El casco valía tanto como la gaseosa. Cuando íbamos a comprar una botella de ‘La Casera’ el tendero nos preguntaba siempre: “¿Has traído el casco?”. Si no lo llevabas te lo cobraba y después te devolvía el dinero cuando regresabas con él.
Aquella popular gaseosa que tanta fama alcanzó a partir de los años sesenta fue el refresco más democrático de su época, un pequeño lujo al alcance de las familias más humildes, cuando los niños de los barrios pobres alegraban las mesas en los aburridos almuerzos con un vaso de ‘La Casera’.
Cuando la marca dio un salto en el mercado y sacó la de naranja, limón y cola la profanación de los frigoríficos se hizo una costumbre en casi todas las casas. Los niños, cuando veníamos de la calle sudando y con la boca llena de sed, no buscábamos como consuelo el austero vaso de agua de Araoz de toda la vida, sino que nos íbamos directamente a la navera, la abríamos a escondidas de nuestras madres y en silencio, a hurtadillas, disfrutábamos de ese enorme placer de empinarnos la botella de La Casera a riesgo de ganarnos un castigo. Como éramos conscientes de que aquello estaba prohibido, que estábamos saltándonos las normas establecidas, más nos gustaban aquellos tragos.
El éxito de ‘La Casera’ se basó, sobre todo, en su marketing comercial. Desde su salida al mercado supo llegar a todos los públicos con una publicidad directa y efectiva que empezó con un coche que recorría las calles cuando casi nadie tenía coche.
La presencia del llamado auto de la fortuna llevaba la fiesta a cada calle por la que pasaba. Era un coche blanco, adornado con un cartelón donde se anunciaba la gaseosa y un eslogan que decía: “Bebiendo ‘La Casera’ la suerte espera”.
En la primavera de 1956, el auto de la suerte salía a las tres de la tarde de la puerta de Radio Almería en busca de la casa afortunada. Allí donde encontraban una botella del refresco encima de la mesa dejaban un sobre con dinero. Se dijo entonces que los empleados de ‘La Casera’ no iban a ninguna casa por casualidad, sino que su inesperada visita estaba previamente programada, y que eran los tenderos de los barrios los que preparaban la cita.
‘La Casera’ empezó a venderse en Almería en enero de 1955 al precio de cinco pesetas el litro, cantidad que entonces se consideraba muy cara, por lo que en los primeros meses el familiar refresco fue considerado como un artículo de lujo. En 1959, cuando abrieron una fábrica en Murcia, los almerienses pudieron comprar la gaseosa a cuatro pesetas el litro y cinco años después, cuando la fábrica se instaló en Almería, bajó a tres pesetas.
En agosto de 1964 empezó a funcionar en el paraje de San Silvestre, en el término municipal de Huércal, la fábrica de ‘La Casera’ de Almería. La factoría estaba situada junto a la carretera general de Almería a Murcia, y como las paredes del edificio eran de cristal, todo el que pasaba con el coche por aquel lugar podía ver la maquinaria y el trabajo de los obreros en el interior. Llegó a tener cerca de cuarenta operarios, la mayoría destinados en el almacén y en las tareas de reparto.
La popularidad de la ‘insuperable gaseosa’ tuvo mucho que ver con las numerosas campañas publicitarias y los regalos que la marca puso en escena a la hora de promocionar su producto. Todos los años llegaba a las tiendas de los barrios una nueva promoción de ‘La Casera’, que en la segunda mitad de la década de los cincuenta repartió neveras de la marca Jalitán y máquinas de coser Sigma por toda la ciudad.
De todas aquellas promociones que puso en marcha la marca de gaseosa, ninguna dejó tanta huella en los niños almerienses como la del gran álbum de la liga de fútbol que salió a al calle en octubre de 1964. Probablemente, nunca se vendió tanta Casera como aquella temporada en la que aparecían los cromos de los futbolistas junto al cierre de la botella. El más difícil de conseguir, la estampa fantasma que siempre le sale a todas las colecciones, era la de un delantero del Barcelona que se llamaba Seminario, y el de Llompart, defensa del Elche.
Rellenar el álbum era un gran aliciente porque además de poder completar la colección de futbolistas, se conseguía un número para entrar en un sorteo de grandes premios. Se rifaron bicicletas y cientos de muñecas, pero los obsequios más deseados fueron, sin duda, los trescientos balones de cuero que se pusieron en el mercado. Muchos niños almerienses de aquella época tuvieron su primer balón de verdad gracias a los sorteos de ‘La Casera’.
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