Eduardo Gallart fue uno de los deportistas más activos que hubo en Almería al terminar la guerra. Era difícil encontrar un acontecimiento en el que estuviera por medio y lo mismo te lo encontrabas jugando al fútbol en la playa del Zapillo que montando una canasta de baloncesto en el balneario de San Miguel. Cuando en Almería eran muy pocos los que conocían el reglamento del baloncesto y del balonmano, Gallart los dominaba como si fuera el catecismo y se dedicaba a enseñar sus conocimientos al resto como si fuera un profesor.
En 1941 llevó la fiebre por el baloncesto al colegio de la Salle, una pasión con la que no tardó en contagiar a los frailes, que no dudaron en conseguir el material que hacía falta para que en el patio del centro se pudieran organizar partidos. Cuando consiguió promocionar el baloncesto organizó una liga local logrando ganar el trofeo del diario Yugo jugando con un equipo que él mismo había creado, y al que bautizó con el nombre de el Imperio.
Su llegada al Instituto para acabar el Bachillerato sirvió para que los alumnos del centro descubrieran el baloncesto. Gallart llegó a formar una alineación que se hizo famosa en Almería, donde aparecían los nombres de Campra, Salinas y los hermanos Gómez Fuentes y Miras. En la temporada 1943 fundó el Almería, otro equipo de leyenda del que se llegó a decir que era el mejor de cuantos había tenido esta tierra. Llegó a enfrentarse en la Terraza Apolo con el Canoe de Madrid. En aquel equipo de baloncesto, además de Gallart, estaban Manolillo, Gómez Plaza, Joaquín Zapata, Nache y Valera.
Esa fuerza que lo empujaba a embarcarse en todos los deportes lo llevó a descubrir otra pasión, la del balonmano. En los meses en los que estuvo estudiando en Madrid llegó a militar en el equipo ‘Coronel Pinilla’. Cuando regresó volvió a contagiar su fe por colegios y barrios. Siguió con el baloncesto y fue un incansable jugador y promotor de partidos de fútbol. Como futbolista, Eduardo Gallart jugo en el equipo del colegio de la Salle y fue el creador de un equipo de barrio, el Raza, cuya alineación la sabían de memoria todos los aficionados: Morales, Gallart, Ferrer, Ripoll, Sánchez, Guillén, Negro, Parra, Salvador, Eizaguirre y Martín.
Cuando dejó de competir como jugador siguió ligado al deporte como promotor. Gallart estaba presente en todos los partidos que se organizaban y cuando en la Feria se celebraba la travesía del puerto a nado, allí estaba él subido en la barca de los jueces.
En aquellos años empezó a destacar por su intensa actividad en el boxeo, deporte del que también era un joven apasionado. Eduardo Gallart fue una figura clave en el auge del boxeo en Almería. Estaba bien relacionado y siempre sabía a qué puerta tocar para reclamar ayudas, para conseguir una subvención. Él fue uno de los que consiguieron la autorización municipal para que la ciudad tuviera su primer pabellón cerrado, en el citado rincón de la Térmica Vieja. Su incorporación a la Federación Española, en la que llegó a ser vicepresidente, fue clave para que vinieran a Almería grandes acontecimientos internacionales. Gallart fue una garantía para que los jóvenes boxeadores que destacaban pudieran tener una oportunidad con la Selección Española.
Ir con la selección les concedía el halo de ídolos. Los llevaban concentrados a los mejores hoteles, con todos los gastos pagados y una dieta de diez mil pesetas mensuales, que a principios de los años setenta era dinero. En Almería hay muchos casos de boxeadores que se subieron por primera vez a un ring con la única motivación de ganar el primer sueldo para su casa.
Eduardo Gallart, que sabía tocar las fibras sensibles de sus pupilos, se inventó el recurso de las primas y hasta en los combates de entrenamiento les daba una pequeña bolsa para que empezaran a sentirse como los profesionales.
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