‘Desconciertos’ es el tercer libro del periodista antiguo y heterodoxo que es Jacinto Castillo. Un volumen que reúne textos en prosa y verso escritos a pie de escenario mientras asiste a un concierto. Un artefacto raro, editado por LA VOZ a través de su sello La Isleta, que se presenta este miércoles 12 de junio, a las 20.30 horas, en Clasijazz
Si ir a un concierto y tomar apuntes para una crónica tiene su trabajo, ¿en qué momento le sugiere unos versos?
Siempre he escrito. Recuerdo un año que no hice las crónicas taurinas de LA VOZ: fui a los toros sin tener que hacer nada y me aburrí como una ostra. Al día siguiente, decidí tomar notas aunque fuese para nada. Lo que pasa es que en la última década la música ha ganado terreno en mi interés y eso ha influido en mis apuntes.
¿En qué sentido?
Cuando estoy sentado viendo música en directo, me planteo qué le puede estar pasando por la cabeza al músico que toca y se me abre un mundo muy interesante. El papel del tiempo en la música es una cuestión meramente virtual, pero tiene un valor. El tiempo ordena las cosas, la vida las agota.
Pero durante un concierto el tiempo se relativiza...
El tiempo no deja de ser un factor ordenador del fenómeno musical y, a la vez, mina la vida, se la va comiendo. Por eso hay un exceso de referencias fúnebres en este libro. Pero en un standard de jazz el tiempo es la magia que hace que, de forma ordenada, todo tenga un sentido. El tempo, el orden de los acordes, las simetrías y las síncopas le dan al tiempo un sentido estético.
Es el poder evocador de la música.
Claro, la música te lleva a imágenes, a relatos pasados. Tiempos pasados vuelven a emerger, a veces cosas que parecían agotadas en el tiempo.
Según varios estudios, la música fomenta la actividad cerebral más que otras expresiones artísticas.
No puedo hacer una defensa de la música en detrimento de otras expresiones, pero en mi experiencia es así. Es un medio de expresión donde la abstracción es mucho más sencilla, produce efectos hasta en los no iniciados.
¿Y por qué esa creatividad se plasma en un libro?
En este último año, ir solo a conciertos, o estar acompañado y solo a la vez, me ha permitido dedicarme a otras cosas además de deleitarme. Al final crees que tú formas parte de esa orquesta, no sé si esto se puede contar. (Risas). Cuando oyes la música de una forma especial, llega un momento en que crees saber lo que va a sonar en el siguiente acorde. Es una pequeña trampa, pues la parte frontal del cerebro, la que modera las emociones, actúa milésimas de segundo antes que la racional.
¿Se considera un músico frustrado?
No sé si frustrado es la palabra, pero claro que me hubiera encantado. Me habría gustado ser percusionista de lo que sea, de una pandereta o de una batería. Ahora hay un curso de batería en el Clasi, pero me da vergüenza.
Este libro, ‘Desconciertos’, es un artefacto raro. ¿Cómo lo definiría?
(Risas). Es una definición genial. Hay cuatro o cinco textos que no son de ahora, pero la mayor parte son de entre junio de 2018 y hasta mayo de 2019, del concierto de Kiko Veneno, un texto que he dedicado al diseñador Nacho López Gay. Este libro se podría considerar una de las muchas posibilidades que puede ofrecer la música. No se trata de ponerle letra, sino de dejar que tus propios miedos, tus demonios, impulsados por la música, adquieran un protagonismo verbal, se conviertan en discurso.
Como melómano, ¿qué opina del panorama musical almeriense?
Estamos viviendo la edad de oro de la música, una edad de oro abrumadora, sin parangón en la historia de Almería. Y luego una cosa importantísima: la música está convirtiendo la cultura en una transmisión entre familias. No solo en el Clasi, también en las bandas de los pueblos que forman parte de la identidad cultural y social. ¿Dónde está eso en la literatura? Y las artes plásticas son para fletar un barco y, salvo a Javier Huecas, meter a todo el mundo. La fotografía se salva, pero está en una brillante decadencia.
Hablaba de las referencias a la muerte, yo las encuentro al amor, al amor perdido.
Esto está escrito solo o acompañado-solo y esa soledad lo que está poniendo en evidencia es que tú, que no estás, le das sentido a este libro. Esa silla vacía es el desencadenante. Se te activa el coco y terminas pasando del apunte técnico para ir a otra cosa.
¿Y escribiendo se siente menos solo?
No, más solo todavía. (Risas). Así lo que disfrutas es la soledad. Hay una cosa que sí me ha pasado y de forma muy acusada al pasar de los 60: después de mucho tiempo, de todas las personas que conozco, ya soy una de las que mejor me cae. Al final te perdonas de todo. Todo esto que he echado aquí, en este libro, es una especie de armisticio. Y la música es el envoltorio de ese armisticio.
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