Hay dos cosas en la vida que no tienen vuelta atrás: la bala disparada y la palabra pronunciada. Dos decisiones que, cuando son irreflexivas, acaban derrotando a quien las lleva a cabo. Es lo que estarán pensando desde su “jueves de dolores” particular María Dolores de Cospedal y, desde su particular “jueves de (casi) gloria” Pablo Casado. A quien no le van a afectar ni los disparos ni las palabras es a Gabriel Amat. En esta batalla sus balas invisibles han sido más certeras que las cargadas con pólvora y sus silencios más atronadores que el estruendo del cañón. Amat, que no ha leído a los escolásticos, sabe que siempre es más eficaz el silencio monacal de la influencia que la sonoridad militar de la orden.
En Almería el resultado del jueves ha cumplido con pulcritud milimétrica las previsiones. Cospedal ha doblado en votos a Soraya y Casado ha sido el refugio generacional de quienes nada se jugaban en la partida porque todavía no se han sentado en la mesa del poder y, por tanto, nada tenían que perder.
La matemática no deja lugar a dudas: quien ha ganado en Almería pierde en Andalucía y España y los perdedores en la provincia son los vencedores que disputarán el liderazgo en el congreso nacional. Dos dibujos opuestos que pueden llevar a valoraciones erróneas si sus efectos son valorados solo desde la frialdad de los números sin tener en cuenta ni los motivos que los provocaron el jueves ni el contexto en el que se proyectarán dentro de quince días en el cónclave decisivo de Madrid.
Como era previsible, un segundo después de conocer los resultados, los analistas de oficio y los conspiradores de beneficio reorganizaron sus fuerzas y, con el apresuramiento que impone llegar primero, aunque sea a la meta equivocada, se revistieron de las estrellas del generalato y desde las atalayas de los micrófonos y los teclados diseñaron, no solo el mapa de la batalla, sino la nueva configuración de los ejércitos contendientes y hasta el resultado final: Cospedal se aliará con Casado y Soraya será derrotada. Puede ser. En política nada está escrito y como, por tanto, todo está por escribir, habrá que esperar a que los compromisarios definan el último parte de la guerra.
La historia política es un manual que enseña a no cometer el pecado capital de la previsión y no caeré yo en esa tentación. El PP es muy grande, los intereses intensos y generalizar en medio de la tormenta solo puede empapar de ridículo a quien lo haga. Nadie sabe lo que hará Cospedal con su rencor mutuo con Soraya, ni la posición que adoptarán los compromisarios que le han votado en Madrid, Valencia o Pontevedra.
Lo que no es aventurado es atreverse a intuir lo que harán la inmensa mayoría de los 75 compromisarios almerienses.
Nunca lo van a reconocer quienes en estos días de presiones insoportables han cumplido la regla shakesperiana de serás Rey de tus silencio y esclavo de tus palabra, pero, en el estado mayor de los cospedalianos almerienses, el resultado no provoca la desolación que la aritmética del jueves ha dibujado. Amat ha cumplido su compromiso no escrito de agradecimiento, ha atendido lo que su conciencia personal le exigía y Javier Aureliano ha ejecutado el principio de lealtad con la predisposición en primer tiempo de saludo. Misión cumplida. Ahora están en otro escenario.
Cantaba Machín que cómo se podía querer a dos mujeres a la vez y no estar loco. Al interrogante del bolero podría responderle al PP de Almería y no estar equivocado. Quienes optaron el jueves por Cospedal no van a tener mucha dificultad en votar a Soraya en el momento decisivo. Y no lo van a tener porque, con su apoyo a la vicepresidenta, recorrerán el camino del reencuentro con aquellos- Juanma Moreno, Javier Arenas- de los que, con dolor, se alejaron. Los compromisarios almerienses que han votado a Cospedal no van a votar a Casado. Que nadie se equivoque. Y no solo por el reencuentro con los que durante años han compartido travesía, complicidades y emociones. El PP almeriense sabe que la victoria de Casado pondría a Juanma Moreno en una posición de debilidad extrema; tan extrema que acabaría acercándoles también a ellos al precipicio.
Quienes han sido los fundadores no pueden aspirar a ser los refundadores. Y en política nadie se suicida voluntariamente.
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