El defensa que puso un estanco

Domingo Sosa González llegó al Almería en 1949 procedente de la U.D. Las Palmas

Domingo Sosa, al lado del portero,  en una de las alineaciones del Almería de los años cincuenta.
Domingo Sosa, al lado del portero, en una de las alineaciones del Almería de los años cincuenta. La Voz
Eduardo Pino
07:00 • 25 mar. 2019

Muchos conocimos a Domingo Sosa cuando ya no era futbolista y ya en sus años de retirada regentaba junto a su mujer el estanco que había en la calle de Gómez Ulla, cerca del viejo edificio de Correos.




A veces, cuando pasaba por el estanco a echar la quiniela, le pedía que me hablara de fútbol, del fútbol de posguerra que él vivió cuando llegó desde Canarias dispuesto a conquistar el mundo en un equipo, el Almería, que soñaba con alcanzar un día la gloria del ascenso a Segunda División. Vino con la intención de volver un día a su tierra, pero aquí se quedó para siempre porque conoció a una muchacha de Almería, se hicieron novios y acabaron casándose.




Eran los años cincuenta y el fútbol almeriense vivía una etapa de esplendor que culminó con el primer ascenso de la historia a Segunda División. Coincidieron varios factores: una directiva seria, una buena organización técnica y una afición que volvía a estar unida después de una época de divisiones entre clubes, algo muy habitual en Almería.
Fue fundamental el acierto en los fichajes, lo que permitió ir construyendo un bloque que fue creciendo con el paso de las temporadas. Entre los futbolistas que llegaron estaba Domingo Sosa, que venía con esa fama de técnico que caracterizaba a los futbolistas isleños y por lo tanto, como uno de los refuerzos importantes de la temporada.




Desde la primera vez que se  puso la camiseta rojiblanca conectó con los aficionados por su manera de entender el juego, por su talante innovador que lo empujaba a ser un atacante más aunque su puesto oficial estuviera en el lateral de la defensa.




Se puede decir sin temor a exagerar que Sosa fue un lateral adelantado a su tiempo. Nunca fue un defensa convencional, sino que anticipó, con su estilo de juego, lo que después se conoció con el nombre de carrilero, tan de moda en el fútbol actual. Le gustaba subir la banda y apoyar al extremo cuando teníamos el balón. De aquellos tiempos de gloria vividos en el viejo estadio de la Falange, Domingo Sosa recordaba  con especial emoción las tardes de buen fútbol en la que los seguidores acababan sacando sus pañuelos. El Almería que ascendió por primera vez a Segunda hacía un juego muy vistoso que entusiasmaba a la gente; se jugaba mucho más al ataque que ahora y el futbolista sentía los colores de la camiseta que llevaba sin necesidad de besarse el escudo.




En 1949, cuando fichó por el Almería, el estadio todavía tenía hierba y se llenaba cada domingo. En invierno, como no había luz en el estadio, los partidos se jugaban a las tres de la tarde por lo que los aficionados llegaban al campo con el postre en la boca.  El campo se llenaba todos los domingos porque la gente no tenía otro sitio donde ir y se volcaba con el fútbol. En relación al número de habitantes, se puede afirmar que en aquel tiempo había mucha más afición que ahora.




Sosa  se ganó pronto a la afición, se convirtió en un líder en el vestuario y en  el capitán del Almería el año del ascenso a Segunda. En aquella temporada histórica coincidió con jugadores tan importantes como Enrique Burgos, Sanjosé, Gamonal, Llador, Echarri, Lemos, Luisín, Lis, León, Quintín o Rincón, con los que escribió grandes tardes de gloria.




 En 1959 optó por retirarse. Conoció a su mujer, se casó y decidió emprender otro camino. El fútbol no le permitió hacerse rico, ganaba 900 pesetas mensuales, pero sí reunir una cantidad importante para encauzar una nueva profesión y montar un estanco que fue su futuro.


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