El ‘mosquito’ era como el hermano mayor de la bicicleta. El pequeño motor que llevaba incorporado le daba un aire de seriedad y lo convertía en un vehículo para adultos. El ‘mosquito’ era una bici de luto que tenía un ruido peculiar, inconfundible, como un zumbido quejumbroso que alertaba a los niños cada vez que pasaba por una calle. Recuerdo que en mi barrio pasaba a menudo el ‘mosquito’ del funcionario que iba cobrando los recibos de los bancos. Tenía un toque extravagante, aquel señor vestido de uniforme, tan formal, tan serio, con la responsabilidad incrustada entre las cejas, montando en aquel artefacto con pedales y motor que de vez en cuando se paraba en una cuesta y había que empujarle para que volviera a caminar. Cuando un ‘mosquito’ cogía velocidad solíamos recibirlo con una gran ovación y al piloto lo coreábamos diciéndole a gritos: “Vamos, Ángel Nieto” que vas el primero”.
Fue en los años cincuenta cuando este curioso artefacto empezó a popularizarse en Almería. Lo trajo el agente Blas García Vicente, que puso un escaparate lleno de ‘mosquitos’ en la calle Reyes Católicos. Como reclamo, colocó un cartel que decía: “Ciclistas, dejen de pedalear y adquieran un motor Mosquito M-50 c.c”.
Los primeros vehículos se vendían a dos mil ochocientas pesetas y eran fabricados en las Industrias Subsidiarias de Aviación S.A., bajo la licencia de la casa Garelli de Italia. A mediados de los cincuenta se fue generalizando su uso, sobre todo entre los funcionarios de bancos y de Correos. El invento llegó también a los pueblos y hubo algunos cosarios que se abrazaron a la modernidad a lomos de aquellas bicis con motor. Fue muy comentado el caso de Martín Navarro, el recovero de la Mojonera, que allá por 1955 apareció por los cortijos más olvidados de Adra, Sovilán y Albuñol, montado como un conquistador en su flamante ‘mosquito’. Los aldeanos, que no conocían el invento, salían a recibirlo echándose las manos a la cabeza y diciendo aquella frase de “no saben ya que lo van a inventar”.
Al modesto ‘mosquito’ le salió un hermano más elegante y distinguido, el llamado ‘de lujo’, que costaba cinco mil pesetas y presumía de tener una moderna transmisión directa, un volante magnético con luz y un funcionamiento silencioso.
El humilde ‘mosquito’ compitió en popularidad en aquellos años nada más y nada menos que con la Vespa. El ‘mosquito’ era un vehículo callejero, de andar por el barrio, mientras que la Vespa tenía un porte señorial y una potencia que le permitía conquistar cualquier distancia.
El público de Almería conocía la Vespa de las películas italianas y de los reportajes que habían salido en el NODO, pero no la habían podido ver de cerca. La primera Vespa la trajo el empresario Modesto García Ortega y fue de exhibición, no estaba a la venta. Los interesados en adquirir una tenían que firmar previamente un contrato para que el concesionario hiciera el pedido correspondiente y mandaran la moto desde Madrid. Fue tanta la expectación que causó en la ciudad la salida al mercado de este vehículo que en poco más de un mes se vendieron cincuenta vespas por contrato al precio de dieciséis mil quinientas pesetas. Al firmar el acuerdo el comprador tenía que entregar la cantidad de dos mil seiscientas pesetas y el resto se comprometía a pagarlo en letras de quinientas.
A finales de 1954 tener una Vespa se convirtió en un signo de distinción. La moda caló tan hondo que en la Feria de ese año la popular tómbola de La Caridad tiró la casa por la ventana para rifar una Vespa. “Ha despertado extraordinario interés el sorteo de la motocicleta y son muchísimos los pedidos de boletos que se reciben desde todos los puntos de nuestra provincia”, decía una noticia que aparecía en la prensa de aquellos días.
Entre la fragilidad de la bici ‘mosquito’ y la Vespa salió al mercado en aquel tiempo otro vehículo de dos ruedas con motor. En 1955, la Casa Gutiérrez dio a conocer al público almeriense la motocicleta Mobylette. Aunque la patente era francesa, la moto se fabricaba en Eibar por la marca G.A.C y tenía la ventaja, con respecto a otros ciclomotores, que no necesitaba matrícula ni carnet de conducir. Desde su aparición en el mercado, la Mobylette fue una moto obrera, utilizada mucho por los practicantes de la época y más tarde por los tenderos.
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Eduardo de Vicente