Su vida es un continuo regreso al sur, a ese mar de su infancia perfumado de vega, a los descampados del Zapillo donde los niños soñaban a ser futbolistas con las rodillas rotas y las ilusiones a flor de piel. Su vida es un regreso sentimental, la nostalgia de un tiempo irrecuperable, el recuerdo de los amigos que dejó atrás, la presencia constante de ese mar de la infancia que su madre le metió en la maleta el día que tuvo que partir. Su vida es el fútbol y todos los libros que han ido cayendo en sus manos y han ido construyendo un alma de escritor en el cuerpo de un futbolista.
José Miguel Polo ha vuelto para presentarnos su libro, un manojo de historias inventadas mezcladas con los recuerdos. “No sé si el mundo necesitaba este libro. Yo sí”, subraya. El título, ‘Al sur de la memoria’, resume lo que ha sido su vida desde que siendo un aprendiz de adolescente tuvo que dejar su casa, su calle, su barrio y su mar para ser futbolista.
Polo, como todo el mundo lo conoce, como lo llaman también su mujer y su hija, llegó a Almería en 1953. El traslado familiar desde su pueblo, Nacimiento, a la ciudad, lo llevó a un barrio, el Zapillo, que en aquel tiempo estaba en constante ebullición. Cada día surgía una calle nueva, nuevas viviendas, nuevos negocios y nuevos niños con los que compartir las horas y los juegos. La familia Polo se instaló en la calle Jaúl, donde su madre, Rosa, puso una tienda que servía de desahogo y de complemento al sueldo que el padre traía del Ayuntamiento.
Su infancia hubiera sido perfecta de no existir el colegio. Polo, que fue un futbolista indomable, también fue un niño rebelde, que nunca quiso aceptar los castigos exagerados ni aquél refrán que decía que ‘la letra con sangre entra’. “Fui al colegio Caudillo Franco, del que apenas tengo buenos recuerdos. Conocí a maestros autoritarios que repartían hostias como panes”, me cuenta.
Un día, cuando cumplió doce años, se presentó delante de su padre y le dijo que no iba a seguir estudiando. El padre apenas se alteró; lo miró de reojo y le contestó: “Muy bien. Vas a ser un burro toda tu vida”. El niño, con una seguridad innata acabó la conversación diciendo: “seguro que no”.
Polo quería ser futbolista porque se sentía futbolista. Necesitaba una oportunidad para demostrarlo y buscándola no dudó en irse lejos. En 1965, cuando todavía no había cumplido los dieciséis, aceptó una oferta del Calvo Sotelo, que entonces era un club de prestigio, y se fue dispuesto a llevarse el mundo por delante.
Era toda una aventura: el primer abrigo y la primera maleta donde su madre, junto a la muda, le puso ese trozo de mar que lo acompañó durante toda su vida.
La soledad de la estación, el desarraigo de la despedida, la inquietud de un viaje lejano en trenes eternos en medio de la noche. Aquel viaje hubiera sido asfixiante si no hubiera tenido la compañía de su amigo Juan Rojas, que había elegido el mismo destino. En su libro, José Miguel Polo cuenta todas aquellas sensaciones de adolescente, ese sentimiento de desamparo que vivió cuando llegaron a Puerto Llano y no había nadie esperándolos. “Entre una espesa niebla, encogidos por el frío, aplastados por una sensación de desarraigo”, escribe, recordando aquel viaje. “Parecíamos dos clandestinos que acababan de cruzar la frontera”, cuenta.
Alejado de la familia, pero arropado por la certeza de que quería ser futbolista, superó la distancia, la soledad y el miedo y empezó a hacer carrera: Calvo Sotelo, Levante, Mallorca, Osasuna, y sobre, todo, Getafe, el lugar donde encontró su segunda casa y donde escribió sus páginas más brillantes como jugador de fútbol.
Los que estábamos aquí, los aficionados que desde la distancia escuchábamos sus triunfos en el Getafe, teníamos la esperanza de que el mayor de los hermanos Polo viniera alguna vez a jugar al Almería, pero nunca ocurrió. Le propusieron venir al equipo de Maguregui, pero renunció a trabajar con un entrenador que a su juicio no había sido honrado con su hermano Salustiano, que en aquellos años tuvo que salir del Almería por la puerta de atrás.
Nunca vistió la camiseta del Almería, ni volvió para quedarse, pero jamás dejó de amar a su tierra aunque fuera en la distancia. “Los que estamos fuera sentimos Almería con más fuerza que los que estáis dentro. Me acuerdo constantemente de mi tierra, pero no me arrepiento de la decisión que tomé cuando me quedé a vivir en Madrid. Lo hice por el amor a una mujer”, asegura.
Polo ha vuelto con un libro en la mano. Es el libro de sus recuerdos, de sus amigos, de la infancia perdida, y de esa otra pasión que lo acompaña: la literatura, otro de los grandes amores de su vida.
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