Hay frases que pasan a la Historia del mejor sentido común, conceptos que el tiempo acaba revistiendo con la fortaleza de los pilares sobre los que se diseña el futuro, ideas que el tiempo acaba convirtiendo en estructuras sociales de amplísimo alcance. Uno de esos conceptos fue proclamado en la Avenida Pennsylvania por JFK cuando el 20 de enero de 1961 en su discurso a la Unión como presidente aconsejó a los millones de ciudadanos que le escuchaban que “no preguntéis lo que vuestro país puede hacer por vosotros, preguntaros por lo que vosotros podéis hacer por vuestro país”. Es una frase a la que vuelvo con frecuencia y estos últimos días he regresado a ella por dos situaciones vividas en nuestra provincia y protagonizada por almerienses bienintencionados en su objetivos pero equivocados en su estrategia.
La primera estuvo motivada por la apertura del nuevo centro comercial de Torrecárdenas. Después de más de catorce años de tramitación burocrática transcurridos desde el inicio del proyecto hasta su apertura, el anuncio de su apertura y de que una alfombra roja cubriría los seis kilómetros que separan la plaza de la Catedral de la nueva área comercial despertó a una parte de los defensores del comercio del centro de la ciudad. Cartas a los medios de comunicación, exabruptos y descalificaciones en redes sociales, comunicados de colectivos, opiniones políticas…como si alguien hubiera dicho desde su atalaya ‘levántate y anda’, centenares de ciudadanos se aprestaron a despertar de su letargo de catorce años, catorce nada menos, y emprender una campaña que, en algunos casos, se tornó cruzada contra los miles de compradores que durante estos días han asaltado el nuevo espacio comercial.
Nada hay que objetar a esta defensa que solo la insensatez podría dejar de apoyar. Hay que apoyar el comercio del centro. Como, también, hay que apoyar la vida comercial de cualquier barrio de la ciudad, ¿o es que estamos todavía instalados en que hay almerienses de primera y de segunda? Apoyo para todos y sin distinción de ubicación geográfica. Hasta ahí todos de acuerdo.
Donde comienza a resquebrajarse el acuerdo es en cómo debe materializarse ese apoyo. Para algunos la mejor forma de defender el comercio tradicional es exigir a las administraciones su oposición, legal o ilegal, da igual, a la llegada de nuevas áreas comerciales. Recluidos en una Numancia de aceras y azoteas históricas, los defensores de esta opción apuestan por que la vida siga girando en torno a la Puerta de Purchena para, así, continuar dando la razón a Fausto Romero cuando en su libro “Memoria de una tierra dormida” escribió en 1974 que Almería era la Puerta de Purchena rodeada de suburbios.
Lo que la brillante inteligencia de Fausto Romero describió con tanto tino en aquel tiempo fronterizo de la Rambla no es ya hoy, y afortunadamente, una realidad. Almería ha cambiado mucho y para bien y los nuevos hábitos de consumo, también y para bien. ¿O es que hoy se compra y se disfruta de lo comprado menos y peor y en peores sitios y con peor oferta que ayer?
Hay que apoyar el comercio del centro (y de los barrios, de todos los barrios) pero los que primero tienen que apoyarlo son los propios comerciantes con estrategias de venta y servicio acomodadas a las realidades laborales, demográficas, sociológicas y de ocio de los ciudadanos. La sociedad cambia a un ritmo vertiginoso y ese cambio, tan lleno de claroscuros, exige la adaptación de quienes están, estamos, inmersos en él.
Los comerciantes del centro (como los de los otros barrios, insisto) pueden pedir al Ayuntamiento apoyo en su defensa. Es su derecho. Pero su obligación es buscar entre todos las soluciones que mejor pueden defender sus intereses y, sobre todo, pueden hacer más atractiva su oferta a los consumidores. El alcalde puede- y debe- colaborar, pero quienes tienen que enfrentarse al problema son ellos y, a estas alturas, ante el interrogante de si, en los últimos veinte años, se han preguntado, no solo qué puede hacer el Ayuntamiento por ellos, si no qué pueden hacer ellos por mejorar su situación, tengo tanto miedo a la respuesta que prefiero la duda a la certeza.
El mismo miedo a la respuesta que tengo a la pregunta de por qué a la manifestación del pasado sábado en contra del cierre de la fábrica de Cemex en Gádor apenas asistieron quinientas personas cuando las familias afectadas son mas de trescientas.
Apenas quinientos manifestantes- un gran porcentaje de ellos políticos y sindicalistas, que en este tema sí están a la altura de las circunstancias- en una protesta en la que está en juego el futuro de miles de personas-padres, madres, hijos- son muy pocos manifestantes.
JFK llevaba razón. Lo que no alcanzo a entender es porqué tantos, con su empecinamiento en no adaptarse a la realidad o con su indolencia, no acaban de llevarla a la practica en unas aspiraciones tan justas como las que defienden.
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