Ha vuelto a la vida, como una vieja caja de música a la que se ponen pilas nuevas y al abrirse vuelve a sonar la melodía, como una bailarina de juguete a la que se le daba cuerda y volvía a danzar encima de aquellos televisores que aún no eran de plasma.
Vuelve a señalar la hora justa, como un antiguo carillón, el reloj de Unicaja en el Paseo. Allí, soberbio en altura, en esa medianera noble del antiguo Boulevard, haciendo esquina con General Tamayo, los transeúntes del Paseo que caminan en dirección a la Plaza Circular ya pueden, de nuevo, consultar la hora que es, para no llegar tarde a una cita, a un café con los amigos, a la consulta del dentista. Ahí está de nuevo, como pegado con superglú, el viejo reloj del Monte de Piedad, del Montepío almeriense- ahora Fundación Unicaja- siendo de nuevo útil a los almerienses, como un cacharro resucitado, que dábamos por muerto, y que vuelve a ser provechoso cuando levantamos la vista.
Ya resplandece el cronómetro con sus elegantes agujas de nácar, huérfano de esfera, marcando la hora y los minutos; ya no está preso en el zulo de las 12 y 15, ya no está ajeno al tiempo, vuelve a moverse con precisión suiza, a lo que debe aspirar cualquier reloj que se precie de serlo.
Ahora, ya solo falta que los almerienses del casco histórico, los que se toman el desayuno o el aperitivo en La Tahona de la Plaza Vieja o los turistas que acuden a la oficina de turismo a por el horario de La Alcazaba, puedan mirar también arriba y poder consultar la hora en el reloj del Ayuntamiento, que se ha quedado detenido en las 4,40, como la banda de Juan Luis Guerra.
Postdata: tampoco funciona desde que murió Manolete el reloj del edificio de Banesto -ahora Santander- en la Plaza Juan Cassinello (Plaza del Educador).
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