Cuando era un lujo tener una radio

Los cafés más importantes de la ciudad tenían su aparato de radio para los clientes

Aquellos aparatos solemnes de radio se convirtieron en el mueble más importante en muchas casas.
Aquellos aparatos solemnes de radio se convirtieron en el mueble más importante en muchas casas. La Voz
Eduardo Pino
07:00 • 26 nov. 2018

Tener un aparato de radio llegó a ser un lujo en la Almería de la posguerra. En las casas donde las familias podían permitírselo, la radio se convertía en el elemento aglutinador durante la noche, cuando después de la cena todos se reunían en torno al aparato para escuchar el parte que se emitía a través de la emisora de Radio Nacional de España.  




Eran pocos los que presumían de contar con este adelanto y aquellas familias que iban progresando, lo primero que se compraban, antes de que llegara la revolución de los coches y de la televisión, era uno de aquellos enormes aparatos de radio que se colocaban en la parte principal de las casas, en el lugar más visto para que no pasaran desapercibidos.




La importancia de la radio llegó a tal punto que hasta las autoridades quisieron sacarle partido económicamente. El 27 de abril de 1939, tan sólo unas semanas después de terminar la guerra civil, el teniente coronel Francisco Villegas Martín, que había sido nombrado presidente de la Junta Especial para la Restitución del Patrimonio Particular, dirigió la campaña de devolución de los aparatos de radio que habían sido requisados en Almería durante la guerra por los comités republicanos.




Para poder recuperar los receptores, sus dueños tenían que pasarse por las oficinas de Telégrafos y mediante la presentación de la documentación oportuna acreditar la propiedad del aparato.




En enero de 1940 la Ley obligó a todo poseedor de aparatos de radio a darlos de alta para poder aplicarle los nuevos impuestos que había marcado el Estado: doce pesetas anuales por las licencias de uso particular; cincuenta pesetas semestrales por cada receptor instalado en casinos, centros de recreo, hoteles y bares; y cincuenta pesetas al año para los utilizados en pensiones, fondas y tiendas de vino.   




En Almería, el primer establecimiento público donde se pudo escuchar la radio en los días de posguerra fue en el salón del Café Español. Todas las tardes, a las dos y media, a la hora del café y de la partida de dominó, se sintonizaba Radio Almería para la conexión diaria obligatoria que la emisora local hacía con Radio Nacional de España, que emitía el primer Parte de Noticias del día. Por las noche, a las diez menos cuarto, el salón del ‘Español’ volvía a llenarse de clientes para oir el noticiario, que los domingos venía cargado de resultados de fútbol y reseñas taurinas.




En diciembre de 1943 se instauró el impuesto de radioaudición, que sustituía a la hasta entonces llamado “pago por licencia de radio”.  Para ejercer el control de dicho impuesto se nombró a un agente ejecutivo local, cargo que recayó en el cartero almeriense Rafael López Sánchez, que se encargó de ejercer  sus funciones en la capital y en los pueblos de la provincia.  El trabajo del cartero cobrador era controlar a todos los vecinos que tenían en su domicilio un receptor de radio para cobrarle el impuesto mensual. Se dieron muchos casos de denuncias de radios furtivas, de personas que delataron a vecinos que guardaban en sus domicilios aparatos de radio sin declarar para librarse de los impuestos.




El cobrador tenía la obligación de pasar hasta tres veces por los domicilios de los usuarios. Si no cumplían con el pago en el plazo previsto se les imponía una multa y si no la podían afrontar se les embargaba la radio. Los aparatos que se iban recogiendo eran almacenados en una habitación de las oficinas de Correos antes de ser subastados públicamente.


Al propietario se le ofrecía antes la posibilidad de recuperar el artefacto previo pago de su descubierto y de las costas correspondientes. Una Circular del 22 de abril de 1958 integró la polémica tasa de radioaudición en los impuestos sobre el gasto bajo la denominación de impuestos sobre el lujo, y con ese nombre estuvo funcionando hasta que en 1964 la Jefatura del Estado ordenó “la supresión definitiva del gravamen sobre la radio”.


En aquella época, los aparatos de radio ya formaban parte de las casas como si fueran un miembro más de la familia o una mascota. Los primeros ahorros del padre se invertían en un receptor. En muchas casas estaba prohibido manipular aquel artilugio sagrado sin permiso del cabeza de familia y las madres solían decorarlos colocándoles por encima un tapete de ganchillo que servía también para protegerlos del polvo.


Tener una radio era además un signo de distinción y un buen pretexto para reunirse  todas las noches. En las casas donde había un aparato de radio se juntaban los vecinos de la calle a la hora de las noticias. Fue muy nombrada en la ciudad la casa del cura don Antonio García Flores, en la calle Campoamor, donde se reunía medio barrio para poder asistir a las retransmisiones de los partidos de fútbol y a las llegadas de las etapas del Tour de Francia. Unos años después, la casa del cura fue la primera del barrio en la que se vio la televisión.


Temas relacionados

para ti

en destaque