos familia porque he salido mucho con la abuela”, exclamaba Dolores Román, que no duerme desde que Gabriel desapareció y ayer ocultó a sus hijos que iba a la Catedral. A lo que Francisco Robles apostillaba: “Qué quiere que le diga, no los conozco de nada, pero siento dolor”. “El niño no se lo merecía, no lo vamos a olvidar nunca”, sentenciaba María José.
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