Hubo una época en la que el fútbol era cosa de hombres y las gradas del estadio se llenaban los domingos de trajes oscuros, de voces roncas y humo de tabaco. En aquellos tiempos era costumbre lucir traje los días de fiesta y con ese mismo traje que un hombre podía a ir a misa por la mañana y a darse una vuelta familiar por el Paseo al mediodía, se iba por la tarde al fútbol. Con ese mismo traje con el que uno se podía presentar delante del confesor acudía al estadio convertido en un fanático contundente.
Recuerdo, de niño, aquellas historietas del Tebeo en las que aparecía un personaje, Pepe ‘el Hincha’, que perdía la compostura en el fútbol con facilidad y aquel anuncio de televisión contra la violencia en las gradas donde el protagonista era un aficionado que en su vida privada era un ejemplo de virtud, pero que cuando llegaba el domingo y se sentaba en las gradas se convertía en un tigre de bengala.
Alguien dijo una vez que los campos de fútbol eran como la consulta de un psicólogo y que la gente iba allí a descargar toda la presión acumulada durante la semana en el trabajo y en la familia. La grada era el único sitio donde se podía gritar e insultar libremente en una época en la que la violencia se admitía como si formara parte del juego. Las primeras veces que me llevaron al fútbol, cuando no tenía más de seis o siete años, la emoción de estar viendo un partido en el estadio se teñía de miedos cuando el público empezaba a gritar y sobre todo, cuando había algún altercado entre los aficionados, que también era frecuente.
Había hinchas marcados por el estigma de la violencia que protagonizaban frecuentes altercados. La policía los conocía y procuraba calmarlos antes de tomar medidas mayores. Algunos saltaban al campo en busca del árbitro y tenían que ser reducidos por las fuerzas del orden sobre el mismo terreno de juego.
El miedo escénico que acuñó Jorge Valdano para el Santiago Bernabéu se podría proyectar sobre algunos campos de fútbol de la provincia de Almería que durante años tuvieron fama de polémicos por la enorme presión que ejercían los aficionados, que llegó a desembocar, en alguna que otra ocasión, en agresiones a los arbitros.
Uno de los recintos más temidos fue el del San Roque, también conocido como el campo de 'Las Tres Tumbas'. Su fama le venía más por el aspecto del lugar, un pequeño descampado metido entre las rocas de una montaña, en el corazón mismo de las cuevas del barrio de Pescadería. El camino para acceder al lugar asustaba, por lo que más de un colegiado llegaba al partido con el miedo metido en el cuerpo, pronunciando una frase muy común: “Dónde me he metido”. Allí no había gradas donde más o menos los hinchas pudieran estar controlados; alrededor del terreno de juego estaba el cerro con sus cuevas y cada rellano un grupo de espectadores recién salidos del Paleolítico Superior.
Tampoco era fácil en aquellos tiempos pitar en el campo de Los Molinos. La afición estuvo siempre muy arraigada a su equipo y ejercía su trabajo muy pegada a la línea de cal. Los jueces de línea sentían sobre sus espaldas el aliento de los seguidores y con este factor jugaban siempre los locales, que encontraron en la presión ambiental su mejor aliada. Durante años, grandes clubes de España de categoría juvenil pasaron por el campo molinero y sucumbieron ante la fuerza del equipo local y la enorme presión que se generaba desde las gradas. Otros campos, como el del Seminario y el Rafael Andújar de El Zapillo, tuvieron también que soportar la vitola de polémicos en unos tiempos donde la agresión a un arbitro no solía tener demasiado castigo porque en la mayoría de los casos las fuerzas de orden público eran generosas con los violentos.
En la provincia, el campo más temido fue el de Las Nieves de Macael. Había partidos en los que la guardia civil hacía más metros que los propios jugadores. El acontecimiento más grave se vivió el 19 de marzo de 1992, cuando el colegiado jiennense Martín Vilches, fue agredido y tuvo que ser ingresado en el Hospital de Huércal Overa, La imagen del agredido dio la vuelta a España en los telediarios.
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