El levantamiento de los moriscos en las Alpujarras fue uno de los acontecimientos más importantes ocurridos en la España del siglo XVI y este año se cumple el cuatrocientos cincuenta aniversario.
Según las doctrinas de la época, la unidad religiosa era parte primordial de la recién lograda unidad de España. Los Reyes Católicos, ante el reto del Nuevo Mundo, quisieron modernizar y unificar nuestra patria y nada une tanto como la lengua (Elio Antonio de Nebrija escribió la primera Gramática) y las creencias religiosas.
A pesar de aquellos deseos, los moriscos afincados en las intrincadas Alpujarras mantuvieron su fe y sus costumbres hasta que Felipe II decidió terminar con la obra que emprendieron sus antecesores, para ello promulgó “La Pragmática Sanción”, que limitaba la libertad de los moriscos hasta límites inadmisibles.
El monarca tenía fuerza suficiente como para llevar a cabo su expulsión, sin embargo, prefirió ahogarlos con edictos que los moriscos ni querían ni podían admitir sin perder su dignidad. La provocación fue tan grande que el levantamiento resultó inevitable. Es cierto que los monfíes hicieron matanzas, sobre todo de eclesiásticos y ello obligó a tomarse más en serio una Guerra que, bajo el mando del marqués de Mondéjar, duraba ya más de tres años.
Despoblamiento
El rey no tuvo otra salida que enviar a don Juan de Austria al mando de un poderoso ejército para dar fin a aquella larga contienda. Las Alpujarras quedaron libres de moriscos y despobladas. Posteriores disposiciones de apeo y repartimiento las repoblaron con familias castellanas y el hecho quedó olvidado en un rincón de la Historia.
¿Cuándo cobró relieve aquel episodio que había estado durmiendo el sueño de los justos? Con la irrupción del modernismo. Este movimiento, que había bebido en el romanticismo tardío del duque de Rivas, desempolvó cédulas, disposiciones, pliegos y títulos, y mostró en sonoros versos el triste episodio de nuestro pasado. Aquí entra nuestro Villaespesa. Francisco Villaespesa fue el temprano portavoz y principal artífice del nuevo movimiento; nacido en Laujar de Andarax, nos deleitó con sus versos.
“El Alcázar de las perlas” y “Aben-Humeya” son un ejemplo del gusto que el poeta mostró por las culturas orientales. Siendo niño, yo, al igual que con “La Alpujarra”, libro de Pedro Antonio de Alarcón, otro insigne alpujarreño, me empapé de su obra e imaginé las correrías de los monfíes por las calles de mi pueblo.
En Laujar de Andarás y Fuente Victoria, a siete kilómetros de Alcolea, fue donde el rey morisco, que tomó el nombre de Aben-Humeya, estableció su corte. Allí vivió su efímero reinado y también terminó sus días. Para mayor deshonra y deshonor, lo echaron en un muladar después de haber sido asesinado por los suyos.
Hablar del levantamiento de los moriscos y no recordar a Villaespesa es injusto. El cuatrocientos cincuenta aniversario de aquel levantamiento, que conmemoramos este año, tiene que ser el aldabonazo que relance la obra y la figura de Francisco Villaespesa, prolífico poeta, novelista e insigne dramaturgo. No tenemos derecho alguno a privar a las generaciones actuales del placer de leer sus versos.
Muchos otros poetas, como Federico García Lorca, bebieron en su lirismo al igual que él lo hizo en la obra de otro modernista: Rubén Darío. No se explica que en Almería haya tenido tan escasa repercusión editorial la obra de Villaespesa, aunque siempre se adivina el valor crematístico de las empresas pero, ¿y en lo académico? ¿La Universidad ha hecho lo suficiente? ¿Y las distintas Entidades Culturales? Almería tiene una deuda con Francisco Villaespesa, el más insigne de sus poetas, y debe de saldarla cuanto antes, no basta con que la Biblioteca pública lleve su nombre.
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