“Estoy orgullosa de mis orígenes pero también me siento almeriense y española“

Rabab Chelhaoui es ingeniera técnica agrícola y lucha contra abandono escolar como voluntaria

Rabab Chelhaui ha recibido este año el Premio Almería Joven 2018 que otorga el Instituto Andaluz de la Juventud.
Rabab Chelhaui ha recibido este año el Premio Almería Joven 2018 que otorga el Instituto Andaluz de la Juventud. La Voz
Guillermo Mirón
07:00 • 05 nov. 2018

Hace catorce años, una niña llamada Rabab Chelhaoui viajaba en un barco desde la costa marroquí hasta la provincia de Almería. Hacía (eso sí, de manera segura) el mismo trayecto en el que miles de personas se han dejado la vida buscando lo mismo que motivó a su padre a trasladarse hasta Almería tres años antes: un lugar donde prosperar y garantizarle el mejor futuro posible a su familia.




Hoy, el viaje que Rabab (Larache, Marruecos, 1994) está a punto de hacer es muy diferente al de aquel 1 de agosto de 2004. En el momento de realizar esta entrevista está a las puertas de viajar a Madrid para asistir a una importante feria hortofrutícola tras pasar por Portugal y Francia. Cuestión de trabajo. “Me dedico a asesoramiento de campo y calidad. Voy con mi jefe a reuniones, estoy con clientes finales...”, resume con entusiasmo. Tras finalizar en la Universidad de Almería la Ingeniería Técnica Agrícola apostó por continuar formándose con el Máster de Ingeniería Agronómica.




Todo mientras trabaja. Y todo, además, mientras ofrece charlas a alumnos de colegios que, como ella, llegaron (bien ellos o, en el caso de las nuevas generaciones sus familias) a un lugar donde se hablaba otro idioma y donde la cultura en sus centros o en la calle poco o nada tiene que ver con la que respiran en sus casas. “Soy una pequeña portavoz de una nueva generación formada e integrada”, reconoce.

Labor voluntaria



Mediante las actividades que realiza como voluntaria en centros educativos e incluso en casas con toda una familia a su alrededor intenta demostrar que si ella ha podido, otros también. “Éramos una familia de clase media marroquí y siempre me han apoyado para que estudie. Era la típica niña con clases particulares, campamento en verano…”. Su vida no era “el caso general” de los migrantes llegados a Almería, en su mayoría “gente procedente de zonas profundamente rurales de Marruecos”, resume. Pero aunque no comparta su origen, sí tiene en común una nueva vida a la que se tuvo que enfrentar. “Viví doce años en un cortijo en la parte de arriba de San Nicolás, en La Mojonera”. Ahora, cuando su trabajo le da un respiro, se dirige a los más jóvenes para que sigan sus pasos.




“Me invitaron a dar una charla en mi colegio de La Venta del Viso. Los niños decían: ‘¡Seño era mi vecina; yo la veía en San Nicolás!’. No vienes y les sueltas la teoría de que con voluntad y trabajo todo se consigue. Me han visto, se lo creen y se motivan”, cuenta con la misma pasión con la que habla de su profesión en la que, al igual que al resto de jóvenes con independencia de su origen, nadie le ha regalado nada para alcanzar el puesto de trabajo que ocupa. Aunque ha tenido que superar barreras que no todos se encuentran.

Momentos duros



Una joven de 24 años en un mundo en plena transición hacia la igualdad de género y que, por si fuera poco, en su cabeza porta un velo. “Chica inmigrante de origen marroquí y con velo en un sector donde, sin generalizar, existe el machismo”, describe. Esto le propició algún que otro disgusto no menor. Tanto que uno de estos contratiempos se encuentra entre los momentos más difíciles por los que ha pasado. “He llegado a sitios donde me han dicho: tenemos muy buenas referencias sobre ti pero lo sentimos, no puedes trabajar con velo”.




Su primera reacción fue impulsiva, pero pronto ganó el pulso la mujer equilibrada y con visión de futuro que se esconde tras unos expresivos ojos. “Se me juntaron las lágrimas. No lloré por no aparentar ser una niña. Le di la vuelta a mi currículum y les dije: ‘El día que me necesitéis, podéis contar conmigo’. Entré en shock. Ha sido lo más difícil a lo que me he enfrentado”, confiesa.

“Impacto brutal”



Todo eso quedó atrás. Ahora trabaja en una empresa de producción y exportación de hortalizas de Níjar. Visita a agricultores a menudo y, a veces, cuando se presenta ante ellos “el impacto es brutal”, si bien eso está cambiando. “Hay un cambio por nuestra comunidad y por parte del sector agrícola porque ya son gente joven y con un trato genial. Aprendo de ellos”.


Evolución que también ha observado en los hijos de migrantes que nacieron en España o que, como en su caso, llegaron muy jóvenes. “Hay marroquíes con sus carreras, doctorados... y que cuando terminaron no cogieron sus maletas y se fueron. Son gente que, como yo, se sienten de aquí”, relata antes de incidir en que este cambio también se produce de puertas de las casas para adentro. “No quieren que su hijo acabe de operario. Lo percibo y lo escucho mucho. Dicen: ‘No quiero que mi hijo o mi hija acabe en un invernadero’”.

Abandono escolar

Entre sus retos como voluntaria en el Grupo de Investigación Cualitativa de la Delegación de Educación -labor que le valió un galardón en los Premios Almería Joven 2018- se encuentra luchar contra el “abandono escolar por parte de chicas” hijas de migrantes. Una circunstancia que no achaca a la presión familiar sino que “muchas veces es más bien una cosa social”.


Y, de nuevo, como si contara con medio siglo de experiencia en el campo de la atención social, recuerda las palabras que tantas veces ha escuchado a pesar de su edad. “Se dicen: ‘Para qué vas a estudiar si vas a terminar trabajando en un almacén’. Ni siquiera se plantean el tema de la carrera. No es que sean menos inteligentes o vagas, son muchos factores. En algunos casos familia y en otros lo que se dice. No se les da la oportunidad de que se equivoquen”.


Percepción

El cambio en la población de origen marroquí es evidente pero, ¿han cambiado también los ojos con los que se les mira? “El problema está en cómo te perciben. Hay mucha gente que se alegra y otra que se extraña porque te sigue asociando con ciertas labores. Te ponen una etiqueta y se creen que somos discriminadas por nuestra comunidad y no es así. Muchas veces somos etiquetadas desde fuera”.


Rabab trabaja duro en su empresa y como voluntaria, pero hay una responsabilidad con la que carga y de la que hace cómplices a miles de jóvenes más. “Me siento orgullosa de mis orígenes pero me siento almeriense y española y en ningún momento una cosa elimina la otra. Estamos en ese cambio para que ya no se nos perciba de una forma determinada. Somos algo más. Somos de aquí”.


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