El santuario de las máquinas de coser

En los años 40 Antonio Verdejo instaló una tienda en el Paseo donde vendía máquinas Sigma

Las hermanas  Verdejo Sánchez, con su padre, en el negocio familiar que mantienen en la calle Hermanos Pinzón.
Las hermanas Verdejo Sánchez, con su padre, en el negocio familiar que mantienen en la calle Hermanos Pinzón. La Voz
Eduardo Pino
13:41 • 28 oct. 2018 / actualizado a las 13:45 • 28 oct. 2018

La tienda es una reserva espiritual del comercio de antes. Entre sus cuatro paredes se han conservado unas maneras de entender el negocio basado en el trato familiar con el cliente. Ahora que están de moda los grandes establecimientos donde la gente se cruza sin mirarse a la cara, donde nadie conoce a nadie, donde la compra y la venta se hace de forma compulsiva, entrar en una tienda donde se puede hablar con las dueñas y donde no hay prisas ni colas delante de la caja se convierte en un lujo impagable.




Esta manera familiar de llevar la tienda ha convertido a la Casa de las Máquinas en un pequeño paraíso y ha sido el argumento principal de la familia Verdejo para  que el negocio siga funcionando y haya sobrevivido más de sesenta años superando tiempos difíciles y todo tipo de crisis.




Su historia se remonta a los años de la posguerra, cuando Antonio Verdejo Berbel, abuelo de las actuales propietarias, decidió embarcarse en la aventura de abrir una tienda de máquinas de coser en el Paseo. Consiguió quedarse con la concesión de las máquinas Sigma, que era la principal competencia de la marca Singer, que desde comienzos del siglo pasado se había establecido en la Puerta de Purchena.




Antonio Verdejo montó su tienda y además de máquinas de coser puso a la venta las bicicletas Supercid y los cicloturismos Torrot, que fueron una modernidad en aquel tiempo.




Tras una primera etapa en el Paseo, la tienda comenzó una nueva andadura en los años sesenta, cuando el hijo del fundador, Juan Verdejo López, se mudó a la calle Obispo Orberá, que entonces estaba de moda por la cercanía de la Plaza del Mercado. El alma del negocio siguieron siendo las máquinas de coser, las bicis, las motos, pero además llenó los escaparates de los últimos modelos de electrodomésticos que habían aparecido en el mercado, y que eran el sueño de la mayoría de las familias de la clase media almeriense. Juan conocía bien el oficio. Cuando  tenía doce años su padre lo envió a pasar una temporada a la localidad guipuzcoana de Elgóibar, donde fabricaban las máquinas Sigma, con la finalidad de que el niño aprendiera todos los secretos de aquellos artefactos. Allí se enseñó a manejarlas y a repararlas.




Aquella experiencia en el norte fue su universidad. Cuando tomó las riendas de la tienda no solo era un vendedor más, sino que además era todo un experto en manejarlas y en arreglarlas. Fueron años de mucho trabajo para la familia Verdejo. Recorrían todos los barrios llevando sus productos de casa en casa y a bordo de una furgoneta se echaban a las carreteras para recorrer todos los pueblos de la provincia. El secreto estaba en llevarle a la gente las máquinas y los electrodomésticos a sus propias casas. “Entonces viajábamos en equipos de cuatro personas vendiendo de puerta en puerta y cobrando las letras cuando lo normal era que los clientes pagaran a plazos”, recuerda Juan Verdejo.




Cuando el vehículo de Electrodomésticos Verdejo aparecía por las calles de un pueblo haciendo sonar el claxon, aquello era un gran acontecimiento en una época donde tener un frigorífico o una lavadora era considerado como un pequeño lujo. Por esa época la familia puso en escena, en la calle de Mariana, una academia de bordado donde iban las muchachas a aprender a manejar las máquinas de coser. Por aquella escuela de bordado pasaron varios cientos de jóvenes a lo largo de dos décadas, convirtiéndose en uno de los establecimientos de referencia del barrio. La academia estaba situada enfrente de la casa del Sindicato de la Aguja, entre la joyería Platino y el estanco.




La Casa de Máquinas siguió avanzando y en el año 1998 volvió a cambiar de escenario. De Obispo Orberá se trasladó a la calle Hermanos Pinzón, donde ha permanecido durante todos estos años. Ahora, el negocio está regentado por las tres hijas de Juan: María Dolores, Ana y María del Mar, que llevan en sus genes la herencia de su abuelo y de su padre y siguen siendo una referencia en su gremio.


La tienda es hoy una mercería donde el cliente puede entrar, preguntar, informarse, intercambiar opiniones y además comprar sin límite de  tiempo, sin colas y con la certeza de que siempre va a encontrar un buen consejo y un gesto agradable.


En una estantería, a la entrada del establecimiento, se puede contemplar una colección de máquinas de coser, que siguen siendo uno de los pilares del negocio, el hilo conductor desde su fundación. Se siguen vendiendo máquinas, aunque no como antes, se sigue enseñando a la gente a manejarlas y se siguen arreglando las averías con la misma eficacia que hace cuarenta años.


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