El último día de clase de aquella semana del mes de marzo de 1974, en mi colegio el maestro nos estuvo contando algunas pinceladas de la historia del mítico submarino que acababa de atracar en el puerto de Almería buscando unas horas de descanso. Los niños atendimos como no lo habíamos hecho nunca porque aquella historia de aventuras era la que nos había emocionado en las películas de la Segunda Guerra Mundial que habíamos visto en la televisión en aquellas ‘sesiones de tarde’ de los sábados.
Muchos niños de entonces jugábamos a los submarinos y a los barcos dibujando batallas navales en la libreta cuando nos aburría la explicación del profesor, emulando a las más célebres batallas navales que nos había contado el cine. De pronto, en aquellos días primaverales de 1974 nos encontramos con que uno de aquellos submarinos americanos que habían ganado la guerra estaba a un paso de nosotros, allí, en el puerto, junto a la Escalinata Real, esperando a que fuéramos a verlo.
Era el ‘Isaac Peral’, que en 1971 había sido trasferido al Gobierno español, pero que todavía conservaba la aureola de haber sido un submarino americano de los que habían tomado parte en la guerra mundial. El maestro, para que estuviéramos informados, nos explicó que había sido construido en 1943 en los astilleros de Portmouh, un lugar que a nosotros nos sonaba tan remoto que nos aumentaba nuestro afán de aventura. Durante la Segunda Guerra Mundial había efectuado cinco cruceros con doce ataques torpederos y más de veinte mil toneladas de buques hundidos. Además, el submarino había sido inmortalizado por el cine cuando en 1967 colaboró con la Metro Goldwin-Mayer en el rodaje de ‘Estación Polar Cebra’.
Aquella tarde, cuando salimos del colegio, tuvimos la confirmación real de que el submarino ya estaba atracado en el puerto cuando las calles próximas a la Catedral y al Ayuntamiento se llenaron de marineros dispuestos a comerse el mundo. Ochenta y dos y hombres formaban la tripulación, la mayoría marines jóvenes que cuando ponían un pie en la tierra se lanzaban desesperados en busca de los bares y de las muchachas del lugar.
Los niños de mi barrio sabíamos lo que más le gustaba por la experiencia acumulada cada vez que venía un barco, y estábamos siempre atentos para abordarlos en plena calle y llevarlos de la mano a los escenarios que realmente iban buscando. Los marineros españoles no eran como los americanos, que traían más dinero en los bolsillos y demostraban su generosidad regalándonos tabaco americano del auténtico y encendedores de la marca Zippo que entonces eran un tesoro para nosotros.
Los marines españoles venían ‘listos de papeles’ como se decía en aquel tiempo, ‘tiesos’, con ganas de juerga pero a ser posible de ‘gañote’, una actitud que nos desesperaba y que en alguna que otra ocasión nos llevó a conducirlos por calles que no eran y a perderlos por los pasadizos más inhóspitos de la ciudad.
Aquel fin de semana el puerto se convirtió en un gran espectáculo. Por la radio y a través del periódico se anunció a la población la llegada del submarino ‘Isaac Peral’ y la posibilidad de visitarlo por las tardes. Como en aquellos tiempos no estábamos sobrados de acontecimientos y como uno de nuestras distracciones principales era ir a pasear por el puerto, media Almería se congregó frente a la escalera de entrada al submarino, formándose colas que según dijo el capitán de corbeta que mandaba la nave, no había visto en ningún otro puerto de España.
Fue un fin de semana lleno de vida en las calles, a los grupos de marineros que frecuentaban los bares y se paseaban por el Parque y el Puerto persiguiendo muchachas, se unieron las bandadas de quintos que entonces bajaban del campamento de Viator en busca de la libertad de la ciudad. Los bares, las cafeterías y todos los cines del centro hicieron caja y hasta en el estadio de la Falange se vieron algunos uniformes azules en medio de las gradas.
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