La Plaza del Ayuntamiento se quedó sin vida cuando a finales de 1893 empezaron a trasladar los puestos del mercado a la nueva Plaza de Abastos que se había construido más allá del Paseo. Un escenario tan acostumbrado al bullicio diario, a esos amaneceres trepidantes de vendedores y clientes, a las mañanas de alboroto cuando las calles del barrio eran un continuo río de gente, de pronto se quedó sin voz cuando se fueron los mercaderes.
La plaza más hermosa de la ciudad se había quedado apagada, convertida en un desierto. Fue entonces cuando las autoridades decidieron levantar en aquel espacio el primer jardín y cuando surgió la primera propuesta para que el monumento a los Mártires de la Libertad, que estaba colocado en la Puerta de Purchena, fuera trasladado a la Plaza Vieja del Mercado. Esa primera propuesta se hizo pública en el Pleno del diez de octubre de 1894, cuando el concejal republicano Andrés Díaz Saldaña planteó la posibilidad de que el cenotafio cambiara de ubicación para dar vista a la Plaza Vieja y “más anchura a la Puerta de Purchena”.
La proposición fue acogida con agrado entre los miembros de la corporación, pero quedó aparcada en los despachos. Un año después, en el cabildo del catorce de octubre de 1895, uno de los puntos que se pusieron sobre la mesa fue el que se refería a la construcción de un tinglado para la parada de coches de caballos que entonces existía en la Puerta de Purchena. Los cocheros se quejaban de que en los meses de verano no podían soportar el calor ya que el lugar no contaba con un espacio arbolado amplio que los protegiera, por lo que pidieron al Ayuntamiento la construcción de un cobertizo.
Cuando los concejales trataban sobre el presupuesto del tinglado se puso sobre la mesa un problema que complicaba su colocación. Si se llevaba a cabo la obra se quedaría muy poco espacio libre entre el tinglado y el monumento a los Coloraos. Había que elegir entre el chambado que pedían los cocheros y el cenotafio que empezaba a ser molesto para algunos en el corazón de la Puerta de Purchena, donde había permanecido desde 1870. El traslado era solo cuestión de meses.
Mientras se ultimaban los detalles para la nueva ubicación del monumento, la Plaza Vieja siguió siendo un escenario propicio para celebrar las fiestas y las verbenas públicas. En marzo de 1899, con motivo de los grandes festejos que la ciudad de Almería organizó para celebrar la inauguración del ferrocarril, la plaza se convirtió en centro neurálgico de la fiesta. La Compañía de los Caminos de Hierro del Sur de España instaló un gigantesco pabellón en el centro donde todas las noches se organizaban bailes públicos.
Cuando la Plaza Vieja ya había sido elegida por las autoridades como emplazamiento del monumento, el periódico local ‘La Crónica Meridional’, el más importante que entonces se editaba en la provincia de Almería, puso en marcha una campaña en contra de esta decisión. A la pregunta de dónde llevarse el obelisco , el editorial del diario contestaba: “A cualquier sitio visible que hermosee la capital como pueden ser la Plaza Circular, la plaza que se está gestando frente a la estación del ferrocarril o al Paseo del Malecón”.
Los responsables del periódico no querían el monumento en la Plaza Vieja. “Nos extraña que se piense llevar el cenotafio a la Plaza de la Constitución, que es un lugar cerrado y emplazado en el sitio menos céntrico de la capital que no puede servir para paseo de invierno como se pretende. Allí el obelisco no tiene vista alguna”, argumentaba ‘La Crónica Meridional’, que a la vez defendía el proyecto de llevar otra vez la vida comercial a la vieja Plaza del Ayuntamiento, instalando en ella una sucursal del mercado para intentar recuperar la corriente de vida que había perdido.
En el verano de 1899 se iniciaron las obras para levantar el obelisco en la Plaza Vieja, pero los trabajos se llevaron con tanta parsimonia, con tanta desgana, que llegaron a eternizarse. En mayo de 1900, casi nueve meses después de que comenzara el traslado de las piedras, la prensa local denunciaba la dejadez de las autoridades: “Desde hace no sabemos cuánto tiempo, el cenotafio está sin terminar, siendo algo así como una prueba palpable del abandono del municipio para ciertas cosas”.
También se hacían eco los periódicos de aquel tiempo del trato indecoroso que habían recibido los restos de los mártires, que cuando se llevó a cabo el derribo del monumento de la Puerta de Purchena fueron depositados en “una miserable caja” y fueron guardados en un cuarto de la iglesia de San Sebastián.
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