El Paseo de invierno que no pudo ser

Apuntes de la Plaza Vieja (1)

Vista del monumento a los Mártires de la Libertad.
Vista del monumento a los Mártires de la Libertad. La Voz
Eduardo D. Vicente
22:39 • 08 may. 2018

La Plaza del Ayuntamiento, la que mejor define la vida de la ciudad en los últimos ciento cincuenta años, ha tenido siempre vocación de cambio y ha estado marcada por los continuos proyectos de reforma que unas veces la transformaron y otras se quedaron solo en papel mojado. Hasta el nombre ha ido cambiando según los gustos y los criterios de cada época: fue Plaza del Mercado, Plaza de la Constitución, Plaza de la Libertad y Plaza Vieja cuando en 1894 desaparecieron de allí las últimas barracas de la antigua plaza de abastos.



Allá por el año de 1848, siendo el escenario del único mercado público autorizado que se celebraba a diario en la ciudad, se planteó la posibilidad de llevarse las barracas a la Plaza de Santo Domingo, a la de Marín o al paraje conocido entonces como la rambla de las Cruces, junto a la plazoleta de San Sebastián,  para liberar la Plaza de la Constitución de los grilletes del mercado y establecer allí un Paseo de invierno que por su carácter cerrado estaría protegido de los vientos y cubierto de las lluvias por la galería de soportales que la rodeaba. Se consideraba en aquel tiempo que una plaza tan importante, la más céntrica y la de mayor tamaño de la ciudad, estaba desaprovechada.



Fue solo un proyecto que no llegó a realizarse. La plaza siguió siendo un lugar de mercaderes y el sitio más concurrido de Almería porque además de utilizarse como lonja fue el recinto principal de la Feria de agosto. 



En marzo de 1877, la Plaza de la Constitución se vistió con sus mejores galas para recibir la visita del Rey Alfonso XII. Se adornaron todas las fachadas del recinto y se quemó un gran castillo de fuegos artificiales a la llegada del monarca.  Todos los años, cuando llegaba el mes de agosto, la Plaza de la Constitución cambiaba de aspecto, cuando el mercado de la ciudad tenía que recoger toda su tramoya para trasladarse a otro recinto. Se iban los mercaderes de la fruta y de la verdura y llegaban los bullangueros feriantes con sus puestos ambulantes que apenas habían cambiado su formato desde la edad media.  En un intento de renovación y darle más realce a la plaza y a la Feria, el empresario almeriense Carlos Jover, propietario del balneario Diana, se comprometió, para la Feria de 1879, a construir casetas de madera adosadas contra los arcos de la Plaza de la Constitución, y a colocar las armaduras de todas las tiendas que fueran necesarias para aquellos feriantes que no tuvieran sitio dentro del recinto. A cambio, el empresario recibiría un anticipo de dos mil pesetas del Ayuntamiento, a razón de doscientas cincuenta pesetas mensuales, y adquiría el derecho de cobrar a los feriantes a razón de veinticinco pesetas por cada una de las tiendas de la plaza. 






Don Carlos Jover se quedó con la exclusiva de la Feria de tal forma que nadie podía instalarse en el Real sin su permiso. Si cualquier feriante necesitaba más metros o trataba de instalar tablas, barrotes o cualquier otra obra de carpintería para colocar el género, tenían que pedírselo al señor Jover, que era el encargado también de suministrar el material. 



En las primeras semanas del mes de agosto de 1879, siendo alcalde don Juan de Oña y Quesada, se iniciaron los trabajos en la Plaza de la Constitución para montar las nuevas casetas y el sistema de alumbrado de gas para dar mayor realce al recinto. 



El centro de la plaza se aprovechaba para montar una tienda en la que se organizaban los bailes  nocturnos, los públicos y los privados. Esta doble naturaleza de la plaza, utilizada tanto para mercado como para la Feria, se mantuvo hasta 1893.


La construcción y la puesta en marcha de la nueva Plaza de Abastos, entre el Paseo y la calle del Obispo Orberá, y el traslado del Real de la Feria al centro, convirtió a la Plaza de la Constitución en la Plaza Vieja del Mercado y durante un tiempo se quedó sin vida y con el aspecto de abandono y desolación que le daban los restos de las barracas de los mercaderes que allí se quedaron varadas viendo como el tiempo y el mal uso las desgastaba.


En marzo de 1894, los vecinos del barrio presentaron sus quejas ante el alcalde por el mal estado de las casetas que estaban siendo aprovechadas como refugio por algunas prostitutas de la zona que exhibían sus cuerpos sobre los mostradores y allí mismo ejercían su profesión, aprovechando la cercanía y la oscuridad de los soportales. 


Ese mismo invierno de 1894 el alcalde dio órdenes al arquitecto municipal para que se pusiera a trabajar en el proyecto de unos jardines a la inglesa que cambiaran el aspecto y le devolvieran la vida a la Plaza de la Constitución. Era necesario convertir el lugar en un sitio acogedor donde la vegetación fuera un atractivo principal para los vecinos y visitantes.


Temas relacionados

para ti

en destaque