La Almería de los Juegos Florales

Unamuno, Canalejas o el almirante Cervera vinieron a estas olimpiadas del saber

Jacobina Vértiz sentada en su trono de soberana, junto a sus damas de honor y los pajes Salvador Durbán Puig y Carmen Pérez, en los Juegos de 1949.
Jacobina Vértiz sentada en su trono de soberana, junto a sus damas de honor y los pajes Salvador Durbán Puig y Carmen Pérez, en los Juegos de 1949.
Manuel León
09:18 • 03 jun. 2018

Brotó, entonces, una Almería en la que se puso de moda la galantería y la exquisitez por los detalles, una ciudad en la que los señores gastaban jazmines en el ojal y las damas miriñaques en la pechera. Las rentas que se fueron amasando con los pámpanos dorados y con el metal arañado en las profundidades propiciaron, sobre todo a partir de la Restauración borbónica, que unas familias almerienses muy selectas, no llegarían al  uno por ciento de la ciudad, se dedicaran a la holganza del dolce far niente y al cultivo de las artes y las letras



Uno lee ahora los anales de aquellos años radiantes y pareciera que todos los nativos fueran por la calle con una lira bajo el brazo, en vez de con una cogedera para recolectar esparto, que era lo que de verdad ocurría. 



Pero fue entonces cuando, en ese ambiente minoritario y culto, empapado de ocio y de negocio, se creó en 1876 el Ateneo Científico y Literario de Almería, por el empuje de hombres como Santiago Capella, Antonio Ledesma y Plácido Langle. Una de sus primeras actividades fue la de organizar en 1879 unos juegos florales a la usanza de los que ya se estaban celebrando en otras ciudades españolas por influjo de todo lo que llegaba de Francia. 



Nunca antes hubo en la historia de Almería momentos para tanto pasteleo y componenda, en los que por el Paseo desfilaban carretas engalanadas donde se exhibía el poderío económico y a las hijas casaderas, como si fueran los mismísimos jardines de Versalles. Pero tampoco antes hubo tanto gusto por la creatividad literaria y por la divulgación del conocimiento científico, aunque no saliera de esos círculos tan endogámicos, tan trufados de la pomposidad de polskas y rigodones, alejados del pragmatismo del almeriense corriente, que no sabía leer ni escribir y que laboraba cada día de sol a sol con la espalda doblada.



Fue en 1879 cuando se organizaron los primeros Juegos Florales, una suerte de olimpiadas poéticas en la que autores locales y fronterizos rivalizaban -con el arbitraje de un mantenedor de postín- declamando ripios encendidos, acendrados sonetos, que hablaban de pinsapos y excelsas ninfas, susurrados por hombres vestidos de chaqué y mujeres de seda abanicándose  en la platea del vetusto Teatro Variedades.



Todo eso, que hoy pudiera parecer tan desaforado, posibilitó que vinieran a Almería no solo vates de la literatura del momento, sino también prestigiosos pensadores como Unamuno o políticos como Canalejas o García- Alix o almirantes como Cervera, recién perdida Cuba, a los que se aprovechaba para pedirles el oro y el moro para la provincia. En ese primer envite de los Juegos Florales se establecieron las bases con un jurado compuesto por Gaspar Núñez de Arce, Leopoldo Augusto de Cueto (marqués de Valmar) y José de Castro. El premio del tema amoroso fue para Antonio Ledesma  y los accesit para el abogado Plácido Langle y el abderitano Enrique Sierra Valenzuela. 



Fue difícil mantener este primer escarceo de certamen floral, porque el Ateneo entró en bancarrota  y, tras fusionarse con el Círculo mercantil, languideció. Volvieron a celebrarse, con más boato si cabe, en 1896 esos arcaicos Juegos organizados por una nueva entidad, el Círculo Literario, que tenía su sede en el Paseo, donde estuvo la sucursal del Banco de Bilbao. Obtuvo la Flor Natural, que era el máximo galardón, el poeta malagueño Narciso Díaz Escobar, quien uso el derecho de nombra reina de la Fiesta a Angeles Benítez Blanes, que lucía en un estrado adornado de tapices de terciopelo rojo. 



En 1900 acudió el Almirante Cervera, quien también participó en el Certamen Naval. Fue premiado el escritor Antonio Ledesma y Ana Laynez Taramelli fue elegida soberana. José Canalejas, quien iba a ser años más tarde presidente del Consejo de Ministros hasta que fue asesinado de un tiro, actuó de mantenedor en  la edición de 1901, en la que brilló como reina María Orozco Cordero, en una gala  a la que no faltó ni el obispo. Un año más tarde venció en el Teatro Variedades Plácido Langle quien eligió a Josefa Gil Camporro como reina. Los Juegos de 1903 trajeron al egregio intelectual Miguel de Unamuno, quien durante 35 minutos habló sin un solo papel en el atril y dijo, entre otras cosas, que “no había visto ningún lugar como Almería en el que sus paisanos hicieran gala de sus propios defectos, una labor de autodestrucción tan suicida como injustificada”. 


En 1909 renació el Ateneo, con Manuel Esteban de presidente, y fue elegida reina de los Juegos Angelita Berjón. Otras monarcas de esos años, en este torneo del gay saber, fueron Dolores Requena,  Rita Gil y Fernanda Roda, de la que la mitad de los muchachos de Almería anduvieron enamorados. 1919 fue una de las ediciones gloriosas, con Pascual Lacal de presidente, cuando el Teatro Variedades pareció un cuento de hadas: había un trono para la reina, Dalila Acosta Garzolini, y ocho butacas para sus dama de honor. La Flor Natural fue para el señor Zurita y el accesit para el joven poeta local, José Fernández Doris y fue mantenedor el diputado Augusto Barcia, un campeón de la elocuencia.


A partir entonces, por causas no muy explicadas, fueron decayendo los Juegos Florales almerienses, hasta que las narraciones idílicas de los mayores influyeron para que se recuperaran en todo su esplendor en 1949, treinta años después, ya en el Teatro Cervantes, donde cautivaron los versos de un médico de Jumilla llamado Lorenzo Guardiola que obtuvo 4.000 pesetas de premio. Cosecharon también galardones el popular periodista madrileño César González Ruano y el premio local lo obtuvo Eduardo Molina Fajardo.


En 1954 los organizó el Stella Maris y fue premiada por primera vez una mujer, Angela Fuentes Soto. En 1955 fueron galardonados José Miguel Naveros y Manuel del Aguila y Encarnación Sánchez Fernández de Córdoba, hija de los marqueses de Torrealta fue elegida reina. Fueron los últimos Juegos Florales almerienses y desde entonces cayeron en el más absoluto olvido.



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