José Manuel Rodríguez Centella había fijado para agosto la boda con su novia de toda la vida, pero no hubo casamiento. Un tiro a bocajarro cercenó su vida a las puertas de la cafetería Majusi, en el barrio Amara de San Sebastián cuando solo sumaba 24 primaveras.
Era el 15 de mayo de 1980 cuando se dio de bruces con el frío asfalto, a más de mil kilómetros de su barrio de Pescadería, de su Avenida del Mar. Ahí se acabó la vida del almeriense junto a la de dos compañeros malagueños más, arrasados por la pólvora de un pistolero a cara descubierta que salió huyendo sin oposición.
Era de los mayores de una familia de nueve hermanos y se le metió en la cabeza que quería ser policía nacional. Su madre se lo intentaba quitar de la cabeza y lo olvidó por un tiempo. Pero después volvió a la carga hasta que se fue a la academia de Badajoz.
Lo destinaron a Barcelona, pero él pidió San Sebastián porque le pagaban más y al mes de estar allí lo mataron. Había salido de una guardia nocturna que le cambió a un compañero por hacerle un favor y cuando se hizo de día, al ir a desayunar, lo acribillaron, no llegó a tomarse el café, murió en el acto.
José Manuel había estado trabajando hasta entonces en Contur, una tienda de ultramarinos del barrio y tenía toda una vida por delante con su novia Milagros. Su padre era acomodador del cine Pavía y del Imperial y su madre echaba horas limpiado casas. Ese día estaba viendo el Telediario cuando dieron el nombre de su hijo: salió gritando como las locas. No hay nada comparable al dolor de una madre. El cuerpo acribillado de José Manuel llegó en un avión militar a Almería y miles de personas acudieron al sepelio hasta el cementerio de San José.
José Artero Quiles era un almeriense de Albox que emigró a Guipúzcoa a finales de los 70 a comerse el mundo con su trabajo. Allí en el pueblo de Escoriaza montó un taller industrial, recibía mármol de Macael, y se encontró unos pistoleros que le buscaron las cosquillas para acabar con su vida porque siempre se negó a pagar el impuesto revolucionario. Ha sido el único civil almeriense asesinado por la banda terrorista en su largo historial de crímenes. Tenía 42 años entonces José y había nacido en el Llano del Espino y había trabajado junto a su familia regentando el Casino de Cantoria. Lo único que le interesaba era prosperar en la vida. Con su amigo Miguel solía frecuentar la discoteca Rophus, en aquel Albox ya lejano de la Transición, de pantalones de campana y licor de granadina. Volvió unos días a su pueblo y dijo a sus amigos que estaba pensando en comprar unos terrenos, justo donde hoy está la fábrica de Cosentino. Su sueño no pudo cumplirse: a los cuatro días lo acribillaron a balazos unos encapuchados cuando se iba a subir a su vehículo cuando salía de la cafetería Toky-Alai, en la que acababa de ver el programa de televisión Gran Estadio. El sepelio de José tuvo lugar en Fines, donde vivía un hermano.
Pedro Ballesteros era papá desde hacía un año y el Día del Padre de 1980 dejó de serlo para siempre. Se dirigía con su esposa, María del Carmen López a la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Durango donde residía, cuando en la parada de un semáforo le metieron ocho balas en la cabeza. Pedro Ballesteros era ya hombre muerto y dejaba a una hija huérfana. Había nacido en Toledo y conoció a la almeriense Mari Carmen López, hija de la emigración.
Les faltó tiempo para casarse y para intentar salir adelante en una Casa Cuartel, una de las dianas predilectas de ETA, en una época convulsa de la reciente historia de España. Fueron dos chicos jóvenes quienes se acercaron esa mañana al coche de Pedro, sacaron una pistola y le apuntaron directamente a la cabeza. Llevaban dos años casados y solían volverá a Almería, al pueblo de Darrícal donde vivían los padres, quienes les aconsejaban que cambiaran la matrícula del coche, pero ya fue tarde.
José Martínez, guardia civil natural de Oria, iba el 1 de febrero de 1980 dentro de un convoy que fue ametrallado por un comando terrorista en la localidad de Ispaster (Vizcaya). Los agentes fueron sorprendidos por la explosión de una por la explosión de una granada de mano que alcanzó el vehículo donde viajaba el almeriense. A continuación fueron ametrallados y rematados en una cruel emboscada. El entierro del joven guardia civil orialeño fue una manifestación de dolor en toda la comarca del Almanzora. José Martínez estaba de descanso el día del asesinato porque había salido de puertas, pero lo llamaron y lo pusieron de sustituto de Pepe un compañero canario accidentado con una caja de fruta que le cayó en el pie.
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