Un sabio de Almería en la Institución Libre de Enseñanza

Rafael Torres Campos fue el mejor geógrafo de su tiempo y un pedagogo revolucionario

El almeriense Rafael Torres con traje de gala militar y sus condecoraciones.
El almeriense Rafael Torres con traje de gala militar y sus condecoraciones.
Manuel León
03:06 • 20 ene. 2019 / actualizado a las 07:00 • 20 ene. 2019

Cuando Rafael Torres Campos nació en 1853 en la calle Trajano, Almería era aún una ciudad amurallada y conventual de 25.000 almas, de la que solo se podía salir a través de cuatro puertas. Su padre, Rafael de Torres Salcedo, llegó destinado como funcionario a Almería procedente de Loja unos años antes, donde había sido amigo de la infancia del general Narváez.



 En esa Almería que hoy nos parece tan remota e inverosímil, el lojeño se empleó como tesorero de la Real Hacienda y se casó con Dolores Campos y Aguilar, perteneciente a una de las más acomodadas familias de la burguesía almeriense, cuyos miembros edificaron  el Cortijo de las dos Torres en Benahadux y después La Casa de las Mariposas. Fue también regidor de la ciudad desde 1850 a 1863.



Han transcurrido los años y los siglos y la memoria de su hijo, Rafael, el protagonista de esta historia de superación, ha  sido tan desdeñada en su ciudad natal como inigualable la excelencia de su trayectoria académica, a pesar de morir  a los tempranos 51 años. Ningún otro almeriense capitalino -insigne alhameño al margen- alcanzó tan alta representación científica como Torres Campos en las disciplinas de la geografía, pedagogía, historia y administración militar.



Rotulada a su nombre estuvo desde 1913 hasta los años 80 el tramo final del Malecón derecho de la Rambla del Obispo (hoy Federico García Lorca), donde antes estuvieron las casas de Viciana y el garaje Victoria.



Su padre falleció cuando Rafael contaba con 13 años y tras matricularse en el Instituto de Segunda Enseñanza,   en el  antiguo claustro de los Dominicos, con compañeros como Pedro Jover, Onofre Amat y los hermanos Barroeta, terminó el curso con varios premios extraordinarios. Su profesor, González Garbín, lo citaba en sus memorias como uno de los mejores alumnos que habían pasado por sus clases. Su hermano mayor, Manuel se matriculó en Derecho, en la Universidad Central de Madrid, y su madre, ya viuda, decidió trasladarse a Madrid, con sus dos hijos. Las rentas de las fincas de uva de la familia Campos en Almería, les permitían vivir con cierto bienestar.



Era 1868, el año de la Gloriosa revolución y Rafael, con quince años, pronto se empapó de ese complejo ambiente político y mientras continuaba con sus estudios de bachillerato en el Instituto de Noviciado se matriculó también por libre en la Facultad de derecho. Allí vivió los conflictivos años del Sexenio revolucionario y se acendró su liberalismo político; allí se hizo miembro de la Sociedad Abolicionista y salió a la Puerta del Sol a defender la desaparición de la esclavitud en las Antillas españolas, Puerto Rico y Cuba.



El brillante almeriense, mientras, siguió con sus estudios de Derecho en la Universidad Central donde fue alumno de Francisco Giner de los Ríos, quien fundó después en 1876 la Institución Libre de Enseñanza, como reivindicación de la libertad de cátedra. Allí ejercería también como profesor Rafael Torres, abonando una estrecha amistad con el fundador de aquella legendaria institución basada en los principios krausistas de hacer convivir la razón y la moral.



A Rafael le tocó también ir a la Mili por la Quinta de Castelar, junto a 8.000 reservistas, que había acabado con el intento romántico republicano de un ejército profesional. Con la insurrección cantonal, la reanudación de la Guerra carlista y el recrudecimiento de la rebelión en Cuba, el Gobierno tuvo que dar marcha atrás.Pero el almeriense siguió a pies juntillas el adagio quijotesco de que ‘nunca la lanza embotó la pluma’  y por ello continuó adelante con su actividad intelectual. 


Acabó como número uno de su promoción en la Academia de Administración Militar  ubicada en Avila y allí se dedicó a impartir enseñanza académica a los soldados. Fue allí donde se convirtió en uno de los más eminentes geógrafos de la España de su tiempo-  recuerda el profesor Julián Esteban Chapapría autor de un trabajo sobre Rafael Torres y su hijo el arquitecto Leopoldo Torres- junto a Coello y Ferreira, revolucionando su enseñanza, escribiendo cientos de tratados sobre temas tan diversos como los ríos de Africa, la cuestión de Melilla o los españoles en California. Y viajó, cuando nadie viajaba, a congresos y exposiciones geográficas en París, Berna, Londres y fue nombrado secretario de la Sociedad Geográfica, bajo la presidencia de Cánovas del Castillo, y también correspondiente de la Real Academia de la Historia. Fue también uno de los fundadores de la Institución para la Enseñanza de la Mujer, miembro del Ateneo y hubiera sido el primer y único almeriense en entrar en la Real Academia de la Lengua, para la que estaba ya nominado, pero su prematura muerte en París en 1904 truncó esa designación.Se casó con Victorina Balbás, una cántabra con la que tuvo tres hijos, uno de ellos el arquitecto Torres Balbás, y durante los veranos nunca dejó de acudir a ver crecer sus parrales en su querida vega de Almería, el lugar donde nació y creció y donde ya no hay nada ni nadie que lo recuerde, al contrario que en Avila, donde ejerció de profesor y se levantó un busto a su memoria.


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