Román, un personaje de leyenda

Se formó en el fútbol del hambre, cuando los niños se alimentaban con goles y regates

Juan Antonio Román  cuando jugaba en el equipo de las Centurias de Falange.
Juan Antonio Román cuando jugaba en el equipo de las Centurias de Falange. La Voz
Eduardo D. Vicente
07:00 • 13 ago. 2018

Cuando tenía diez años era imposible cogerlo. Era tan pequeño que se colaba entre las piernas de los contrarios y tan rápido que la leyenda decía que era capaz de tirar un córner y llegar al área para rematarlo. Siempre fue un tipo habilidoso, capaz de burlar a los adversarios en un palmo, ya fuera dentro del terreno o en los despachos, donde también utilizaba un regate que no dejaba huella.



En los momentos más difíciles, cada vez que un equipo se metía en un callejón sin salida, el recurso más a mano, la última bala en la recámara de los presidentes siempre era llamar al especialista. Román, patrón de las causas imposibles, artesano de los ascensos que necesitaban un toque divino, mediador de las permanencias ganadas a altas horas de la madrugada en la trastienda. Román, eterno, incombustible, atento siempre a la llamada de un amigo, el que nunca dijo no a la penúltima cerveza. 



Su historia es la del fútbol almeriense en los últimos cincuenta años. Es difícil encontrar un equipo en la provincia por donde no haya pasado él. Como futbolista empezó dándole patadas al balón por los descampados del Quemadero cuando los niños jugaban descalzos y no querían otra escuela que la del solar y la pelota. Su generación fue la última que vio de cerca la cruda sombra del hambre. Era la Almería de los años cuarenta, la de las carbonerías de barrio, la del bocadillo untado en aceite, la que se quedaba sin luz cuando el poniente soplaba con fuerza; la Almería de los realquilados, de las calles sin asfaltar, la de bodegas baratas y pobres con nombre y apellido que iban de puerta en puerta llenando el saco con pan duro y ropa vieja. 



Entonces casi todos eran pobres porque la gente tenía lo justo para comer. Pero los niños tenían la suerte de que los alimentaba el fútbol y se conformaban con muy poco. Con una pelota y una sandalias eran felices. Debutó como futbolista, en un equipo bien organizado con vestimentas y botas reglamentarias, que se llamaba el Botánico. Era un equipo que se formó en Los Molinos y donde empezó a destacar siendo juvenil de primer año. Lo vieron unos ojeadores y fichó por el Hispania, que había recogido el listón del Atlético Almería que acababa de desaparecer. Román era un jugador eléctrico, capaz de mantener la misma velocidad en carrera con el balón en los pies. Era un extremo zurdo cerrado, agresivo, valiente, de los que no dudaba en jugarse el tipo en cada acción. 



Antes de cumplir la mayoría de edad, ya estaba en las agendas de clubes importantes como el Cádiz, en aquellos tiempos un clásico de la Segunda División. Se fue con 17 años, pero terminó jugando cedido en el Balón. No estuvo cómodo y a la temporada siguiente aceptó ir a probar con el Barcelona y jugar en el Condal. Cuando estaba a punto de empezar la temporada lo llamaron del Granada y preferió estar cerca de su tierra y de su familia, ya que estaba recién casado. Con 19 años a Román le llegó la oportunidad de debutar en Segunda División.



Estaba en el filial y a los diez partidos se lesionó el extremo titular del Granada y tuvieron que subirlo al primer equipo. Dos buenas campañas en el Granada le abrieron las puertas del Sevilla, club que pagó dos millones y medio de pesetas por el traspaso. Llegó al Sevilla cobrando una ficha de 500.000 pesetas anuales y un sueldo mensual de 35.000 pesetas, aparte de las primas que tenía por partido ganado. Fueron tres años de éxito en Nervión, los mejores de su carrera profesional. Su techo fue jugar una eliminatoria de la Copa de la UEFA, que entonces se llamaba Copa de Ferias.



El Román de la etapa del Sevilla era un futbolista con personalidad, de buen regate, de los que gustaban a los aficionados cuando los extremos sólo miraban hacia adelante y no conocían el sacrificio de tener que trabajar en defensa. Después llegó su etapa de madurez en clubes como Valladolid, Salamanca y Cartagena, donde llegó a disfrutar de unos cuartos de final de la Copa ante el Athletic de Bilbao. En la temporada 1973-74 disputó sus últimos minutos como jugador profesional. Lo hizo con la camiseta de la A.D. Almería, que era uno de los equipos fuertes de la Tercera División, claro aspirante al ascenso a Segunda. Jugó catorce partidos hasta que el presidente, Ángel Martínez, le propuso quedarse ligado al club, pero como secretario técnico. Un año después, Román se sacaba el título de entrenador nacional y empezaba una nueva relación con el fútbol. Úbeda, San Fernando, Linense, Polideportivo Almería, Almería CF, Poli Ejido, fueron algunos de los equipos a los que dirigió. 



La intrahistoria del fútbol, aquella que no se puede contar pero que todo el mundo sospecha, habla de que Román participó en algunos casos de ‘arreglos’ de partidos que se hicieron famosos, ascensos en los que hacía falta el último empujón, permanencias que se atragantaron a última hora. Nadie lo ha podido demostrar jamás, por lo que todó quedó en una leyenda más.


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