Cuando el viernes por la mañana Antonia S. Villanueva me invitó a tomar café no podía borrar de su rostro la satisfacción profesional de quién acaba de alcanzar un botín periodístico de formidable recorrido.
-Ya tenemos scoop para el domingo.
-¿?
- Gabriel no se presentará a la reelección como presidente de la Diputación.
-¿?
-Me lo acaba de decir en la entrevista que habíamos planteado para abrir este domingo el curso político.
Hasta esa mañana solo tres personas estaban al tanto de la que ya es una de las noticias políticas más importantes del año. Quienes le conocen saben que es una decisión meditada desde todos los ángulos y desde todas las consecuencias. ¿Las causas? Su obsesión porque el partido trasmita a los almerienses una imagen de transición tranquila, de relevo sosegado, de cambio en la continuidad. Amat no ha sido nunca (y menos lo va a ser ahora) un político de estridencias (“en la política, como en la vida, nunca hay que aspirar a tenerlo todo; hay que saber ser generoso y atender los intereses colectivos”, me dijo hace años en una tarde de confidencias).
Ahora y después de horas de meditación en ese umbral silencioso entre la noche y el sueño, lo hace público; pero la decisión estaba tomada desde antes del inesperado cambio de gobierno. Su actitud en el proceso de primarias fue tan premeditadamente exquisita con todos los candidatos que ninguno- ni Pablo, ni Soraya, ni Cospedal-puede censurarle, afearle o criticarle un gesto de descortesía, un perfil de desconsideración o un trato desigual.
El tenía sus preferencias y sus compromisos, pero nadie puede demostrar que influyera explícitamente (insisto:explícitamente) a favor o en contra de ningún candidato y, lo que va más allá y que un día habrá que contar: nadie sabe a quién votó aquel viernes en el que el PP pasó del rajoyismo al aznarismo sin rubor y, quizá, sin conciencia del cambio de orilla conceptual y estratégica que estaban realizando.
Pero su decisión de no aspirar a la reelección a la presidencia de la Diputación no es un gesto aislado. Forma parte de una estrategia en la que la presidencia del partido y la alcaldía de Roquetas forman los otros dos ángulos de un triángulo estratégico, política y biológicamente inevitable.
En su ya dilatada estancia en vida pública, la Diputación quizá sea donde Amat se ha sentido mas cómodo. El relato emocional desde una alcaldía y no digamos desde la presidencia de un partido es un desfiladero sometido a la pólvora incesante de la balacera, al sapo mañanero de la contradicción y a la amenaza nocturna de las maniobras orquestales de quienes aspiran a reemplazarlos. Durante estos años Amat ha sorteado con diligencia las emboscadas que se le han planteado, pero sabe- él, que es un amante del western- que, cuando las amenazas arrecian, para salvar el Fuerte es imprescindible dirigir su defensa desde el puesto de mando y no disipar las fuerzas en batallas extramuros del territorio más acosado.
Y el Fuerte para Amat es, sin duda, la alcaldía de Roquetas. La aritmética electoral ya le produjo un sobresalto en las últimas municipales con la pérdida de la mayoría absoluta. Han pasado casi cuatro años desde entonces y el clima actual, con los socialistas en el poder en Madrid y Sevilla, y Rivera necesitando marcar distancia con el PP para enfrentarse en duelo con Casado en las generales, presagia tormenta; quizá con mucho trueno y poca lluvia, pero tormenta al cabo. Y ya se sabe lo que dijo la Santa: En caso de turbulencias, no hacer mudanza.
No se si Amat ha leído a la fundadora de las Carmelitas Descalzas, pero es un fiel seguidor de sus consejos. Nada o casi nada la turba; nada o casi nada le espanta, con la paciencia, hasta ahora, todo lo alcanza. Pero nada es eterno y el pronóstico electoral en Roquetas está en el aire y para dificultar que un vendaval cambie el ciclo de mayoría de los últimos decenios el, mejor que nadie, sabe que está obligado a trasmitir un compromiso de dedicación plena. No es que hasta ahora no lo haya hecho así; es que ha aprendido que las cosas no son como son, sino como se perciben.
Y, por cierto, que nadie perciba en su renuncia a la reelección en el Palacio Provincial una marcha apresurada. Gabriel Amat ha despejado la incógnita de un ángulo del triángulo. Los otros dos siguen intactos y los tiempos, salvo imprevistos, los decidirá él. Quienes aspiran a sucederle en la presidencia del partido tendrán que esperar. En el PP los alcaldes y presidentes de Diputación mandan mucho, pero quienes de verdad mandan son los presidentes regionales y provinciales que son los interlocutores con Génova y, ay, los que hacen las listas electorales. Cuando la subdirectora de La Voz me daba el viernes la noticia no sé por qué (o sí) regresé a aquel maravilloso fandango en el que Paco Toronjo sentenciaba que “aunque me voy, no me voy; aunque me voy no me ausento; aunque me voy de palabra, me quedo de pensamiento; aunque me voy no me voy”. Apréndanselo los aspirantes a ocupar su puesto en cualquiera de los tres ángulos del triángulo no vaya a ser que corran más de la cuenta y acaben despeñándose por el abismo.
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