El Valenciano festeja su longevidad

Andrés Ivorra Jiménez ha adornado su tienda para festejar que sigue abierta

Andrés Ivorra dirige el comercio más antiguo de Almería. En 1880 ya se anunciaba en la calle de las Tiendas.
Andrés Ivorra dirige el comercio más antiguo de Almería. En 1880 ya se anunciaba en la calle de las Tiendas. La Voz
Eduardo Pino
07:00 • 12 may. 2019

Entre banderas y santos, entre llaveros y amuletos, entre lámparas y abanicos, medio escondido detrás de una vieja mampara de madera, habita Andrés Ivorra, el dueño de El Valenciano, el comercio más antiguo de Almería, el único que puede decir que ha vivido en tres siglos diferentes desde que el bisabuelo Vicente decidió instalar su quincallería al comienzo de la calle de las Tiendas.




Dentro del establecimiento el  tiempo camina despacio, a otro ritmo,  envuelto en un silencio de capilla que llena la atmósfera de misticismo. Cuando uno entra a comprar siente la tentación de sentarse un rato a leer un libro, de rezar un Padre Nuestro  o de quedarse quieto colgado de las estanterías donde todavía es posible encontrar una de aquellas figuras de  San Pancracio que ocupaban el primer puesto de la lista de ventas hace treinta años.




“Entonces se vendían los San Pancracios como rosquillas”, recuerda Andrés Ivorra. Los pedían por cajas desde que una vendedora de lotería que dio el primer premio salió un día por televisión diciendo que la suerte se la debía al San Pancracio que tenía en la estantería lleno de perejil. La lotera puso al santo de moda y al menos en Almería era difícil encontrar una casa donde no estuviera el bueno de San Pancracio repartiendo salud y trabajo. “Se vendían muy bien las figuras de santos, sobre todo en épocas de crisis cuando la gente necesitaba alguien en quien creer”, subraya el tendero.



El último de una larga tradición

Andrés Ivorra Jiménez ha seguido los pasos de su bisabuelo, de su abuelo y de su padre, pero no va a dejar descedencia que continúe con este negocio que ha llegado a convertirse en una tradición familiar. El Valenciano tiene sus días contados, los años que quedan para que su actual propietario pueda jubilarse, aunque tal y como está el panorama lo mismo tiene que quedarse otros treinta años más.


Hoy los motivos religiosos han pasado a un segundo plano dentro de la tienda porque las nuevas generaciones ya no cuelgan los cuadros de las vírgenes ni los crucifijos en la pared principal de sus dormitorios y se ha perdido esa fe que antes existía, cuando llegábamos a creer que a cambio de un poco de perejil y un par de oraciones el santo se iba a acordar de nosotros.




Hoy lo que más se vende en el Valenciano es el artículo de regalo. Su clientela se nutre principalmente de los turistas que pasan hacia la Alcazaba, que entran buscando un recuerdo para llevarse a su tierra. “Tienen mucho éxito los indalos y están de moda los imanes con vistas de Almería que después se usan para pegarlos en los frigoríficos”, explica el propietario.




Si los indalos trajeran suerte, como asegura la creencia, Andrés Ivorra sería millonario porque ha llegado a tener más de cuatrocientos modelos distintos. También sigue haciendo caja con las banderas, sobre todo hace un año, cuando en Cataluña quisieron imponer la independencia. En aquellos días agotó todo el pedido de banderas españolas como consecuencia de una fiebre patriótica sin precedentes. Ahora ya no se venden tantas. Debe de ser que todo el mundo tiene ya una bandera española en su casa.




La tienda conserva mucho de lo que fue. Su esencia no está solo en los viejos mostradores que han sobrevivido a la modernidad, sino en la forma de entender el comercio. La vida se detiene, los relojes dejan de marcar el tiempo y en medio de un silencio implacable aparece la figura de Andrés Ivorra, que salta desde su escondite junto a la caja registradora cada vez que escucha la voz de un cliente. Pero salta sin prisas, sin agobiar al comprador, dejándole su espacio y todo el tiempo que necesite para que disfrute del espectáculo. Él es el dueño, el empleado y el cajero, el que mantiene viva la huella de sus antepasados, de aquel primer Ivorra que buscando la fortuna llegó de tierras levantinas para instalarse en Almería, una ciudad donde en las últimas décadas del siglo diecinueve empezaba a brotar una burguesía importante alentada por el auge minero de la provincia.




Al establecimiento lo bautizó con el nombre de ‘El Valenciano’, en honor a la tierra de donde procedía y a la lengua de sus padres. En los primeros tiempos, vendía de todo: comida, especies, alpargatas, aceite para las lámparas, tabaco de importación que llegaba de Cuba. José Ivorra Román le cedió el negocio a su hijo, Vicente Ivorra Brotons, que le dio un nuevo impulso desde comienzos del siglo XX, aunque manteniendo siempre ese aire arcaico que ha caracterizado al lugar.


Vicente tuvo que sufrir el desastre que supuso la Guerra Civil, que trajo un parón importante  para ‘El Valenciano’. Como se decía que el dinero de la República no iba a servir, la gente entraba en la tienda y se llevaba todo lo que podía, por lo que se quedó sin existencias.


Fue a partir de los años cincuenta cuando llegó la etapa de esplendor. Vicente regentaba ‘El Valenciano’ con la colaboración de su hijo José Ivorra Carrión, que desde niño se pegó al mostrador y aprendió los secretos del oficio. Llegaron a tener a diez empleados para despachar en el mostrador y para hacer los recados en la calle.


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