Un pechinero fue el guardián de las fotos de Mauthausen

Escondió en un cuenco de leche los negativos de Paco Boix y se los entregó a una amiga alemana

Jacinto Cortés nació en Pechina en 1923,  era hijo del zapatero remendón del pueblo y murió en Perpignan en 2003.
Jacinto Cortés nació en Pechina en 1923, era hijo del zapatero remendón del pueblo y murió en Perpignan en 2003.
Manuel León
02:50 • 11 nov. 2018 / actualizado a las 02:57 • 11 nov. 2018

Jacinto Cortés Garcia murió hace 14 años en Francia, en el más puro anonimato. Solo su mujer, Severina, y unos cuantos ancianos compatriotas acudieron al cementerio civil de Perpignan a despedirlo. La historia, que a veces es ciega, se ha olvidado de este almeriense nacido en Pechina en 1923, que con 17 años fue deportado al campo de exterminio de Mauthausen y sobrevivió para contarlo, como un centenar más de almerienses que se salvaron del holocausto nazi, de los 260 que penaron en diferentes presidios.



El papel de este pechinero, sin embargo, miembro del célebre Komando Poschacher, que llegó imberbe al campo alemán un 24 de agosto de 1940, fue transcendental para el esclarecimiento ante la humanidad de lo que allí pasó: Cortés fue el enlace de la organización clandestina del campo que en 1945 consiguió pasar un paquete dentro de un cuenco de leche a una mujer del pueblo para que lo guardara hasta la liberalización, así consta en el sumario del Proceso de Nuremberg de 1945.



 Este paquete contenía negativos fotográficos de los crímenes del nazismo, realizadas por la Leika de otro español, Francisco Boix, que se mostraron en ese juicio sumarísimo y que sirvieron para condenar a varios altos mandos de las SS, quienes al principio negaron su participación en el genocidio. Sin la astuta actuación del almeriense -según corroboraron en diversas entrevistas años después sus camaradas supervivientes, incluido el propio Boix- esas fotografías no hubieran dado la vuelta al mundo y  todo el sufrimiento infinito de miles de presos habría quedado difuminado en la pátina de los testimonios orales, sin la imagen que, casi siempre, suple a mil palabras.



Su nombre no aparece, aunque debiera, en los títulos de crédito de ‘El fotógrafo de  Mauthausen’, el largometraje español recién estrenado, dirigido por Mar Targarona, que narra las peripecias de Francisco Boix como fotógrafo de ese siniestro campo.



Jacinto era hijo del zapatero de Pechina, Francisco Cortés Borrás, y emigró con su familia al Prat de Llobregat. Su padre y su hermano mayor combatieron en las tropas republicanas durante la Guerra Civil. Huyeron a Francia y fueron apresados por los alemanes en Angulema, aunque no tenían la condición de prisioneros de guerra. Estabulados en un convoy de ganado llegó la familia entera hasta el campo de exterminio que los iba a separar para siempre. Se quedaron en ese matadero humano el padre de 50 años y los tres hijos mayores (José, Jacinto y Manuel). La madre y los tres  pequeños (Carmen, Angel y Aurora) fueron devuelto a los vagones reemprendiendo viaje por media Europa que acabó con su llegada a la frontera y su entrega a la Guardia Civil. 



El padre y el hermano mayor, José, mutilado de una pierna, fueron traslados a Gusen, el campo más sanguinario, donde murieron víctimas del hambre y los malos tratos. El hermano menor, Manuel, de catorce años, fue asignado como ordenanza personal del kapo denominado Al Capone. Jacinto, el protagonista de esta historia, se enroló en el grupo de trabajo Komando Poschacher, que serviría desde 1943 a la empresa local de Anton Poschacher que explotaba una cantera de granito y áridos en las inmediaciones del pueblo. Se les pagaba un salario de tres marcos que ellos nunca vieron y que se ingresaba en la cuenta de la SS en un banco local. Al cabo de los años, al acabar la guerra, algunos trabajadores reclamaron al Gobierno alemán esas cantidades y las consiguieron, según nos contaba Severina, la viuda de Jacinto Cortés. 



 Cuando los muchachos que iban a formar parte del Poschacher llegaron a Mauthausen, el resto de presos quedó estupefacto de indignación ante los rostros infantiles que bajaban de los vagones. Su edad y su buen estado físico les hizo acreedores de ser asediados por las perversiones sexuales de los kapos. 



El komando estaba compuesto por cincuenta jóvenes, entre 13 y 19 años.A Jacinto Cortés, como al resto de sus compañeros, se les privó de las ilusiones propias de la edad y el tránsito de la niñez a la adolescencia lo hicieron a fuerza de golpes de vara de buey. 


En un principio los jóvenes españoles de Komando Poschacher realizaban el trayecto a las canteras del pueblo bajo la estricta vigilancia de Josef Niedermayer. Después, la vigilancia se relajó y en 1944 a los aprendices de canteros se les permitió abandonan el campo y ser provistos de documentación como trabajadores civiles extranjeros.


La red española dentro de la fortaleza eligió entonces a nuestro Jacinto Cortes, comunista de las JSUC catalanas, como correo de las valiosas fotografías, que Boix había ído hurtando del laboratorio de los SS. El pechinero era el encargado de bajar el almuerzo del campo a la cantera. Fue aprovechando este trayecto diario, cuando Jacinto  procedió a bajar el paquete de los negativos, más de 20.000, que le fue entregando Paco Boix, y lo escondió en un agujero cerca de la cantera.


Cuando a principios de 1945 cesó la actividad del Komando, Cortés era consciente de que lo trasladarían a otro destino. Por eso se arriesgó a entregar el paquete con los negativos a una mujer del pueblo con la que había establecido confianza, la señora Pointner, quien los escondió en un muro de su casa hasta que lo recuperaron los españoles. Los tanques americanos acababan de liberar Mauthausen.


A Jacinto le robaron su adolescencia: salió del campo hombre, con cicatrices en el cuerpo y en el alma, se casó en Francia y tuvo una hija que se le murió en los brazos. Ya no volvió más a la Pechina de su niñez, aunque Severina recordaba por teléfono que “a su pueblo lo llevó siempre en el corazón”.



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