Antes de que se produjera la revolución de mayo del 68, en Almería ya tuvimos la nuestra un mes antes, en una Semana Santa caótica, marcada por una crisis espiritual generalizada en la sociedad, y especialmente latente en la juventud de aquel tiempo, que se fue alejando de las parroquias y de las celebraciones religiosas.
La Semana Santa de hace cincuenta años fue pobre y tan desorganizada que la mayoría de las hermandades, para poder salir a la calle en procesión, se vieron obligadas a publicar anuncios en la prensa y pedirles a sus cofrades que devolvieran los equipos que se habían llevado a sus casas. No solo se había producido una huida de hermanos, sino que fueron muchos los que lo hicieron llevándose también la túnica y el capuchón, por lo que los baúles de algunas hermandes se quedaron vacíos.
El Silencio anunciaba en la prensa el siguiente llamamiento: “Por haber alterado recientemente el hábito de penitente, se hace preciso que todos los hermanos que hayan de concurrir a nuestro desfile se provean de los elementos modificados”.
Mucho más complicado lo tuvo la cofradía del Prendimiento, conocida entonces como la de ‘Excautivos’, que en aquellos años salía de la iglesia de San Sebastián. En un mensaje que apareció en el periódico, se dirigía a sus fieles de la siguiente forma: “Debido a la reorganización y el cambio en la junta directiva, se hace saber que todo cofrade que posea alguna túnica la deposite en la casa de la calle de los Picos número 4. Es imprescindible para que la procesión pueda salir este año”.
El Encuentro llamaba a sus hermanos para que fueran a la cofradía con las túnicas que se habían llevado y que aquellos que no pensaran salir ese año las devolvieran cuanto antes para que otros las pudieran utilizar. Tratando de recuperar los equipos perdidos, la hermandad de Estudiantes se inventó un filtro y puso en marcha el llamado ‘control vela-cruz’, algo parecido a un salvoconducto que había que recoger en la casa de la hermandad para poder salir, por lo que todo el que estaba en posesión de una túnica tenía que ir antes a la Catedral a recoger el control.
La grave crisis que azotaba a la Semana Santa almeriense se cebó con la cofradía de las Angustias, que en 1968 no pudo salir a la calle. Su junta directiva hizo un comunicado expresando que no salía por no disponer de un local adecuado donde montar los pasos, pero la realidad hablaba de problemas mucho más complicados que hacían difícil la continuidad de la hermandad.
La Semana Santa del 68 fue pobre y corta. El Domingo de Ramos se vivió sin la intensidad de años anteriores debido a que no pudo salir a la calle la popular procesión de los Niños Hebreros. El paso de la Borriquita se quedó en al altar por no disponer de medios la directiva para organizar el desfile. Los actos religiosos se limitaron, aquella mañana, a la misa tradicional que ofició el obispo y a un simulacro de procesión de las palmas que no pasó de la Plaza de la Catedral.
El Domingo de Ramos del 68 la ciudad de Almería le dio la espalda a la Semana Santa y hasta las autoridades se encargaron de arrinconarla organizando para esa misma mañana un acto militar que congregó a miles de ciudadanos en el Paseo y en el puerto de la capital: una jura de bandera de cuatro mil quinientos reclutas del campamento de Viator.
La jura fue un acontecimiento masivo, no solo por la respuesta de los vecinos, sino porque fueron miles de familias venidas de fuera las que estuvieron aquel día en la ciudad para acompañar a los soldados. Fue difícil encontrar una mesa libre en los bares y hasta bien entrada la tarde se repitió, por la zona del Parque y del muelle, la escena de familias comiendo al aire libre.
Si el Domingo de Ramos se alejó de la religiosidad habitual de ese día tan señalado, el lunes y el martes santo no existieron en el calendario espiritual de la ciudad. En aquel tiempo no había ninguna hermandad que desfilara en esos días y la Semana Santa no empezaba a vivirse, de verdad, hasta el Miércoles Santo, el día grande por ser tres las cofradías que procesionaban.
La mayoría de las hermandades que en 1968 pudieron celebrar sus desfiles lo hicieron muy mermadas debido a la ‘fuga’ de equipos de los años anteriores. Una estampa que se hizo habitual en aquellos primeros años de crisis espiritual fue la de los penitentes con las túnicas y los capuchones arrugadas. Eran pocos los que se molestaban en pasarle la plancha y menos aún los que se entretenían en lavarla o al menos quitarle las manchas de cera, un ritual complicado que entonces se hacía con la plancha y con papel de estraza.
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