De todas las confesiones que un narco almeriense hizo a Javier Pajarón en la excelente entrevista publicada por este periódico hace unos días, lo que más me sorprendió no fue la accesibilidad que tienen los cultivadores almerienses de marihuana a la ‘industria auxiliar’ con que mejoran la producción ( la encuentran en cualquier comercio más o menos especializado en bricolaje); ni la levedad punitiva con que pagan su delito (la mayoría salen del juzgado por la misma puerta sin entrar en la cárcel); ni las generosas ganancias que obtienen por su cultivo (con una inversión de apenas mil euros obtienen siete mil a los tres meses); ni la excelente calidad que les hace merecedores, ¡que sarcasmo!, de una denominación en origen ( su valoración en el mercado europeo está en el numero1 del top ten de los consumidores); ni la utilización de sicarios para ajustar cuentas en cuyos libros de contabilidad delincuencias ellos nunca aparecerán (en una conversación interceptada por la policía una mujer recriminaba no haber pagado tres mil euros a un sicario).
Lo que más me sorprendió de sus amplísimas y documentadas confesiones fue la extraordinaria expansión de su cultivo- “hay calles y barrios donde los invernaderos de ‘maría’ se cuentan por centenares” revelaba el narco- y, la afirmación de que el “negocio” no solo beneficia a quien lo lleva a cabo, también a los entornos familiares y comerciales que rodean las casas donde se cultivan.
Cuando Javier Pajarón me pasó la primera transcripción de sus declaraciones pensé que había en ellas un perfil de exageración, inevitable en quien podría pretender exhibir su conocimiento de una realidad cercana a una trama cinematográfica. Pajarón lo descartó: --jefe, descarta que haya exageración en sus palabras; este tipo sabe lo que dice.
Confié- siempre lo hago con los redactores de La Voz- en el criterio de nuestro experto en sucesos, pero no pude despejar del todo una tenue sombra de duda.
Una semana después la sombra se había disipado: el narco no mentía.
El cultivo de marihuana es ya un sector, casi una industria inmersa en un vertiginoso ritmo de expansión en la provincia.
Desde el pasado domingo hasta esta mañana de sábado en que escribo la Voz ha publicado las siguientes informaciones sobre el sector: La defensa a una víctima de violencia machista destapa un cultivo de ¨maría¨;Cuatro personas detenidas y 757 plantas de marihuana intervenidas en Gádor; La Guardia civil decomisa 22.000 plantas de marihuana en seis meses: “Teníamos que haber puesto 2000 o 3000 euros y pagado a un sicario”; cae una factoría de marihuana a gran escala en Roquetas y El Ejido; 240 plantas de marihuana en una vivienda de Hualix; pillas 99 plantas de ‘maría’ cultivadas por sexagenarios: cae el histórico clan de “Los Antones”; la policía local de Níjar halla 225 plantas de marihuana en El Sargento. Nueve noticias de actuaciones policiales en siete días.
Los titulares reflejan la información “oficial” facilitada por Policía y Guardia Civil. Lo que no se ha publicado, pero se acabará publicando dentro de unos días, serán los resultados de las operaciones que están en curso.
Guardia Civil y Policía están haciendo un trabajo excelente y las continuas aprehensiones demuestran su eficacia. Pero si en el haber de sus actuaciones hay esos resultados, también se enconde en ellos otra realidad incontestable: se ha desarticulado una parte del iceberg, pero hay otra, oculta, que sigue aumentando y que por su ritmo de crecimiento, levedad punitiva o falta de medios humanos y técnicos sigue intacta y en proceso de expansión.
Una expansión que demanda medidas urgentes de los ministerios del Interior y de Justicia para impedir que el sector siga creciendo.
Hasta ahora los almerienses hemos contemplado la situación desde la indiferencia, cuando no desde un complaciente pintoresquismo. No. El cultivo de marihuana en la provincia, del norte al sur, del este al oeste, no es una extravagancia de cuatro delincuentes de poca monta y cinco porreros de mucha mística. Es ya un entramado productivo y delincuencial estructurado en torno a barrios, calles y, esto da pánico por el coste de imagen, a espacios de producción agrícola. El cultivo de la marihuana no es como algunos pretenden una producción pacífica. Esta delincuencia ya tiene los problemas que provoca toda organización criminal estructurada de forma jerárquica por grupos o familias con intereses contrapuestos provocando entre ellos robos de droga, ajustes de cuentas, explotación de trabajadores en los cultivos clandestinos, etc. situaciones todas ellas de las que ya tenemos experiencia en Almería con algunos asesinatos en su haber y que aumentarán conforme aumente la producción.
Almería no es una isla en la producción de marihuana, hay otras zonas donde hay mayor cultivo pero es urgente abordar el problema desde la exigencia al Gobierno de mayor dotación humana y técnica para las fuerzas de seguridad que, con tanta eficacia como escasez de recursos están trabajando, si queremos que la serpiente que ya estamos viendo moverse a gran velocidad acabe por estrangular la imagen que Almería tiene en mercados internacionales tan importantes como el de la industria alimentaria o el de la piedra. Unos refuerzos que deberán ir acompañados por reformas judiciales que adapten el código penal a una realidad sobrevenida casi de aluvión y para la que el legislador no había tenido, hasta ahora, conciencia exacta.
Almería, que aspira a ser la California de Europa, no puede convertirse en la Ketama mediterránea. Porque no estamos locos, pero sí sabemos lo que queremos.
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