Es lo que tiene Susana -trianera de El Tardón- que se faja igual en una alhóndiga coloreada de tomates vicarios que entre cajas de pulpo de triste mirada. Ayer apareció la presidenta de Andalucía por la lonja del Puerto de Almería y armó la tremolina entre los pescadores, en un espacio acostumbrado a los gestos mecánicos del desembarco, a la rutina de la subasta electrónica del pargo y la gallineta, al olor a salitre y a un paisaje de hombres con botas de agua brincando y moviendo las capturas como piezas de dominó. Allí estaba Juan Lozano El Camacho, pescador de altura y de bajura, con la piel cuarteada, a quien Susana plantó dos besos chillaos en un santiamén. Y el anfitrión José María Gallart y Mari Angeles Cayuela, que hizo de Cicerone, conduciéndola por las dependencias de Asopesca hasta el muelle de atraque.
Susana iba de barco en barco, saludando a marineros morenos que asomaban brazos tatuados de popeye por la escotilla, escoltada por su consejero Rodrigo, con barba de Noé, y por su delegada Gracia. ¡Susana, adelántame la jubilación! soltó un pescador desde el vientre del Sondemar y la presidenta sonrió, como el resto de la comitiva, mientras apretaba el moflete del lobo de mar. Allí estaba también Juan, conocido como El Pomedio, un redero de 74 años, con gorrilla calada, con el que hizo buenas migas la presidenta, tanto que no había quien los separara.
Iba feliz ayer Susana por ese ambiente portuario, con su camisa de lunares negros, con sus pantalones de pitillo y sus tacones, como si en vez de haberse criado junto al Guadalquivir, no hubiera salido nunca de la bahía de Bayyana.
El primero en recibirla fue Ramón González, el ingeniero de la Nasa, natural de Viator, que le agradeció la Medalla de Andalucía concedida. Entre el círculo de representantes políticos que le acompañaban: Sánchez Teruel, Sonia Ferrer, Juan Carlos Pérez Navas, Noemí Cruz, José Manuel Ortiz, Inés Plaza, Paquita Pérez Laborda, Antonio Martínez.
El sol de membrillo dibujaba monedas de oro en las cajas de jibia antes de entrar en la penumbra de la sala de subastas y las mujeres pescadoras de la Asociación Galatea también se acercaron a saludar a Susana y a hablar de lo barato que está el pescado para los golpes de mar que hay que aguantar para sacarlo de 800 brazas de profundidad.
Es lo que tiene la lonja del pescado de Almería -como tantas otras- que es pura vida, pura alegría de ver ese pescado fresco, vivo y coleando, que hace solo unas horas estaba nadando en las profundidades del caladero; es lo que tiene bajar al Muelle y contemplar todo ese espectáculo de la pesca como algo exótico, como si fuera algo ajeno a la ciudad, cuando es la genuina esencia de Almería -la pesca-desde el principio de los tiempos.
Después, Susana, que continuaba pletórica, se apostó en la barandilla superior de la lonja, apoyándose en los codos, inclinando la espalda hacia adelante, como si llevara haciéndolo toda la vida, ante ese espectáculo que es ir viendo pasar por la cinta las cajas de bacaladilla, de brótola, de cigalas, de chipirón, mientras los compradores apretaban con codicia el mando electrónico rivalizando por el género recién capturado.
Hasta que la presidenta, junto a Cayuela y Gallart, se hartó de tanto trasiego, de comparar los precios de la merluza y el gallopedro, y se metió en el despacho de Asopesca a escuchar los problemas de los armadores en estos tiempos turbios para el arrastre, para esa flota que alegra tantas plazas y mercados y que surte de fresco producto a bares y restaurantes desde Adra hasta Pulpí. Susana, aún trastornada de ver tanta vida en tan poco espacio, prometió todo su apoyo al sector ante la propuesta del nuevo reglamento europeo de acotar este arte ancestral.
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